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07/09/2021 09:22 hs

Anna Wintour y su apasionado romance a los 71 años con el rockero de “Realmente amor”

Internacionales - 07/09/2021 09:22 hs
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La editora de moda más amada y temida de todos los tiempos, que reinó por más de tres décadas en Vogue con mano de hierro, comenzó un romance apasionado con Bill Nighy, un elegante actor inglés que la hace olvidar de los insistentes pronósticos sobre el fin de su era y destruye con una foto el último de los prejuicios: el amor maduro ya no se oculta.

Podría ser una de las historias de amor que se entrecruzan en Love Actually (Realmente amor), la comedia romántica coral en la que hace ya casi veinte años el británico Bill Nighy alcanzó la popularidad internacional con su papel del rockero que busca remontar su carrera con un hit navideño. Un romance más para sumar a la trama, justo el que falta en la película: la editora de moda más amada y temida de todos los tiempos, que reinó por más de tres décadas en Vogue con mano de hierro, comienza un romance apasionado con un elegante actor inglés que la hace olvidar de los insistentes pronósticos sobre el fin de su era.
Y entonces, cuando parecía acabada, vuelve a marcar tendencia con una foto que destruye el último y más ignorado de los prejuicios: la de una pareja de más de 70 años enamorada, sexy y tan a la moda como para estar en la primera fila de cualquier desfile top. Suena el soundtrack de Wet Wet Wet reversionado por el Billy Mack de Nighy, mientras la foto se suma al mosaico de finales felices. El amor maduro ya no se oculta: se presume. Porque el amor está en todas partes y, si es real, ¿por qué no mostrarlo?
Es noviembre de 2020. Anna Wintour acaba de separarse del magnate de la telefonía móvil Shelby Bryan, el hombre con el que construyó una dupla todopoderosa en el mundo de la imagen y la comunicación política. Fue una relación explosiva que se hizo pública a fines de los noventa, cuando ambos todavía estaban casados con sus parejas anteriores, y él era uno de los principales aportantes del partido demócrata estadounidense. Tanto, que el propio Bill Clinton habló con la mujer del empresario texano para intentar calmar las aguas.

De más está decir que los oficios del ex presidente norteamericano, en pleno escándalo sexual por su vínculo impropio con la pasante Mónica Lewinsky, estaban destinados a fracasar. Y en medio de las especulaciones de los tabloides, Wintour se divorció tras quince años del psiquiatra infantil David Shaffer, padre de sus hijos, Charlie (36 años) y Bee (33 y quien a su vez se casaría en 2018 con el hijo de la mítica editora de la Vogue italiana Franca Sozzani, en una alianza dinástica sin precedentes en la historia de la moda), y respondió a los rumores exhibiendo en galas benéficas y eventos políticos la pasión casi adolescente que la une a su nuevo amante. Lejos de la imagen gélida de la mujer que ya determinaba apenas con un leve movimiento de cabeza quién estaba destinado a triunfar y quién jamás tendría siquiera una oportunidad en la industria -como la inmortalizaría en El diablo viste a la moda (2006) Meryl Streep en un personaje del que ella siempre renegó, aún a sabiendas de que Miranda Priestly le dio prestigio mucho más allá de los dominios de Vogue–, los testigos de aquellas primeras salidas oficiales le dijeron a su biógrafo, Jerry Oppenheimer, que “no se podían sacar las manos de encima”.
Sin embargo, para 2013, cuando la inglesa fue ascendida, luego de 25 años como editora en jefe de la Biblia de la moda, a directora artística de la editorial Condé Nast, a cargo de todos sus títulos, el fuego con Bryan parecía haberse apagado. Trascendió que él le debía al Estado US$1,2 millones que, pese a que llegó a un acuerdo, no estaba en condiciones de pagar: había perdido casi toda su fortuna -valuada en alrededor de US$30 millones- entre su divorcio y la recesión. Ya no era un compañero tan glamoroso para llevar a las galas.
La carrera de Wintour, en cambio, todavía parecía no tener techo ni límites de ningún tipo. Faltaban todavía algunos años para que la fiebre canceladora se empeñara en revisar el pasado reciente y se llevara puestos a varios íconos de la cultura pop. Pero, en 2013, el poder que le confería su visión para crear tendencias universales era absoluto y lo usaba con discrecionalidad de reina: desde decirle a las grandes marcas qué diseñadores debían contratar, hasta reclamar cualquier espacio o edificio público para los desfiles de sus amigos -por lo que The Guardian llegó a llamarla “la alcaldesa extraoficial de Nueva York”-; además de imponer una serie de reglas no escritas en la cultura corporativa de la editorial, incluyendo que nadie osara subir al ascensor con ella sin su permiso explícito, y que ningún asistente o redactor junior iniciara jamás una conversación si la encontraba en un pasillo.

