Siempre que estoy en Córdoba camino cerca del Cigor, un espacio donde se desarrollan tratamientos de fertilidad.
Recorro la Avenida Chacabuco, con sus palos borrachos, y puedo decir que los he visto en todas sus estaciones, porque hace 7 años atrás, durante varios meses, hice el mantra de recorrer a diario el mismo camino de Río Cuarto a Córdoba para lograr tener a mi hija.
Cuando uno se enfrenta a la decisión de realizar un tratamiento de fertilidad es que en tu cabeza y en tu cuerpo la infertilidad está latente, mirándote a los ojos, te señala, te enfrenta a los propios deseos y a los que la sociedad también te impuso, por ser mujer, nada más ni nada menos.
Que palabra tan ingrata la “infertilidad”, precisamente nos la cargan con tanto peso a las mujeres como si conseguir un hijo o hija fuera sólo nuestra responsabilidad.
Precisamente a nosotras las mujeres que somos fértiles en sangre, en lágrimas, en abrazos, en curvas, deseos, en lecturas, palabras, comidas, proyectos, nos indican asumir la infertilidad. No se habla de que los hombres no pueden, que tienen espermatozoides vagos, que no es buena su “leche”, eso no se dice, queda mejor dejar que la “lástima” de no poder tener hijos la llevemos nosotras.
Y así, un día, enfrentamos el camino de tratar de desandar la infertilidad, uno puede leer mucho y te van a explicar todo el tratamiento de arriba a abajo, pero la experiencia en la mujer es única, reveladora, visceral, básicamente porque por más que tengas un compañero que esté a la par, en lo único que pondrá el cuerpo es en masturbarse para dar su esperma, ojalá fuera un poco más amoroso el proceso para nosotras.
Las mujeres consumimos hormonas, cuántas, no lo sé, muchas, tantas, que uno pierde el registro, te pinchás a diferentes horas, tomás pastillas, te inyectan y durante un período te abrirás de piernas, ante un desconocido distinto cada día, para que te explore, para que con mucho gel te penetre para ver si crecieron los óvulos, si hay los suficientes, si el tamaño es el exacto para lograr sacarlos.
Soy de mirar el horizonte grande, pero recuerdo que en ese tiempo sólo me atrevía a mirar hasta el día siguiente, cuando uno hace un tratamiento de fertilidad obviamente es porque busca un hijo o hija, pero yo no me atrevía a soñar porque sabía que el dolor si no sucedía sería grande, porque cuando la vida no te crece como a las demás te cuestionás todo y obviamente la “infertilidad” sentís que la tenés como un sello que sale cada vez que te preguntan por qué no quedaste embarazada, para cuándo el bebé y tantos cuestionamientos más invasivos e impertinentes que no se deberían hacer porque además la maternidad no es una obligación, es una elección.
Dos veces me implantaron embriones, la primera vez no funcionó, no tengo el recuerdo de cómo me sentí, creo que dentro de mí sabía esa respuesta. Me llevó muchos días atravesar el lógico duelo, antes contuve a todos los que se entristecieron porque esperaban que yo fuera madre. Cuando caí en la cuenta me enojé, me fui hacia adentro, me lamí las heridas, mientras mi compañero entendía mis tiempos y me abrazaba con amor hondo.
La segunda vez volví al estado de estar presente, sólo me concentré en lo que me daba cada día, hasta la tarde en que recibí la buena nueva…
Hasta que no tuve a mi hija en mis brazos no estuve tranquila, todo el embarazo temí perderla, la infertilidad siempre estaba ahí mirándome de reojo, me respiraba cerca como para que no la olvidara…
Hoy fuimos a conocer el lugar donde hicieron a mi Emma, pero antes de llegar a la puerta hice el camino de la última vez que me implantaron embriones. Fui hasta la pared de una casa que vi apenas bajé del auto, levanté la mirada y allí sigue escrita esa palabra que me abrió el horizonte cuando más temía, “ánimo”, la simpleza que me dio la fuerza para aferrarme, una vez más, a la creencia de que podía volver a intentarlo.
Soy de las in-fértiles, de las que necesitaron ayuda, de las que para que su hija bajara de su estrella tuvo que recurrir a la ciencia, soy de las que no tiene respuestas de qué pasó en mí que no pude lograrlo del “modo natural”, soy un enigma que a veces se pregunta qué pasó y soy la voz de muchas otras que no pudieron, que no lo lograron, que se quedaron en el transitar porque los caminos de la infertilidad son tan dolorosos que cada una hace lo que puede y hasta donde puede…
He escrito poco de esto, pero la sensibilidad me brotó al caminar con mi hija por la Avenida Chacabuco, la misma que a nosotros, los de entonces, que ya no somos los mismos, nos vio algún día recorrer ese mismo camino entre palos borrachos y una palabra entre los ojos que gritaba “Ánimo”.