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09/11/2020 07:29 hs

Las dos caras de Sacha Baron Cohen: actor y bufón

Internacionales - 09/11/2020 07:29 hs
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El showman británico de dos recitales de su peculiar e histriónico estilo en la secuela de Borat y en El juicio de los 7 de Chicago.

Puede que sea casualidad o puede que no, pero el caso es que se han estrenado en plataformas digitales, prácticamente a la vez, las dos últimas películas protagonizadas por el británico Sacha Baron Cohen, Borat, película film secuela en Amazon Prime Video y El juicio de los siete de Chicago en Netflix. En ambas, el showman deja claras sus innatas dotes como histrión e invita a plantearse la pregunta del millón: ¿Baron Cohen es un actor o un bufón? La respuesta es más que evidente, las dos cosas.
En el primero de los dos filmes, retoma el personaje que le dio fama mundial en 2006, ese reportero de Kazajistán que rodaba un documental pedagógico sobre los Estados Unidos y acababa sacando a la luz las miserias del coloso norteamericano... al tiempo que ponía de moda el triquini verde fosforito. La secuela arranca con Borat en prisión después de haber caído en desgracia con su gobierno y al que se le presenta la ocasión de redimirse volviendo a Estados Unidos para hacer entrega de un presente, en concreto un mono, a Donald Trump. Como Trump está mosqueado con él después de que en la primera entrega defecara en el jardín del Trump International Hotel and Tower, decide que el destinatario del regalo será su vicepresidente, Mike Pence. En su misión contará con la inestimable ayuda de su hija, Tutar.
Cuando llega a América, Borat se da cuenta de que todo le va a resultar más complicado que la primera vez, porque la gente le reconoce por la calle y hasta se hace selfies con él. Esto le permite a Baron Cohen, como si de un Mortadelo kazajo se tratase, disfrazarse de mil y una maneras durante todo el metraje y cometer todo tipo de tropelías y gamberradas, dándole una nueva dimensión a la expresión ausencia de sentido del ridículo. Mientras, se lleva por delante a políticos reaccionarios, corruptos y acosadores sexuales, antiabortistas, fanáticos ultrarreligiosos e intolerantes damas de mucho abolengo y rancia alcurnia, para acabar ofreciendo su propia explicación sobre el origen de la pandemia de coronavirus.
Como el formato de la película es el de falso documental, Baron Cohen se da el gustazo de actuar no actuando, de interpretar un personaje que más que un personaje es un trasunto de sí mismo, y sobre todo de liberar sus más bajos instintos en algunos momentos escatológicos que, la verdad, resultan bastante prescindibles. Es decir, hace el bufón a placer y, como buen bufón, consigue que el público se ría y tome conciencia de determinadas realidades que contadas de manera menos satírica serían difíciles no sólo de digerir sino, directamente, de aceptar.


Puede que sea casualidad o puede que no, pero el caso es que se han estrenado en plataformas digitales, prácticamente a la vez, las dos últimas películas protagonizadas por el británico Sacha Baron Cohen, Borat, película film secuela en Amazon Prime Video y El juicio de los siete de Chicago en Netflix. En ambas, el showman deja claras sus innatas dotes como histrión e invita a plantearse la pregunta del millón: ¿Baron Cohen es un actor o un bufón? La respuesta es más que evidente, las dos cosas.
En el primero de los dos filmes, retoma el personaje que le dio fama mundial en 2006, ese reportero de Kazajistán que rodaba un documental pedagógico sobre los Estados Unidos y acababa sacando a la luz las miserias del coloso norteamericano... al tiempo que ponía de moda el triquini verde fosforito. La secuela arranca con Borat en prisión después de haber caído en desgracia con su gobierno y al que se le presenta la ocasión de redimirse volviendo a Estados Unidos para hacer entrega de un presente, en concreto un mono, a Donald Trump. Como Trump está mosqueado con él después de que en la primera entrega defecara en el jardín del Trump International Hotel and Tower, decide que el destinatario del regalo será su vicepresidente, Mike Pence. En su misión contará con la inestimable ayuda de su hija, Tutar.
Cuando llega a América, Borat se da cuenta de que todo le va a resultar más complicado que la primera vez, porque la gente le reconoce por la calle y hasta se hace selfies con él. Esto le permite a Baron Cohen, como si de un Mortadelo kazajo se tratase, disfrazarse de mil y una maneras durante todo el metraje y cometer todo tipo de tropelías y gamberradas, dándole una nueva dimensión a la expresión ausencia de sentido del ridículo. Mientras, se lleva por delante a políticos reaccionarios, corruptos y acosadores sexuales, antiabortistas, fanáticos ultrarreligiosos e intolerantes damas de mucho abolengo y rancia alcurnia, para acabar ofreciendo su propia explicación sobre el origen de la pandemia de coronavirus.
Como el formato de la película es el de falso documental, Baron Cohen se da el gustazo de actuar no actuando, de interpretar un personaje que más que un personaje es un trasunto de sí mismo, y sobre todo de liberar sus más bajos instintos en algunos momentos escatológicos que, la verdad, resultan bastante prescindibles. Es decir, hace el bufón a placer y, como buen bufón, consigue que el público se ría y tome conciencia de determinadas realidades que contadas de manera menos satírica serían difíciles no sólo de digerir sino, directamente, de aceptar.

El jucio de los 7 de Chicago, escrita y dirigida por Aaron Sorkin, creador de El ala oeste de la Casa Blanca, es mucho más seria pero igualmente reivindicativa y comprometida. Además de una de las mejores películas que se han estrenado en 2020. Baron Cohen da vida a uno de los siete acusados del título, un hippy contrario a la guerra del Vietnam que fue juzgado por los disturbios que se produjeron durante la convención Demócrata de 1968 en Chicago y que se enfrentó a un juicio que resultó una pantomima orquestada por el gobierno de Richard Nixon.
Aquí el inglés demuestra sus aptitudes camaleónicas y sus variados registros, porque es capaz de pasar del drama a la farsa en cuestión de segundos, un poco en la línea de lo que hacía en Los miserables, considerada su mejor interpretación hasta la fecha. De hecho, a sus casi 50 años es capaz de meterse en la piel de un personaje de veintitantos y que nos lo creamos sin rechistar. Una vez más, el actor y el bufón van inexorablemente de la mano. Porque, aunque algunos utilicen el término de modo un tanto despectivo, un gran bufón debe, necesariamente, ser un gran actor. Y Sacha Baron Cohen es ambas cosas.


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