Juan Manuel Sánchez Battú, hijo de Mabel Sánchez, retrata su infancia desde el prisma de la relación estrecha con la radio que lo vio crecer y a la que observa cumpliendo 70 años.
Disociar la radio de mi familia me resulta una tarea prácticamente imposible, porque desde que tengo uso de razón fue nuestra casa.
Muchos relacionan sus infancias con un aroma especial, una comida, un juego o un dibujo animado.
En mi caso, escuchar las melodías que fueron parte de las cortinas musicales de algún programa de mamá, me transportan directamente a mi niñez.
Los recuerdos me traen por ejemplo a Celeste Carballo emitiendo su dulce impronta desde el equipo de música de mi casa, entonando “artesana de la vida”. Y con ese acorde, el saber que comenzaba el programa que transformaba a mi madre en Mabel Sanchez y concluía mi exclusividad de hijo por unas horas, para compartirla con la masiva audiencia que día tras día la acompañaba.
En nuestro living, se mezclaban cientos de libros que las editoriales enviaban para promocionar con discos, fotos con personalidades, grabadores pequeños para hacer reportajes (ambos papás periodistas), debates, premios, diarios y revistas de actualidad. Y todo esto que formaba parte de nuestro cotidiano, era para nosotros tan natural como seguro lo eran las muestras de los laboratorios para los hijos de un visitador médico.
Esa atmósfera se colaba también en nuestros juegos infantiles, pudiendo pasar horas grabando y regrabando cintas de casetes con programas inventados y hasta con tandas publicitarias reales (que antes se escribían en papeles de colores para ser leídas por los locutores) que mi mamá rescataba antes que fueran a la basura y nos las traía como parte del “contenido” de nuestra mini radio.
Si trazo una línea de tiempo, la radio siempre estuvo presente: en los días del niño que se organizaban en el auditorio, en mis esperas detrás del vidrio de la cabina de grabación con Miguelito Ponzio o Coco, mostrándole mis cuentos a Bachi Salas que luego leíamos junto a mi prima en “Imaginerías” con Noe Gallardo, charlando con todos y paseando por los largos pasillos atiborrados de madera, creatividad, talento y –en esa época-mucho humo de cigarrillo.
Sin duda ese éter mágico marcó mi infancia y la de mis hermanas y con gran alegría puedo decir que fuimos parte de esa casa inmensa y acogedora que es LV16.