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04/02/2021 13:34 hs

Sierras cordobesas: La dramática historia de amor que esconde la capilla Buffo

- 04/02/2021 13:34 hs
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Los frescos pintados por el artista italiano Guido Buffo recuperaron su color y luz originales gracias a un minucioso trabajo de restauración.

Una estación geofísica que en 1950 detectó movimientos sísmicos con 72 horas de antelación, un sepulcro con forma ojival en medio de la montaña, una de las mayores expresiones de arte de estilo renacentista que existen en Argentina, un homenaje al amor, un paseo inolvidable.

Todo eso es la Capilla Buffo, la ermita blanca que el artista italiano Guido Buffo construyó hace 70 años en memoria de su mujer y su hija –víctimas de tuberculosis- en el paraje Los Quebrachitos, Unquillo, donde fue la casa de veraneo de la familia.

Recuperada en su singular belleza tras años de deterioro, la capilla cordobesa es considerada uno de los tesoros de las Sierras Chicas por su ecléctica impronta (de lejos, parece una escultura moderna en medio de la montaña) y por los frescos que pintó en su interior este artista de espíritu inquieto, que fue docente y funcionario público en Buenos Aires y Rosario, y dedicó su vida al estudio de las ciencias naturales. 

Buffo era un polímata fuera de época. Sabía de botánica, de zoología, de física, astronomía, meteorología, arquitectura. Experimentaba, registraba y publicaba sus hallazgos, llevaba un diario personal y escribía con profunda visión humanista.

“Siempre pienso en la suerte que tuvimos de que un italiano nacido en Treviso haya pintado en nuestra Córdoba esta obra única”, dice la artista plástica Marcela Mammana, especialista en restauraciones, con la autoridad que le dan 30 años de formación y de trabajo, primero con el maestro Rafael Palermo en Córdoba y luego con los mejores maestros del mundo, como Michel Menú (del laboratorio del Museo Louvre) o el holandés Lambertus Vercouteren.

En 2014-2015, guiada por técnicos químicos desde Italia, Marcela aplicó por primera vez en Sudamérica una sofisticada técnica (a base de nanopartículas de cal, con soplete) para devolverle el esplendor a los frescos de la capilla, que se encontraban en dramático estado.

Bendita obsesión

“Restaurar la capilla se había convertido en una obsesión para mí desde que la ví por primera vez en 1998, y las paredes ya lloraban azul. Batallé bastante hasta que se alinearon los astros y la Municipalidad de Unquillo me convocó para encarar el rescate. Con el equipo, junto a Pablo Mauvecin, trabajamos sin descanso.

"Llegábamos muy temprano a la mañana y nos íbamos junto con la luz natural para volver al otro día. Así, durante nueve meses. Restaurar la obra de este genio, la materialización de su amor y de su tristeza, fue para mí un honor y una experiencia muy conmovedora”, relata.

La recuperación integral de la capilla, que comenzó por los exteriores, se realizó con apoyo oficial y bajo la dirección del arquitecto Javier Correa. En diciembre pasado, recibió el Premio Iberamericano SCA-CICOP 2020 a la mejor intervención en obras que involucren al patrimonio edificado.

“Mi tarea siempre pasa por devolverle la vida a un objeto, correr salitres, descubrir imágenes, quitar las veladuras y dejar que vea la luz el color original. Y aquí llegamos justo. Los frescos no hubieran soportado el temporal de 2015. Estaba todo chorreado, con las luceras del techo rotas por donde se filtraba el agua, grietas abiertas y la cúpula sin protección”, asegura.

Visita guiada

La capilla evoca en la montaña la forma del la flor del cardo santo, una ojiva que se repite en otros espacios y que en el caso de la cúpula se completa con una torre art déco de bordes dentados que tiene calada en el extremo una suerte de campanario al que se accede por una escalera circular.

En su interior, además de instalar tres péndulos (había visto funcionar el Péndulo de Foucault en Europa), Guido Buffo expresó su penar y su visión de mundo en una serie de escritos e imágenes con los que cubrió toda la bóveda. “Los frescos de los murales expresan la más fina técnica renacentista y son un magnífico homenaje al amor y la maternidad. Empezó a pintarlos el día que cumplió 60 años y el último, Elogio al Intelecto, quedó inconcluso con su muerte”, precisa Mammana.

