Mano a mano con Jey Mammon: las cenas parroquiales con Jorge Bergoglio, el teatro a la gorra para subsistir y la muerte de su padre en pleno éxito televisivo
El conductor de Los Mammones repasa sus comienzos como catequista y la búsqueda de su identidad sexual. Además, analiza la empatía que genera con sus entrevistados y la fama: “No hay que comerse ningún viaje”.
Es “el” momento de Jey Mammon (44) y lo sabe. Sin embargo, la cosa no va por ahí. Charla con Teleshow un rato después de bajar a hacer las compras y celebra que un vecino que paseaba con su perro le agradezca por irse a dormir con una sonrisa. “Me gusta que la gente no termine el día contando los muertos por coronavirus”, asegura el conductor de Los Mammones, el éxito de las noches de América.
Porque en enero debutó como conductor de un ciclo que lleva su nombre y que empieza a las 23.30 horas, de lunes a viernes. Nada fácil. A fuerza de famosos que cuentan intimidades y de un piano que los invita al karaoke, el programa la rompe. Cuatro meses después del estreno, Jey es la nueva estrella del canal y un intocable que crece en rating. Además, hace radio en Metro, de lunes a viernes a las 5 de la tarde, con Mañana la seguimos.
Hijo de Roque y Ana María, Jey figura en su DNI como Juan Martín Rago. Se educó en el catolicismo, tanto que fue catequista y tocaba el órgano en la iglesia San Idelfonso, de Palermo. Ahí conoció muy bien a Jorge Bergoglio, hoy Francisco. Y ahí también empezó a hacerse preguntas para luego cambiar el rumbo, descubrir quién era y convertirse en Jey Mammon. Su nombre artístico es el resultado de cómo se pronuncia la letra J, en inglés, y de la denominación para “hijo del demonio”. Así se llamó su primer banda musical, que formó con un grupo de ex alumnos de religión cuando se alejó de la institución.
“Nunca me hubiera podido hacer cargo de este programa, así como lo hago, si no hubiera pasado por todo lo que pasé. No me olvido de mi construcción. Eso me hace disfrutar del presente”, reflexiona Jey y se lanza a recordar sus comienzos.
“Arranqué en el canal 72, en off, con Santiago del Moro. Entonces a él le dieron la chance de hacer Infama, por América, y me quiso llevar. Pero yo estaba más verde que una manzana verde y no me animé. No es porque no estuviese capacitado, pero había algo que me decía que yo tenía que ser la cabeza del ratón para poder crecer. Todavía tenía que ponerme las peluquitas y jugar ahí… Algún día iba a llegar el momento. Me acuerdo que Santiago me dijo: ‘El tren pasa una sola vez en la vida’. Y yo dije: ‘Por ahí estoy esperando un barco’. ¡Me salió del alma!”, rememora Jey Mammon y destaca todo lo que aprendió de del Moro y de otros conductores a los que observó mucho, como Marley y (Mariano) Iúdica… “Que tiene grandes técnicas para hacer los mejores pnts del mundo”, agrega con humor picante, pero también cómplice.
—Con vos pasa algo particular, los famosos no se ofenden con tus gastadas, ¿cómo sabés dónde está el límite?
—Para animarse a hacerle un chiste a otra persona hay una construcción previa. Yo quiero que el invitado que viene a mi programa se sienta cómodo. Nadie puede venir para ser bofeteado. Siempre me maneje así. Yo siento admiración por ellos y tengo razones para homenajearlos. Me gusta que venga gente de todos los sectores. Ayer Carlos Rottemberg me hizo llorar con un mensaje hermoso que decía que mi espacio iba más allá del humor y la entrevista porque reúne gente que piensa diferente entre sí.
—Porque además generás una empatía que hace que te cuenten cosas que no cuentan en ningún lado, como Guillermina Valdés hablando de los comienzos de su relación con Marcelo Tinelli y de Sebastián Ortega.
—Me cuesta asumir que hay gente que no va a ningún lado y termina sentándose ahí para hablar. En el caso de Guillermina fue a través de su encargada de prensa que me llamó para decirme que Guillermina quería venir primero a la radio y después, a la tele. Yo no la había ido a buscar, pero cuando me llamaron dije que ella podía hacer lo que quisiera. ¡Me encanta! Y así fue. Solita entró a hablar de ese tema y me dijo algo muy lindo de porqué lo estaba haciendo conmigo por primera vez. Algo como: ‘Hasta que se te cruza un Jey Mammon y te dan ganas de hablar de esto públicamente’. Con mis entrevistados me pasa algo que también me pasaba cuando hacía teatro y tenía solo dos sillas y una boa de cotillón a la que se le caían las plumas… Se genera una complicidad. Antes era escondido detrás del humor y los anteojos de Estelita, mi personaje. Ahora hubo revancha y pregunto cómo Jey. Demostré que sin la peluca puedo generar lo mismo.
