Ai Wewei expone los claroscuros del régimen en el manejo de la pandemia. La película de found-footage se produjo en secreto por realizadores amateurs y se lanzó hace unos días sin aviso.
Se dice que donde hay una persona, hay una historia. Y si esa persona es de Wuhan, la ciudad donde se originó la pandemia del coronavirus, el guion parece escribirse solo. En Coronation, las historias son diversas, como un mosaico, con distintos protagonistas de un mismo drama. La firma de Ai Weiwei promete —y cumple— una visión crítica del tema: el artista visual, que estuvo en la Argentina en 2017 presentando su retrospectiva en Fundación Proa, es algo así como la piedra en el zapato para el régimen comunista de la gran potencia.
Como cineasta que encuentra en lo audiovisual una herramienta para su denuncia humanista, Ai se metió ya con la lucha de los pacientes de HIV en su país (Stay Home) y con la crisis de los refugiados a nivel global (Marea Humana), un tema al que dedica su trabajo de los últimos años. Censura, prohibiciones y hasta la cárcel lo convirtieron en un exiliado. Desde Alemania, donde vive, consiguió armar con sus colaboradores esta película, filmada por gente con más o menos conocimiento de realización y un resultado abrumador.
Son cerca de dos horas en las que una música electrónica sombría e imágenes aéreas, sobre la impresionante ciudad de Wuhan, se intercalan entre sus viñetas. Secuencias inconexas que, sin embargo, permitirán que la película crezca y encuentre su cauce. Con un prólogo de una poética sombría: de noche, bajo una fuerte nevada, una pareja regresa a esa ciudad, atravesando controles y mostrando permisos. Cuando por fin entran a casa, encuentran a sus peces muertos, flotando en agua podrida.
Habrá a partir de ahí largas secuencias en la intimidad de los hospitales, algunos construidos a último momento para hacer frente a la pandemia. Las ceremonias meticulosas de preparación de los médicos, los rigurosos controles de higiene, con la tecnología muy presente, aplicada a cada paso de la asistencia a los pacientes. Y otras —muy duras, vale avisar— de pacientes entubados, convulsivos, con la mirada vacía.
Ese trabajo se refleja en decenas de obreros levantando nuevas construcciones, fumigadores en monopatín eléctrico, vestidos como astronautas, regando de desinfectante veredas, plazas y patios. Trabajos de hormiga, en una comunidad organizada para enfrentar al enemigo común, en escenas que dialogan con esa espectacularidad urbana. Grandes edificios, puentes gigantescos, enormes avenidas.
Un médico, un repartidor que entrega leche en un kindergarten, un hombre joven que se quedó varado y no puede salir de Wuhan hasta que pase la cuarentena. Y después de deambular por oficinas burocráticas, sobrevive en su auto, en un estacionamiento, casi como un homeless. Un ejército de chicos vestidos de rojo jura por el partido comunista levantando el puño derecho. Un hombre filma a su madre jubilada, que fue cuadro sindical “del partido” y ve las noticias por televisión. “La gente mueve montañas si trabaja unida”, le dice la señora, convencida de que China puede con el problema. “El PC te nutrió para que seas lo que sos hoy”, le dice al hijo con autoridad, mientras alaba las ayudas del Estado. “Ahora los que se fueron del país se van a dar cuenta de que los tratamientos médicos afuera son carísimos”.
Si algunas historias transmiten algo de humor o de tono tragicómico, hacia la mitad la película abraza definitivamente el enfoque crítico esperable. Los pacientes leves obligados a estar dos meses en un hospital sin poder ir a casa, “para que se vean mejor los números”, denuncian. Los que contienen las lágrimas al recordar que durante semanas se ocultó la información de que el virus se transmitía entre humanos. “Ellos mataron a mi padre”, dice un hombre al que no le permitieron retirar sus cenizas para enterrarlo solo. No es una versión aislada, se verá, en una secuencia final estremecedora. El control del Estado llega hasta el mismísimo final de las vidas de sus ciudadanos, con su sistema de despacho de urnas. No se puede decir adiós a un ser querido sin tener dos tipos al lado.
Hay muchas voces en Coronation, destinada a quedar como un documento urgente y doloroso de un crack histórico. Entre ellas, la de una enfermera endurecida, que mira a cámara con bronca: “Para los de mi generación, la experiencia de esta pandemia oscurecerá nuestras almas para siempre”.