Tinajo. Parque Nacional de Timanfaya, Lanzarote.
Foto: Juán Méndez Quesada
Cuenta una antigua leyenda canaria que, el 1 de septiembre de 1730, en Timanfaya, lugar en el que el fotógrafo Juán Méndez Quesadapasó 9 meses hasta poder tomar esta fotografía, se estaba celebrando una boda. Los afortunados en aquella ocasión serían una pareja conformada por el hijo de uno de los habitantes más pudientes de la isla y una hermosa joven cuya familia se dedicaba al cultivo de plantas curativas.
Dicen que, en mitad de la ceremonia, una gran explosión hizo temblar la tierra. Del cielo comenzaron a llover cientos de rocas y pedazos de lava que destrozaban todo a su paso. Como no podría ser de otro modo, tanto los invitados a la boda como las gentes del pueblo huyeron despavoridos en busca de refugio. Muchos se salvarían, sin embargo, en esta ocasión el destino quiso que la desgracia cayera sobre la joven pareja.
Así, una gran roca procedente del volcán aplastó a la novia, dejándola sepultada. El novio, al ver la escena, tomó una forja de 5 puntas para intentar mover la enorme piedra y salvarla. Pero cuando por fin lo logró, para desgracia de ambos, tristemente se percató de que su amada ya había fallecido.
Entre su desesperación y el sentimiento de desolación, sin soltar la forja, tomó el cuerpo de su esposa y empezó a correr por el valle buscando un refugio que ya ningún lugar del mundo podría ofrecerle.
A pesar del humo y las cenizas, algunos habitantes del pueblo pudieron divisar en una colina al joven iluminado por la Luna. Este levantó la forja de 5 puntas con sus dos brazos y, antes de desaparecer en el ardiente terreno de Lanzarote, los testigos allí presentes suspiraron de pura tristeza: “pobre diablo”.