El valor del peso: por qué las viejas monedas de 1 y 2 pesos se volvieron el blanco favorito de los reducidores de metales
- 08/08/2021 11:13 hs
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Efectos de la inflación: la circulación de esas acuñaciones valen más por la calidad de las aleaciones que como dinero. Su logística se volvió muy cara y su utilidad para la población cada vez más pequeña.
Los efectos de la elevada inflación de la Argentina son múltiples pero en pocos casos pueden verse de manera tan llana como en la vida de las monedas. Su proceso de acuñación, distribución y utilización, en algunos casos, agregó ahora un último paso: su fundición como metal.
En particular, en las tesorerías de los bancos destacan que prácticamente no se distribuyen más desde el Banco Central las monedas bimetálicas de centro dorado y anillo plateado de 1 peso ni las de 2 pesos que invierten los colores. Su aleación de cobre y níquel es demasiado tentadora para quienes funden metales ya que inflación mediante, hace rato que la pieza metálica es más valiosa que lo que se puede comprar con ella.
Dos aspectos a recordar sobre las monedas: en primer lugar, al igual que los billetes, destruirlas o alterarlas está castigado por el Código Penal, aunque en el Banco Central interpretan que “no es delito la destrucción o fundición de la moneda pública” pues “el tenedor de billetes que los corta o inutiliza sólo se daña a sí mismo”. En segundo término, a diferencia de los billetes, que una vez vencidos por la inflación son retirados de circulación y “desmonetizados”, todas las monedas siguen conservando su poder cancelatorio como dinero, aún las de 1 centavo que no se ven en los bolsillos de los argentinos desde hace mucho.
No obstante, para el sistema financiero las monedas son un dolor de cabeza. Las más pequeñas, de 1, 5, 10, 25 y 50 dejaron de emitirse entre 2013 y 2014 y casi es imposible encontrarlas. De las de 1 y 2 pesos de antiguo diseño todavía hay existencias, pero no se distribuyen en cantidad para esquivar a los reducidores. Fueron reemplazadas por la línea “Arboles” de 1, 2, 5 y 10 pesos, que son de acero, más livianas y menos valiosas. Cuando fueron lanzadas en 2018 se previó el cambio de material para que el valor del metal no fuera superior al “valor facial”. Casi tres años después, la inflación se llevó puesta esa intención.
De ese modo, acuñar las monedas que circulan en la Argentina es en todos los casos más caro que el valor que representan, incluyendo la línea más reciente. Pero el problema no termina ahí: es caro fabricarlas para el Estado pero también lo es trasladarlas, para el BCRA, los bancos y las empresas que las usan. Y esos costos resultan aún más onerosos si se considera para lo poco que sirven: tan solo dar pequeños vueltos.
Pocas semanas atrás un usuario de la red social Tik Tok consiguió viralizar el video en el que llevaba una cajón lleno de monedas a una fundidora de metales. “Ahora le vamos mostrar lo que vale el peso argentino”, explicó con crudeza. “Teníamos 17,5 kilos, pagan 500 pesos el kilo tenemos un total de 8.750 pesos”, dijo, tras agregar que “en un ratito” había conseguido sacarle 120% de rendimiento cuando sus monedas dejaron de ser pesos y se transformaron en pedazos de metal.
En los bancos explican que, a diferencia de otras épocas de escasez (como en los años previos a la tarjeta SUBE, donde hacían falta para viajar en colectivo), hay monedas de sobra y el BCRA entrega toda la cantidad que le piden. El problema es que nadie las pide. De hecho, la cantidad de monedas nuevas incorporadas a la circulación en el último año fue muy limitada. En el caso de las de 1 peso, el stock creció solo el 4 por ciento.
“Pedimos al Banco Central lo mínimo indispensable, porque una sucursal no puede funcionar sin un mínimo de monedas para hacer algunos pagos, como las jubilaciones. Por eso los bancos públicos necesitan más, porque pagan más a jubilados y planes sociales. Pero no dejan de ser un problema: trasladarlas es costoso y nos quita recursos para el transporte de billetes, que es indispensable”, explicaron a Infobae en un banco privado de presencia en todo el país.
En algunas cabezas del sistema financiero rondan ideas de crear un “vuelto electrónico”, enmarcado en la enorme variedad de medios digitales de pagos surgida en los últimos años. Otros piensan en más exigencias para redondear los precios de cualquier bien o servicio, de manera de reducir las chances de que alguien pueda reclamar su vuelto en monedas de 1 o 2 pesos.
¿Quienes necesitan monedas en gran cantidad? Aunque cada vez las requieren menos, las concesionarias de peajes y las cadenas de supermercados están entre los principales usuarios. ¿Cómo las distribuye el Banco Central? A esas empresas, y a cualquier otra que lo pida, les entrega grandes tambores con 100.000 monedas en forma directa contra la acreditación del dinero en una cuenta. Claro que las empresas deben hacerse cargo del traslado. El BCRA modificó hace rato la obligación de transportar monedas en camiones de caudales, lo que encarecía aún más el proceso; ahora se trasladan en camiones convencionales.
Si bien la logística para distribuir las monedas ya era compleja, la pandemia la complicó aún más. Para llevar monedas y billetes al interior del país, el Banco Central siempre contrató aviones de la Fuerza Aérea que llevaban el dinero a los tesoros regionales, sus delegaciones en las provincias. Pero las restricciones sanitarias limitaron al extremo esa mecánica, que por supuesto privilegió llevar billetes y no monedas.
El enorme avance de los pagos digitales todavía no pudo evitar que ese aluvión le gane la carrera a la demanda de dinero físico. La economía en negro, que se mueve en el “solo efectivo” y la inflación pueden más.