En treinta y tres años de reinado, el diablo nunca había tenido que pedir perdón. Ni siquiera después de defender en 2011 a John Galliano cuando fue despedido de Dior -donde había reemplazado a Gianfranco Ferré en 1996 gracias a su intercesión- por la difusión de sus declaraciones antisemitas. Por nada. Jamás. Pero es noviembre de 2020 y, como nunca antes en su vida, Anna Wintour parece bajar la guardia.
Los medios ya saben que está separada y dicen que Bryan volvió con su ex mujer, pero eso es lo de menos. Está por cumplir 71 años, la edad exacta que la pone del otro lado de la barrera de los “de riesgo” en plena pandemia del coronavirus. Sigue tan activa como siempre, tan atenta al humor social como siempre, tan a cargo como siempre, pero el mundo no es el de siempre. El mundo nunca es el de siempre, eso lo sabe bien ella que supo mantenerse vigente desde aquel primer trabajo que le consiguió a los 15 años su padre periodista en la legendaria boutique Biba -sí, la favorita de Freddie Mercury y uno de los spots más emblemáticos del Swinging London-, pero es alto el costo de adaptarse y pedir disculpas por primera vez.
En mayo de 2020, su antiguo confidente y estilista estrella André Leon Talley recorrió los medios con sus controvertidas memorias, The Chiffon Trenches, donde la acusa de usar a la gente y de haberlo hecho a un lado cuando se volvió “demasiado viejo, demasiado gordo y poco sofisticado” para ella, y de manejarse con una interminable lista de redactores, estilistas y modelos impublicables en Vogue.

La voz de Talley como una figura a la que solía verse a su lado en la front row, y que además es homosexual y negro, en el momento exacto en que el movimiento Black Lives Matter tomaba las calles y las redes, tal vez influyó para que, en junio, Wintour violara su propio código no escrito al enviar un mail a toda la redacción: “Quiero decir lisa y llanamente que sé que Vogue no ha encontrado suficientes maneras de elevar y darle espacio a editores, escritores, fotógrafos, diseñadores y otros creadores negros. Hemos cometido errores también al publicar imágenes y textos que han sido hirientes o intolerantes. Asumo toda la responsabilidad por esos errores”. El tradicional September Issue 2020, el número de colecciones más esperado del año, fue otra declaración en ese sentido: 316 páginas con el trabajo de una mayoría de artistas, modelos, fotógrafos y redactores negros.
Pero, en vez de celebrarlo, el título que The New York Times publicó el 24 de octubre del año pasado, hizo un juego de palabras que a la editora debe haberle causado poca gracia: “The White Issue: Has Anna Wintour’s diversity push come too late?” (“La cuestión blanca: ¿el impulso de Anna Wintour a la diversidad llega demasiado tarde?”). No bastó con que la eterna supermodelo Naomi Campbell siempre le haya agradecido el envión en su carrera, el diario de cabecera de la ciudad que fue suya ahora asegura que no alcanza, porque eso fue apenas una rareza en el camino de las tapas de Vogue.
Con un patrimonio de US$35 millones, es más rica de lo que fue en toda su carrera, pero sabe que los años dorados de sus excéntricas arbitrariedades se terminaron. De pronto, el diablo teme ser cancelado. Y ya ni siquiera está segura de que cambiar sirva de algo, con todo lo que implica la palabra cambio para una mujer famosa por haber mantenido las mismas rutinas durante décadas: tenis cada mañana antes de las 6, desayunar siempre el mismo latte de Starbucks, el mismo corte bob desde los 14 -que peina con brushing dos veces al día-, docenas del mismo modelo de Manolo Blahniks a medida en dos colores, y nunca quedarse en una fiesta más de 20 minutos, ni irse a la cama después de las 22.15.

