Ilumina la oscuridad
Edición del 23 / 11 / 2024
                   
24/04/2021 11:41 hs

USD 500 millones en 13 obras: secretos del mayor y más grotesco robo de arte en la historia

- 24/04/2021 11:41 hs
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La docuserie “Esto es un atraco”, de Netflix, reconstruye cómo, en una noche de 1990, dos falsos policías sustrajeron importantes piezas del Museo Isabella Stewart Gardner, de Boston, entre ellas piezas de Rembrandt y Vermeer. Y también las rocambolescas teorías sobre quiénes fueron los responsables.

Fue durante la madrugada del 18 de marzo de 1990, en Boston. Se celebraba el fin de semana de San Patricio, con un desfile en el sur de la ciudad y cientos de policías apostados en la zona por prevención. Bares abiertos y repletos, música, mucho, mucho alcohol. En la parte norte, en cambio, reinaba el silencio.

Hasta allí se acercaron dos uniformados. Tocaron el timbre del Museo Isabella Stewart Gardner, que resguarda una impresionante y ecléctica colección de más de 2500 obras de arte europeo, asiático y estadounidense, incluyendo pinturas, esculturas, tapices, mobiliario y demás artes decorativas. Una maravilla arquitectónica de cuatro pisos de 1903, que emula un palacio renacentista de Venecia, con un jardín central único.

Dijeron que habían denunciado ruidos, el guardia nocturno les abrió sin repreguntar nada. Inocentemente, salió de la garita de seguridad que lo protegía, el único lugar desde donde se podía activar la alarma. Lo hicieron llamar a su compañero, que estaba dando una ronda. Y les dijeron: “Caballeros, ¡esto es un asalto!”

Los ladrones vestidos de policías estuvieron 81 minutos en el museo. En ese tiempo se llevaron 13 piezas, algunas irrepetibles; otras, más bien ordinarias en comparación con todo el acervo del espacio: tres Rembrandt, incluida La tormenta en el mar de Galilea, el único paisaje marino del maestro holandés; El concierto, una de las 36 pinturas de Johannes Vermeer; varios bocetos de Degas; y obras de Govert Flinck y Manet. También robaron un jarrón chino no muy costoso y un águila de bronce de la parte superior de una bandera napoleónica, a la que le dedicaron mucho tiempo en destornillar, dejando detrás muchísimas obras más costosas. El valor total del robo asciende a los 500 millones de dólares.

Los cuadros fueron mutilados, no sacaron los lienzos enteros, sino que tajearon de manera salvaje por sobre los marcos. Toda esta situación desconcertó a la Policía y al FBI, que llegaron a la escena a la mañana siguiente, encontrando a los dos guardias amordazados con cinta adhesiva en el sótano del museo.

¿Quién robó y qué pasó con las obras? Estas preguntas son las que trata de contestar el documental de cuatro episodios de Netflix Esto es un atraco: El mayor robo de arte del mundo. Y para eso acude a testimonios de época, testigos, investigadores, fiscales, periodistas y criminales que fueron sospechosos.

Casi exactamente 30 años después, la docuserie le tomó a Colin Barnicle, un bostoniano obsesionado con el caso, más de cinco años de desarrollo. Además, se presentan fotografías de la escena del crimen, archivos de época y un sin fin de documentos policiales, múltiples investigaciones y teorías del FBI retomadas y descartadas.

En ese sentido, Esto es un atraco se convierte en una pieza que revela cómo los museos fueron -algunos lo siguen siendo- muy sencillos de robar. Si bien no se recrean otros casos, recordemos solo algunos de los más emblemáticos:

Los más actuales se produjeron en 2020, durante la pandemia, en los Países Bajos, cuando se robaron obra de Van Gogh y Frans Hals, de los museos Singer Laren y Hofje van Mevrouw van Aerden, respectivamente. Para ingresar a los espacios solo debieron violentar la puerta de ingreso o romper una ventana. Si bien en las últimas semanas se arrestó al sospechoso de haber realizado los atracos, las obras aún permanecen desaparecidas.

En 2019, un hombre ingresó a una galería de arte de San Francisco y se fue con un grabado de Dalí bajo el brazo; en 1994, El grito de Munch de la Galería Nacional de Oslo fue robado en pleno día por el ladrón de arte más famoso de Noruega, Pål Enger, que tardó 50 segundos, aunque fue recuperado tres meses después; en 2004, la versión de la misma obra expuesta en el Museo Munch fue hurtada a mano armada por tres hombres enmascarados, junto con la Madonna del mismo autor para regresar al museo dos años después, en pésimo estado.

En Argentina, en 2010, mientras la selección de fútbol debutaba en el Mundial de Sudáfrica frente a Nigeria, las cámaras de seguridad del Teatro Argentino de La Plata captaban a un hombre con un amplio piloto con el cuello levantado, sombrero y anteojos oscuros -más cliché no se consigue- que descolgaba dos obras, las desmontaba en el baño de mujeres y salía por la puerta principal. Una de las piezas era Palacio de Umbría, de Xul Solar. Los guardias notaron la ausencia una vez finalizado el cotejo. Siguen con paradero desconocido.

