Hoy los animales domésticos se consideran miembros de la familia y su pérdida se vive con mucha intensidad y dolor
Cuando Magdalena Albín tenía 15 años, su border collie, Toba, murió. Sin querer, le habían administrado el remedio equivocado para mejorar el brillo de su pelaje y la pérdida fue abrupta, casi inmediata. Desde ese día, ella se juró no volver a concentrar jamás todo su amor por los animales en uno solo. Hoy, vive en un campo de General Villegas con su marido y... ¡12 perros! entre los que se mezclan caniches, border collies, un boyero de Berna y un dachshund mini. "Nosotros ya somos dos más de la manada", sostiene entre risas.
Su caso no es el único: son muchos los que viven la pérdida de los animales domésticos con la misma intensidad y dolor que llevaron a Magdalena a crear su propia familia de perros como mecanismo de defensa. En tiempos en los que las mascotas son literalmente compañeros y tienen su propio lugar asignado en la familia, la casa y hasta en la mesa, el duelo por su muerte resulta un proceso cada vez más humanizado y profundo.
Al igual que en los seres humanos, el fallecimiento de un animal puede darse de dos maneras: o una vez cumplido su ciclo de vida, o de modo repentino y antes de lo esperado, sea por accidente o por enfermedad.
En ambos casos, el proceso inmediato será decidir qué hacer con los restos. Si el dueño posee un jardín o espacio verde, puede enterrarlo allí. Pero si habita en un departamento que no tiene tal posibilidad, las veterinarias se ocupan de ponerlo en contacto con empresas que realizan cremaciones. Una vez realizada la tarea, estas compañías ofrecen la opción de devolver las cenizas. "Si lo desea, se le entregan al dueño en una cajita, para guardarlas o enterrarlas. Además, se le envía una carta con los datos de la mascota y precisiones del proceso, que al final también suele incluir una oración", describe Graciela Castillo, dueña de la Veterinaria Honduras.
Sin embargo, si la muerte del animal no se da de forma natural, deberán darse primero otros pasos antes de llegar a ese momento. Una vez que tanto el profesional a cargo como el dueño están convencidos de que no hay sanación, es tiempo de pensar en la eutanasia. Aunque no todos los veterinarios aceptan practicarla, una gran mayoría la entiende como el último paso necesario. En esos casos, la primera recomendación es consensuar la decisión con toda la familia. "Deben estar de acuerdo todos aquellos involucrados afectivamente. En el comienzo de mi carrera, alguna vez acepté casos de madres que luego les decían a sus hijos que el animal había tenido un paro, por ejemplo, pero hoy creo que no es lo mejor. Incluso, la familia puede estar presente en el momento, para despedirse y ser testigo de que no hay sufrimiento en el proceso", aconseja Castillo, quien ya tiene 32 años de profesión.
De todos modos, aun con el mayor de los recaudos para evitarle incomodidad a la mascota, es también de suma importancia la contención que pueda brindar el veterinario y su equipo al dueño. Para Camila Villemur, que cuatro meses atrás debió decidir sacrificar a su gato Astor por una complicación de salud que derivó en un edema pulmonar, el poco tacto de la administración de su centro médico resultó imperdonable: "La chica que atendía la recepción me preguntó: «¿Qué hacemos con lo que quedó?» Me enojé mucho, fue una forma tan poco feliz de abordar el tema. No era acorde con mi nivel de dolor".
Una vez superada la parte "práctica" de la pérdida, es momento de afrontar las consecuencias emocionales. "Es un duelo como cualquier otro, y debe respetárselo y tratar de elaborarlo", apunta la psicóloga Silvana Weckesser. En el caso de que haya niños de por medio, se recomienda relatarles bien qué sucedió y, sobre todo, validarles sus sentimientos. "Deben poder darle curso a su tristeza", explica la especialista.