Once millones de hectáreas sufren una degradación severa en Túnez. Cada año, el desierto avanza 10.000 hectáreas más. Frenar esa tendencia es una prioridad. La emprendedora Sarah Toumi, apodada la 'dama de las acacias', combate la desertificación en este país africano.
No solo son capaces de extender sus raíces a gran profundidad y en todas direcciones para capturar el nitrógeno y la más mínima cantidad de humedad infiltrada en el subsuelo. También producen goma arábiga, una preciada resina muy usada como espesante natural en el sector alimentario, así como en las industrias farmacéutica y química. Las acacias son árboles muy resistentes con una capacidad de adaptación en ambientes áridos fuera de duda. En eso se parecen a Sarah Toumi, una tenaz emprendedora que lucha contra la desertificación en Túnez con esta y otras especies arbóreas.
Apodada la dama de las acacias, Toumi aprendió de pequeña las virtudes de este árbol a través de su padre, un ingeniero tunecino afincado en París, donde Sarah nació en 1987. En 2004, y tras casi 30 años de ausencia, Ajmi Toumi, oriundo de Bir Salah, pueblo cercano a la ciudad de Sfax, en el este del país, decidió volver a su tierra natal. De su mano, Sarah retomó el contacto con la tierra de sus antepasados, donde sus ancianos abuelos, agricultores, vivían entre campos de viejos olivos extenuados por las sequías. Ya con anterioridad, y con solo 11 años, se había dedicado a buscar en internet alguna solución para salvar aquellos árboles sedientos; la semilla de su futura profesión empezaba a germinar. Tres años después, espoleada por el espíritu colaborativo de su padre, ayudaba a poner en marcha en Bir Salah una asociación para crear una red de bibliotecas. Su alma de innovadora social, como le gusta definirse, acabó de emerger, dotándola de una aptitud, casi un don, que focalizó en la lucha contra la desertificación que sufre este país norteafricano.
«Túnez es el país del Mediterráneo más afectado por el cambio climático –advierte–, y en las próximas dos décadas hasta el 75 % del territorio podría convertirse en desierto». Detener su avance es una cuestión urgente, añade, si queremos dar oportunidades a los jóvenes tunecinos, que son muchos: el promedio de edad de la población es de 30 años.
Las primeras ideas surgieron mientras cursaba un máster de literatura francesa especializado en mujeres y viajes en la Universidad de la Sorbona, en París. Allí fundó en 2008 una incubadora para proyectos estudiantiles sociales y ambientales llamada Dream. Algo más tarde, en 2011, prendía la llama de la Primavera Árabe en Túnez, y Toumi quiso arraigarse en el que era su país de origen con la ilusión de participar en el nacimiento de una nueva democracia.
Pero llegó 2012 y recibió un duro golpe. Su padre falleció de forma súbita y ella quedó conmocionada. Sin embargo, supo catalizar su dolor y se concentró en la creación de la empresa social Acacias pour Tous (Acacias para todos), destinada a recuperar el verdor de las tierras tunecinas. Tras conseguir fondos de la Fundación Orange, creó un vivero de acacias, hizo perforar un pozo y construyó una escuela de capacitación profesional. Contaba con el apoyo de un grupo de mujeres que hasta ese momento trabajaban en una cooperativa cosiendo zapatos a cambio de un sueldo mísero. «Les pregunté si estaban preocupadas por la desertificación del territorio, y me respondieron que mucho. ¿Queréis hacer algo al respecto?, les dije. Sí, claro, contestaron, ¿qué nos propones? Lo que les propuse fue plantar acacias, muy adaptadas a la sequía, y juntas plantamos un millar. Queríamos combatir la desertificación y obtener ingresos con la goma arábiga», explica.
