Que la radio cumpla años. Es como si una madre los cumpliera. O un barco, o una nave espacial, o el Arca de Noé. Como si los cumpliera un faro, una playa, o un pueblo entero.
Festeja la historia, sus hombres y mujeres. Los alambrados inhóspitos, los cañadones y pajonales, los pueblos nombrados y los innombrables. Las familias dulces de la costa del río o los obreros callados de las 6 de la mañana. Los tamberos, los bomberos, las madres, las matronas, los choferes, las mañanas, los tangueros, las noticias, las tragedias, la justicia y los justicieros, los amores y los enamorados, las maestras y sus manzanas de regalo, las historias, los deportes y las pelotas, las hinchadas y los hinchapelotas y la libertad. Y nuestros errores y nuestros muertos, y nuestros perdones y perdonados. Y los inocentes y sus silencios, y sus fatalidades. Y las veredas y las lindas de minifalda y los de estirpe rio cuartense, y Urú y Atenas y Estudiantes y el mangrullo que no está y los miles de puentes y nuestras ganas de cruzarlos.
A veces miro la antena sola. Una mole que parte el cielo en la planta transmisora. Sus soldados: Mis compañeros. Sus historias, sus familias y las de todos los que pasaron por aquí. Gente noble y de bien que tiñó cada mañana de radio con los retazos de su alma. Desde el que abre la puerta al que prepara la música, desde el que habla hasta el que calló para siempre, desde el administrativo hasta el locutor. Todos marineros de la nave más maravillosa. La que nos une, nos identifica y la que nos salva.
La antena gigante es un faro, es un alma inmortal que se nutrió de tangos, inauguraciones, tragedias. Del primer bebé del año, de las enfermedades típicas del invierno, de el pronóstico del tiempo o de como viene el río. De quemazones, baches, precios, polémicas, discusiones, saludos, folklore, denuncias, viajes, testimonios, pedidos de sangre y campañas solidarias, teatros repletos y jornadas culturales inolvidables. Visitantes ilustres y siestas atragantadas. Democracias, dictaduras, radionovelas, y noticias internacionales. Niños que son hombres, hombres que son abuelos, y abuelos que ya no están.
Tiembla la radio, delira, respira, late, vive sobrevive y triunfa. Está. La radio está. Siempre. Como un latido de madre o como el sol de la mañana hacia el Este. La radio estará cuando nosotros ya no estemos y ojalá que algún minuto de su aire lleve nuestro nombre.
La radio está en cada célula de tu mente que nos recuerde, en los besos en la frente a tus hijos en las mañana. Y las manos engrasadas de tu viejo en el taller.
Le pido a Dios que aunque sea una sola vez te hayamos hecho compañía. Ruego que estuviéramos con vos antes de un examen en la Uni o un “SÍ” de tu amado. Cuando te nació un hijo o cuando se fue tu padre. Ojalá te dibujáramos una sonrisa, o enseñado una receta, advertido de la tormenta o regalado un premio afectuoso. Ojalá hayas disentido con nosotros y alguna vez hayamos coincidido.
Estamos salvados, la radio está en vos, amalgamada en tu ADN, en tus lágrimas, o entre el pelo de tus hijos. Nuestro cumpleaños es el tuyo, el de nuestros pueblos, y el de nuestra historia.

Marcelo Arbillaga