Minas de Riotinto, Huelva
Foto: Javier González Prieto
Del mismo modo que un frasco encierra la volátil esencia de un buen perfume, el objeto de buena una fotografía es congelar un instante para la posteridad; capturar ese concepto inmaterial que se nos escapa entre los dedos, y que cuanto más nos empeñamos en atrapar, más deprisa corre ante nosotros. No hablamos de otra cosa sino del tiempo. Más difícil incluso, otras fotografías consiguen todo lo contrario, convirtiéndose en imágenes fijas que no obstante funcionan como una película. Es el caso de esta instantánea tomada por Javier González Prieto en las Minas de Riotinto, Huelva, y en la que sus distintos elementos, con el hierro como protagonista, narran una historia que tiene su origen en el mismo nacimiento de nuestro planeta.
El hierro, que dependiendo de los elementos con los que comparte sus diferentes formas químicas adorna este horizonte con las más diversas tonalidades, supone el 70% del núcleo de la Tierra, y es el cuarto elemento en abundancia de su corteza. Aquí, en Ríotinto, tras procesos de millones de años, aflora a la superficie dando lugar a un paisaje minero que con sus tierras herrumbrosas y aguas que parecen teñidas de sangre, conforma uno de los más impresionantes de la península Ibérica. Hoy, con la extracción de mineral en horas bajas debido a la escasa rentabilidad, estos territorios bañados por el Odiel, albergaron en el pasado el escenario del florecer de los diversos pueblos que han pasado por la zona. Así, hace unos 3000 años, fueron los íberos los primeros en nutrirse de sus tierras y su mineral. Tras ellos, fenicios, romanos y musulmanes también dejaron su pequeña impronta en esta herida aún abierta. Hoy, sin embargo, el planeta se resarce de sus magulladuras, y la pátina de herrumbre que se apodera de esta locomotora de la Rio Tinto Company LTD, testigo de los penúltimos que pasaron por aquí, ya ha comenzado a tejer su cicatriz, devolviendo a la Tierra, lenta pero inexorablemente, lo que un día le fue arrebatado.