—En aquel entonces la China Suarez fue una de tus primeras entrevistadas.
—Sí. Ella había sido alumna mía de catequesis. Me escribió, me dijo que quería venir y contó por primera vez que estaba saliendo con (Nicolás) Cabré. No es algo que yo fuerce. Tiene que ver con relajarse. Además, siento admiración por personajes como Luis Brandoni o Dady Brieva. No les hago creer nada. Me sale. Y de pronto digo: ‘¡Guau!, estoy entrevistando a Natalia Oreiro’. Yo bailaba sus canciones en mi casa como una loca suelta.
—Pasar por Bailando por un sueño y que te dejen colgado sin salir a la pista más de una vez ¿también tiene que ver con remarla en el medio?
—El otro día hablábamos con El Chato (Prada)… Más que con remarla tiene que ver con la oportunidad frente a la crisis. De esa espera atrás de escena armé un gag. En el certamen no hablaban de mí y mi coach, Vero Pecollo, un día me dijo que dependía de mi irme a mi casa llorando o sacar un rédito de todo esto. Y eso hice. Entonces después Marcelo me decía: ‘En la calle la gente me pregunta cuándo vas a bailar’. Todo tiene que ver con transitar un camino... Yo perdí a mi papá en medio del éxito de Los Mammones y algo se potenció en mí. Conviven el dolor, la crisis… Lo siento presente cada día que hago el programa. ¿Entendés?
—Sentís que te bancó en los comienzos, vio tu éxito y ahora te acompaña desde algún lado... ¿En ese sentido?
—Lo percibo. Con Los Mammones pasa algo mágico. El día que vino el doctor Cormillot o Los Palmeras, por ejemplo. Es como cuando Moria dice: “Estás angelado, papi”. Siento que mi papá tiene que ver con eso. Hay señales que mucho no comparto… Pero el otro día Silvestre me hablaba de sus experiencias paranormales que no cuenta porque sino la gente va a pensar que está loco, y yo le decía que me las cuente porque yo lo entiendo.
—Está clarísimo: lo sentís cerca.
—Lo siento presente. De hecho, cuando mi papá estaba en terapia intensiva le conté que iba a hacer este programa. Él casi no tenía reacción, pero igual le dije: ‘Le gané a Estelita; voy a conducir yo’. Y se movió todo, se puso contento. A partir de ahí, no sé… Siento que está viendo el programa. Le pregunté: ‘¿Lo vas a ver?’ ‘Si’, me contestó. Pero no hubo chance. Se fue… De hecho, siento que me esperó. Se murió cuando yo iba por el tercer o cuarto día al aire. Encima, en chiste yo dije: ‘El viernes vamos a pasar los mejores momentos de esta semana porque cumplimos cinco programas’. Y así fue, el viernes pasamos un compilado porque mi papá murió y no pude ir a hacer el programa. Con su muerte recuperé algo de espiritualidad, no la religiosidad. Sé que hay algo más allá… Y que acá, en vida, hay que tomar ciertas decisiones, cómo por ejemplo: acumular guita, ¿para qué?
—¿Posta? ¿No te mueve la guita?
—Para nada. Y no es una pose. Nunca estuve en la pobreza, ni mucho menos… Pero siendo independiente y queriendo subsistir, mientras buscaba mi vocación y encontrándome con mi identidad sexual y de todo tipo, de repente debía tres meses de expensas. Me echaban de los colegios dónde daba catequesis porque las clases eran más bien talk shows de Moria. Estuve sin trabajo, sin saber cuál era mi vocación. No sabía si tenía que seguir dando catequesis o qué. Había una especie de economía de guerra y sigo con esa filosofía. No tengo mucha noción de lo que tengo. Tampoco soy un volado, pero no estoy pensando en comprar esto o aquello. No tengo la ambición de juntar por juntar.
—¿Tu casa es tuya?
—Sí. Y no escupo al cielo. Soy un agradecido. Puedo comer y darme gustos. Pero casi no viajé y no es porque me haga el humilde. Nada de lo que hice en este camino fue pensando en la guita. No te digo que no hice Infama porque quise quedarme en el canal 72. Y afortunadamente salió bien y ahora estoy disfrutando de un programa que amo. No puedo pedir más. Me va bien. ¡Hasta tengo un representante! Me suena raro.
