Las dosis deben ser utilizadas en cuestión de horas desde que son retiradas de la refrigeración, pero en ocasiones el personal sanitario no encuentra a otra persona que pueda aprovecharlas.
La imagen de Anders Tegnell, que acaba de cumplir 65 años, vacunándose con AstraZeneca esta semana desprende una cierta sensación de humillación. El epidemiólogo jefe de la Agencia de Salud Pública sueca (FHM) ha querido dar ejemplo, ya que, según el Colegio de Médicos de Estocolmo, cada día se desechan en Suecia cientos de dosis de esta vacuna, que sólo se inyecta a los mayores de 65, debido al gran número de personas que la rechazan en cuanto se enteran de su procedencia. Alegan un temor a posibles efectos secundarios, que se ha visto acentuado por el hecho de que la vecina Dinamarca ha descartado su uso por completo.
"Deseo enviar una señal de que AstraZeneca es una vacuna excelente que brinda al menos tan buena protección como las de Moderna y Pfizer", ha explicado Tegnell. "Abrirse a la libertad de elección de vacunas es complicado y retrasaría demasiado el proceso".
La vacunación de Tegnell reviste un innegable valor simbólico. Se cumple ahora un año desde que la FHM despreció por "innecesarias" medidas como el uso de mascarillas, los confinamientos o el cierre de comercios, restaurantes y fronteras. Era más importante cuidar la economía porque el número de muertos acabaría igualándose, aseguraba el epidemiólogo Johan Giesecke, consejero del Gobierno sueco y de la Organización Mundial de la Salud (OMS), además de mentor de Tegnell.
"Dentro de un año, los demás países nórdicos tendrán la misma tasa de fallecimientos que Suecia. Cuando vengan más oleadas morirá más gente allí porque hasta ahora han tenido pocos contagios, con lo cual sólo un porcentaje muy pequeño de sus poblaciones será inmune", afirmó Giesecke como respuesta a las críticas del epidemiólogo jefe noruego, Frode Forland, que consideraba la estrategia sueca poco prudente y carente de humildad.
Los pronósticos de Giesecke no se han cumplido en absoluto. La evolución del virus y la cifra de fallecimientos nunca han dejado de ser peores en Suecia, mientras que la inmunidad colectiva sin necesidad de vacunas ha quedado en una simple quimera. Un año después, puede constatarse que desde el principio de la pandemia han muerto en Suecia 13.788 personas, o sea, 1.358 por millón de habitantes. Una proporción 3,2 veces más alta que en Dinamarca (423); 8,4 veces más alta que en Finlandia (161); y 10,4 veces más alta que en Noruega (130).
Según la última actualización del Centro Europeo para la Prevención y el Control de Enfermedades (ECDC), la incidencia sueca del Covid-19 en los últimos 14 días (770) es ahora mismo la cuarta más alta de la UE, superada sólo por las de Hungría (861), Polonia (839) y Chipre (774). Sus vecinos nórdicos se mantienen por debajo de 200, mientras que en España es de 210.
El porcentaje de tests positivos (13%, casi el doble que el español) también resulta preocupante y es el séptimo más alto de la Unión. Todo lo contrario que en Noruega (2,7%), Finlandia (2,2%) y Dinamarca (0,2%), que es el más bajo de la UE pese a ser con diferencia el país que proporcionalmente hace más tests: 45.255 por 100.000 habitantes en las últimas dos semanas. Nada menos que unas 15 veces más que el resto de países nórdicos y 29 veces más que España.
La tasa de mortalidad sueca, por el contrario, figura entre las más bajas de la Unión (9,5 fallecimientos por millón de habitantes). Se ve levemente superada por la finlandesa (10,5), pero sigue por encima de la noruega (5) y la danesa (4,8), que son las más bajas. En España, que figura también entre los países con menos mortalidad, es de 28 muertes por millón de habitantes.