En la base de datos de Interpol, por ejemplo, figuran más de 50 mil obras de arte, de pinturas a reliquias, que han sido robadas. El año pasado se recuperaron 19 mil, como parte de una operación global que abarcó 103 países, y que tuvo 101 arrestos. Es que el contrabando de arte es el que más dinero mueve en el mundo después del de armas y drogas.

Yendo atrás en el tiempo, más de un siglo de hecho, se produjo el caso más famoso: El 21 de agosto de 1911, Vincenzo Peruggia descolgó La Mona Lisa de Leonardo del Louvre. La que hasta entonces era una obra más en el museo, ni siquiera tenía un sitio destacado. Gracias a esto se convirtió en la obra más famosa del maestro renacentista. Todo se debió a que durante los dos años que estuvo desaparecida, medios de todo el mundo publicaron la imagen de La Gioconda una y otra vez.

Peruggia, que creía -mal- que la obra había sido expoliada de su país y que era su obligación recuperarla para devolverla a Italia, tuvo el retrato en su comedor hasta que quiso venderla a Alfredo Geri, un anticuario de Florencia, quien lo denunció.

El mundo de los ladrones de museos tiene varias celebrities. Entre ellos, Erik Van den Berghe, conocido como Erik el belga, fallecido en 2020, quien fue detenido dos veces -en una de ellas escapó de la cárcel- y que llegó a un arreglo para acortar su segunda condena al devolver 1500 obras.

El otro es el francés Stéphane Breitwieser, quien sustrajo 239 obras de arte -con un valor de más de mil millones de euros- de 170 museos de toda Europa mientras trabajaba como camarero, con una media de un robo cada 15 días. Breitwieser las tenía en una habitación especial en su hogar: “Me gusta el arte. Amo las obras de arte como estas. Las reuní y las guardé en mi casa”, dijo cuando declaraba en el juicio. Cuando fue detenido, su madre destruyó muchas de ellas y arrojó otras al canal que une los ríos Rin y Ródano, para que no sirvieran como evidencia. Solo estuvo en prisión 26 meses.

En Esto es un atraco aparece la figura de Myles Connor Jr, un excéntrico delincuente, del que se sospecha que estuvo involucrado en 30 robos, aunque pocos se pudieron comprobar, siendo el más conocido el de una pintura de Rembrandt del museo de Bellas Artes de Boston, en 1975. Connor Jr, quien presta testimonio en el docu, es retratado como un “forajido legendario” que tenía pumas como mascotas y relaciones con la mafia italiana de la ciudad.

Pero Connor Jr no es el primer sospechoso, ni mucho menos. Los investigadores apuntaron hacia Richard Abath, el guardia de esa noche, entonces de 23 años y que había abandonado sus estudios de música para formar una banda de rock que tocaba en el sótano de su casa, y quien admitió que se presentaba con frecuencia al trabajo bajo los efectos de las drogas. Abath rechazó ser entrevistado para la serie, pero su recuperan las grabaciones de una entrevista realizada años antes para el libro Master Thieves: The Boston Gangsters Who Pulled Off the World’s Greatest Art Heist (Maestros ladrones: los gánsteres de Boston que lograron el mayor atraco de arte del mundo), del periodista del Boston Globe Stephen Kurkjian.

Otras pistas señalan a que el Ejército Republicano Irlandés (IRA, por sus siglas en inglés) habría usado las obras para financiar la compra de armas, aunque la investigación del FBI apunta directamente hacia la mafia italiana local.

Allí, la serie se convierte en una de espías, falsas pistas, escuchas con micrófonos ocultos, largos viajes entre ciudades, y todo para recrear la comunión entre una serie de delincuentes, asesinos a sueldo, vendedores de drogas, que se reunían en un garage que ofrecía de fachada para sus negocios, todo como si fuera una película de Martin Scorsese.

El FBI, así, despliega una teoría sobre quiénes fueron los responsables del robo, aunque realmente no existen pistas conclusivas; solo eligen creerle a un testigo por sobre otro. Aseguran que el hecho en sí fue realizado por dos socios del mafioso local Carmello Merlino, George Reissfelder y Leonard DiMuzio, ambos muertos en 1991, de una sobredosis de cocaína y un tiroteo, respectivamente. En el caso de Reissfelder, incluso, una prima asegura que tenía uno de los cuadros sobre su cama.

Merlino fue atrapado tras una trampa del FBI en una redada antes de asaltar un depósito de vehículos blindados en 1999 y murió en prisión en 2005. Según el bureau, las obras terminaron en posesión de Robert Guarente, amigo de Merlino, también muerto. El único vivo de aquel grupo cuando se realizó el documental es David Turner, arrestado junto con Merlino en 1999, y liberado en 2019 tras arreglar con la Justicia la reducción del monto de su pena mediante el intercambio de información sobre delitos que no se hicieron públicos. Turner se negó a participar en la serie.

En una increíble conferencia de prensa, el FBI dio por cerrada la investigación, asegurando que conocían a los culpables, aunque nunca dieron los nombres. Mientras tanto las obras siguen sin aparecer, los marcos permanecen vacíos sobre las paredes del Isabella Stewart Gardner, a su espera. Y sigue también en pie una recompensa de USD 10 millones para quien tenga una pista que las regrese a casa.

Fuente: Infobae

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