Pero la mentalidad patriarcal, tan enraizada en Túnez, no encajó nada bien las ansias de Sarah Toumin de reformar el mundo. Fue imposible replicar la experiencia. No había mercado para la goma arábiga y todo eran palos en las ruedas por parte de un conservadurismo intolerante que le hizo la vida imposible. En 2014, agotada, regresó a París con su marido y su hija pequeña. Pero su espítiru combativo la empujó a regresar de nuevo a Túnez seis meses después dispuesta a desarrollar su proyecto por todo el país. Al principio, su marido, Khalil, que es agricultor, tuvo que acompañarla en todo momento porque los hombres no querían hablar con ella directamente. Pero poco a poco se fue ganando la confianza de la gente, contrató a 13 agricultores para difundir buenas prácticas de agricultura y permacultura y lanzó la plantación de otro árbol idóneo para su plan: la moringa. Originaria de la India, con pocos requerimientos de agua y de crecimiento rápido, la moringa posee otra gran virtud: sus hojas, flores y vainas son comestibles.
A esas alturas, los logros alcanzados gracias a la tenacidad y determinación de Sarah Toumi habían alcanzado fama internacional. En 2016 la revista Forbes la incluyó en la lista de las 30 personas de menos de 30 años más influyentes del mundo y recibió un premio del Gobierno francés, entonces con François Hollande al frente. Pero el respaldo definitivo llegó ese mismo año gracias al Premio Rolex a la Iniciativa, unos galardones que desde hace ya más de 40 años apoyan a personas que lideran proyectos innovadores destinados a mejorar la vida en el planeta.
Sin duda el perfil de Toumi encajaba a la perfección con el espíritu filantrópico de la firma relojera suiza y, gracias a este reconocimiento, la emprendedora social franco-tunecina estableció un centro de capacitación para agricultores, probó nuevos sistemas de riego y compró todas las semillas de moringa necesarias para seguir frenando el avance del desierto. «Pero para mí fue mucho más que eso –afirma la laureada–. El Premio Rolex ofrece confianza a personas como yo, que luchan para hacer posible lo imposible, y brinda apoyo a largo plazo para desarrollar nuestras ideas y promoverlas dentro de la comunidad y en todo el mundo».
Hoy, Sarah Toumi, a la que el presidente francés Emmanuel Macron invitó en 2017 a formar parte del Consejo Presidencial para África –ese año también viajó a Jordania, para recibir otro reconocimiento por su incansable labor–, ha logrado establecer plantaciones en más de 20 regiones de Túnez. A través de acuerdos de colaboración con distintas cooperativas formadas mayoritariamente por mujeres, ha plantado alrededor de 650.000 árboles y reverdecido más de 1.200 hectáreas, en las que conviven distintos cultivos agrícolas. «Plantamos árboles cada tres metros alrededor de los bordes de los cultivos –explica–. Cuando crecen, crean masas vegetales compactas que impiden el paso de la arena y el viento. Eso nos permite plantar más árboles y ampliar aún más la zona de suelo fértil».
Toumi lucha ahora para asegurar a los agricultores un precio fijo por la compra de su producción y que puedan controlar sin intermediarios la transformación de los productos agrícolas que generan esas plantaciones donde moringas y acacias conviven con olivos y especies medicinales como el áloe vera. Ya hay seis plantas procesadoras en marcha. «Mi sueño es que en 2050 podamos afirmar que somos capaces de sostener nuestra democracia. Que somos capaces de dar una oportunidad a esta generación de jóvenes para que puedan encontrar un propósito en la vida y apoyar el desarrollo sostenible de nuestro país. Es una gran meta que solo podremos lograr si trabajamos juntos de forma colaborativa», declara esta mujer que ya está pensando cómo extender sus ideas a Argelia y Marruecos. Seguro que lo logrará porque, si algo le sobra, es ilusión para cambiar el mundo y perseverancia para conseguirlo.
Sarah Toumi fue laureada con los Premios Rolex a la Iniciativa en la edición de 2016. Este artículo ha contado con el apoyo de Rolex, que colabora con National Geographic para arrojar luz, mediante la ciencia, la exploración y la divulgación, sobre los retos que afrontan los sistemas más cruciales que sustentan la vida en la Tierra. Más información en www.rolex.org/es/rolex-awards.