—Eso que algunos llaman fama, éxito…
—Es que quiero estar mucho tiempo haciendo esto. Para qué estar haciendo ochocientas cosas porque es ‘el’ momento. No quiero que sea un momento. Quiero que dure. Después, si no dura, bueno, no importa. O sí, me lamentaré. Te llamo y te digo: ‘Estoy triste’. Pero lo que no quiero es ‘ahora todo’. ¿Viste? Encontré un lugar en el que me siento cómodo… Bueno, para que dure tengo que estar entero, mínimamente. Me costó tanto encontrarme, que más allá del rating, mi éxito empezó hace años cuando hacía teatro con diez personas a la gorra. No pasé años tratando de entrar al medio, pasé años tratando de descubrir quién era. Entonces, una vez que me encontré –'es por acá: es el humor, es la música y en el teatro’– sentí la misma satisfacción que tengo hoy. Para mí, eso es el éxito. Y también es importante no comerse ningún viaje, porque todo lo que vivimos en el medio es virtual. No hay nada real. Ni los halagos, ni nada.
—Hablás de la música, creo que alrededor del piano en tu programa se genera un momento de karaoke que es único, ¿lo vivís así?
—(José) Núñez, productor del programa, me dijo que pusiéramos un piano en el estudio y me gustó la idea. Para mí la música siempre fue un recurso más, pero siempre me consideré músico, más que otra cosa. Hice el conservatorio, por más que me fui al tercer o cuarto año. Y tengo el oído que tenía mi papá… Ahí también está la magia, ¿sabés? Mi abuelo a mi papá le cerró el piano con un candado para que fuera a estudiar a la facultad, y yo me abro al piano ahora que mi papá se fue. Tiene mucho que ver… No soy Richard Clayderman, pero me gusta que los músicos vengan a cantar y me traten como un par.
—Me decías que recuperaste tu espiritualidad tras la muerte de tu papá, ¿con la iglesia cómo te llevás ahora?
—Es como las separaciones, que atraviesan distintos momentos. Ya pasé por el enojo y la indignación, y ahora con la institución no me pasa nada... Ni bueno, ni malo. Aquello que el Papa Francisco dice sobre los gays es histórico y dogmático. Sí respeto a los que profesan la fe: una es mi mamá. Y tengo resabios, el miércoles santo hicimos un popurrí de canciones de misa en el programa. Además, en algún momento me definí agnóstico, pero hoy siento que hay algo. Lo veo en las cosas más simples, que en realidad son complejas, cómo una mujer embarazada que lleva nueve meses a su bebé en su vientre. ¡Es una locura! No podemos estar solos. No sé si es Dios, si es una energía… Si se llama Jorge o Marta. Creo en algo poderoso que conecta la vida con la muerte.
—Si vas a Roma y en la audiencia de los miércoles te acercás al Papa Francisco, ¿te reconoce?
—Nos conocemos de manera tal que todo indicaría que se acuerda de mí. Está muy grande, pero a la vez es como Mirtha, muy memorioso. Estoy seguro que se acuerda… Es más, estoy seguro que alguien en algún momento le ha hecho alguna referencia mía. No deja de ser una persona además de ser el Papa.
—Además, mira medios argentinos, lee... Está enterado de lo que pasa acá.
—Total. Y, para él debe ser un efecto especial que repente esté acá ese catequista, ese que comía con él todas las semanas, ese que hacia el ‘chingui chingui’ –así me decía cuando tocaba el piano–. Tenía sentido del humor... Digo ‘tenía’ porque Jorge para mí no es Francisco. Como Jey no es Estelita, salvando las distancias. El Papa por ahí no se acuerda de mí, pero Jorge seguro que sí.
—¿Cómo es eso de que comían juntos?
—Yo era catequista y tocaba el piano en una iglesia que está en Palermo, a una cuadra de la peluquería de Miguel Romano y a dos del shopping. El cura que estaba de párroco hacía la misa televisada por Canal 7 y como a Bergoglio le gustaba estar en contacto con todo el país, venía cada dos o tres viernes. Me invitaban a comer y nos quedábamos charlando los tres. Yo era un fan de Cristo. ¡Por eso te digo que seguro me recuerda! Y me acuerdo cuando lo vi salir del balconcito, cuando dijeron ‘habemus papam’. Yo estaba en el consultorio de un médico, la tele estaba prendida y me llama mi hermano y me dice: ‘Boludo, ¿viste quién es el Papa?’ Además, me acuerdo que cuando Bergoglio viajó a Roma para la votación en la que fue elegido (Joseph) Ratzinger para suceder a Juan Pablo II, me dijo que no quería que lo eligieran. Ahora que lo pienso, tengo 44 años y pasé más tiempo legado a lo religiosos que a lo mediático. Nada fue de un día para el otro.