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13/05/2021 08:56 hs

Marina Abramovic, Premio Princesa de Asturias de las Artes 2021

Internacionales - 13/05/2021 08:56 hs
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La artista serbia, que se define como una soldado del arte, ha buscado con sus 'performances' la controversia, la estupefacción y el asombro de una manera física.

El abuelo de la artista Marina Abramovic fue uno de los patriarcas de la Iglesia Ortodoxa Serbia. Murió envenenado, lo embalsamaron, le hicieron santo y colocaron su cuerpo como una reliquia en la Iglesia de San Sava en Belgrado. Esto, de algún modo, determinó la aventura vital de la nieta. Tener un abuelo convertido en exvoto de devoción es la primera 'performance' involuntaria a la que se enfrentó Abramovic desde niña. Ahora, a los 74 años, es una de las artistas internacionales de mejor proyección. Ha hecho de la performance un lenguaje propio y en reconocimiento a esa senda vital recibe ahora el Premio Princesa de las Artes 2021, a propuesta de María Sheila Cremaschi, directora del Hay Festival de Segovia.


"La vida de un artista no es tarea fácil. Requiere sacrificio personal, plena dedicación y compromiso con su trabajo. El Premio Princesa de Asturias es un gran honor y reconocimiento en este momento de mi vida y carrera", ha afirmado la artista en un comunicado remitido por la Fundación Princesa de Asturias. "Me siento conmovida, honrada y orgullosa de haber recibido este prestigioso premio", ha añadido.
"La obra de Abramovic es parte de la genealogía de la performance, con un componente sensorial y espiritual anteriormente no conocida", ha señalado el jurado, que ha usado también la idea de conmover en la argumentación de su fallo. "Cargado de una voluntad permanente de cambio, su trabajo ha dotado a la experiencia y a la búsqueda de lenguajes originales de una esencia profundamente humana. La valentía de Abramovic en la entrega al arte absoluto y su adhesión a la vanguardia ofrecen experiencias conmovedoras, que reclaman una intensa vinculación del espectador y la convierten en una de las artistas más emocionantes de nuestro tiempo".

Se define como una "soldado del arte", y es que su lugar en el mundo tiene mucho de batalla para la que escogió una trinchera difícil: hacer que su cuerpo fuese el objeto de un trabajo que va más allá de la anatomía para alcanzar el sitio de todos los desafíos, de todos los extravíos. El propósito es explorar desde ella misma las posibilidades del límite.
En 1973 presentó su primera pieza de body art, Ritmo 10, donde se grabó con dos cámaras y 20 cuchillos punteando con cada uno entre los espacios de los dedos abiertos de su mano sobre una mesa. Cada vez que se cortaba dejaba ese cuchillo y comenzaba la acción con uno nuevo. Aquel trabajo fue una declaración de intenciones. El sacrificio ritual de sí misma. Muchos años después dice: "Todavía existe una niña buena en mí. Cuando hago arte me vuelvo muy tranquila y completamente normal".

A esta primera operación le sucedieron Ritmo 5, Ritmo 2, Ritmo 0. En cada una de estas piezas ocurrían riesgos distintos: el público le cortaba la ropa con unas tijeras, o le clavaba espinas en el cuerpo, o le apuntaba con una pistola cargada. El trabajo de Abramovic busca, claro, la controversia, la estupefacción, el asombro de una manera física.
En 1976 abandonó Yugoslavia y se instaló en Ámsterdam. En esta ciudad conoció al artista germano-occidental de performance Uwe Laysiepen, Ulay (fallecido hace un año), con el que empezó a colaborar explorando los conceptos de ego e identidad artística, las tradiciones de sus respectivos patrimonios culturales y el deseo del individuo por los ritos. Se vestían y se comportaban como gemelos y crearon una relación de completa confianza.
En 1988 decidieron hacer un viaje espiritual, The Great Wall Walk, con el que concluiría su relación: ambos caminarían por la Gran Muralla china, comenzando cada uno por el extremo opuesto y encontrándose en el centro para darse un último abrazo. Aquella relación duró 12 años y en 2015 él le reclamó una compensación de 250.000 euros por derechos de autor al no cumplir el contrato que por la explotación de su obra conjunta habían firmado en 1999.
Antes, en 1997 presentó la pieza Balkan Baroque en la Bienal de Venecia, por la que recibió el León de Oro a la mejor artista. En 2005 desarrolló en el Solomon R. Guggenheim Museum (Nueva York) Seven Easy Pieces: en siete noches consecutivas recreó los trabajos de artistas pioneros de la performance en los años 60 y 70, además de dos obras propias, Lips of Thomas y Entering the Other Side (1975 y 2005, respectivamente).


Pero la propuesta más reconocible de su obra es aquella de 2010 que presentó en el MoMA de Nueva York, dentro de una retrospectiva de su trabajo. Allí puso en marcha The Artist is the Present: durante ocho horas al día, en silencio absoluto, inmóvil, se sentaba frente a los espectadores que quisiesen, de uno en uno, manteniendo fija la mirada, sin acceder al más mínimo gesto. A aquello se convirtió en una liturgia. Y Abramóvic en una de las figuras más respetadas del mundo del arte. En 2012 abrió el Marina Abramovi Institute (MAI), un centro de arte situado en Hudson (Nueva York) en el que se realizan todo tipo de actos culturales, talleres y exposiciones relacionados con la 'performance' y el arte contemporáneo.
Tiene algo ya de mito en vida, de leyenda concentrada en una realidad en marcha donde la búsqueda no tiene como propósito la respuesta, sino la voluntad de seguir abriendo preguntas con el cuerpo.

El Mundo 

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