El 3 de noviembre de 2020, Anna Wintour cumple 71 años y no quiere leer las notas que repiten que es el fin de una era y citan su nombre como antes lo usaban para decir “estilo”. En su casa de Sullivan Street, en el Greenwich Village, se refugia en alguien que puede darle la certeza de que algunas cosas no van a cambiar. Alguien que habla su mismo idioma y tiene sus mismos intereses. Alguien con el talento, el humor flemático, el encanto y el acento que le recuerdan al hombre que la hizo fuerte y que ahora, parece mentira, ha vuelto a necesitar: su padre, Charles Wintour.
Su amistad con Bill Nighy comenzó en 2010, cuando él acababa de separarse de la madre de su hija Mary, y desde entonces se los vio muchísimas veces juntos en teatros, restaurantes y fashion shows de Londres y Nueva York. Además de un BAFTA y un Premio de la Crítica de Londres por su papel en Love Actually, Nighy suele estar entre los ingleses más elegantes -¿será por influencia de Wintour?, se preguntan varios ahora-, e incluso fue elegido por The Guardian entre los 50 mejor vestidos de más de 50, y por GQ como uno de los británicos mejor vestidos de 2015. Para entonces ya se decía que estaban juntos, y hasta se lo preguntaron a Nighy, que con caballerosidad inglesa, no lo confirmó ni desmintió: “Obviamente no tengo nada que decir sobre eso. Hay muchos rumores sobre mí, y probablemente los haya también sobre Anna Wintour”.
Nacido en Surrey y formado en la escuela de actuación de Guildford, trabajó como vendedor en una tienda de ropa de mujeres para mantenerse en los primeros años de su carrera. Siempre le gustó la moda. El guionista de su última película, Sometimes, Always, Never (2020) -donde Nighy interpreta a un sastre-, se inspiró en algunas de sus propias frases a los periodistas en la alfombra roja para los diálogos, como cuando se pronunció sobre cómo deben abrocharse los sacos de tres botones: “Es ‘a veces’ para el de arriba, ‘siempre’ para el del medio, y ‘nunca’ para el de abajo. Si conocés a un hombre que se abroche el de abajo, llamá a un taxi. Claramente no está funcionando bien en ese momento y no deberías estar respirando el mismo aire que esa persona”.

El 12 de diciembre de 2020 festejan los 71 años de Bill –es un mes menor que ella– y, en enero de este año, se pasean juntos por Nueva York. A la editora se la ve “radiante” y “más feliz que nunca”, dos palabras que en otro momento hubieran sido ajenas a cualquier descripción sobre “Nuclear Wintour”, como la bautizaron en sus primeros años de Vogue. Tal vez con Nighy el diablo pueda reírse. Tal vez si lo que cambió fue el mundo, pueda cambiar también la manera en que Wintour elige verlo: ahora cuando está con el actor, hasta se saca las enormes gafas Prada que fueron su sello y su escudo.
Volvió a hacerlo la semana pasada cuando comieron en Roma, ahora que el amor está en todas partes. Él compró rosas, se sentaron a la luz de la luna en Pierluigi, el clásico restaurante de pescado en Piazza de Ricci, y se dejaron fotografiar en exclusiva por el Daily Mail. Lindos, ilusionados y divertidos después de los 70, como si le mostraran también al mundo que hay vida después de la pandemia.
Puede que sea el fin de una era, pero Wintour está decidida a reinventar la próxima para seguir siendo parte. “No quiere envejecer con gracia, ni que no se note -le dijo hace poco a PageSix según una redactora que prefirió mantener el anonimato-. Quiere cambiar las reglas del juego por completo: ¡Quiere envejecer a la moda!” ¿Está usando su romance con Nighy como un truco publicitario que sostenga su corona? Mientras su foto se suma al mosaico de finales felices, vale preguntarse si es realmente amor cuando es el diablo quien se enamora.

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