Los otros tres murales expresan sus loas a Dios, la Palabra y la Imaginación. Elogio de la Imaginación tiene a las nueve musas griegas y Buffo ubicó a su hija Eleonora con una partitura y a su espora Leonor junto a Palas Atenea. En el referido al Sentimiento, Leonor está con su hija entre ángeles bajo una luz que une el amor divino con el amor humano.

“En el que está detrás del altar, Buffo eligió representar la Creación del mundo con una mano femenina que sostiene una burbuja frágil como una pompa de jabón, de la que nace el micro y el macrocosmos. Según gente que lo conoció, esas manos son de una mujer que solía limarse las uñas con esa forma gótica y delicada que muestra la pintura. Otro detalle notable es que no hay hombres en los frescos”, apunta la especialista.

De la visita surge otro aspecto muy revelador que excede lo meramente artístico. En el suelo, al ingreso, los dibujos de las nubes simulan una alfombra, pero las incrustaciones recrean la ubicación de los planetas y las estrellas el día que murió su hija Eleonora, el 6 de septiembre de 1941.

“Buffo le dedicó sus últimos 20 años a esta capilla, pero todo fue pensado y estudiado hasta el mínimo detalle. La ubicación de las lucernas el techo (unas ventanitas redondas que simulan los pistilos del capullo del cardo) tienen un sentido preciso, porque están puestas para iluminar cada año los rostros de sus amadas mujeres en el día exacto en que murieron”, destaca la restauradora.

La próxima cita para verlo es el 24 de marzo, en el 90° aniversario de la muerte de Leonor Allende.

El artista italiano

Guido Buffo (1885-1960), pintor y profesor de Bellas Artes en Paris, había llegado al país en 1910 para participar de una muestra por el centenario de la Revolución de Mayo sin pensar que ya no volvería a Italia. 

En Córdoba se enamoró de la escritora Leonor Allende, hija de una familia tradicional y una de las primeras mujeres que ejercía en esos años el periodismo de manera profesional. Dicen que en un día de 1914 se cruzaron casualmente en la redacción de La Voz del Interior y fue amor a primera vista.

Se casaron meses después y fueron de luna de miel a Don Bosco, muy cerca de donde luego comprarían las agrestes 50 hectáreas junto al arroyo Los Quebrachitos para refugio de verano. El idilio se completó cuando nació Eleonora Vendramina, la adorada hija única de ambos que dejó textos de altísima sensibilidad pese a su temprana muerte (Carta a mi madre en el infinito, tremendo poema que escribió a los 17 años).

Tras la desaparición de su esposa, en 1931, y diez años después de su hija Eleonora, ambas por tuberculosis, Guido Buffo se instaló definitivamente en Los Quebrachitos donde siguió sus estudios científicos y se dedicó a construir la cripta familiar en la que puso en juego todos sus conocimientos de física, arquitectura, astronomía y filosofía, y donde, en 1960, fueron a parar también sus restos.

Diez años antes, en 1950, ya había fundado el campamento educativo Parque de Montaña Villa Leonor y donado toda la propiedad al Estado Nacional para que “los niños gocen allí en época de vacaciones del merecido descanso” y sea utilizado con fines educativos, artísticos y culturales.

“Inspirado por el afecto paterno más puro y desinteresado, he decidido que todo el valle, conjuntamente con lo que en él se halla edificado, lo obsequiaré en memoria de Leonor; madre e hija”, dice el acta de donación, un extenso reglamento de tintes literarios que agrega: “Me mueve la esperanza de que este inmenso sentir de pureza y belleza dejará en la juventud que pase por Villa Leonor un sentimiento de fe en las fuerzas morales, las únicas que aquilatan la vida y hacen posible la supervivencia de los verdaderos valores humanos”.

Desde 1960, los campamentos en Villa Leonor se volvieron un clásico que grabó recuerdos imborrables en los estudiantes y grupos scouts de todos los tiempos (incluida, en esa adolescente de 13 años que fue la periodista que escribe estas líneas).

Fuentes: Cris Aizpeolea de La Nación 



 

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