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06/08/2020 07:35 hs

Natalia Oreiro habla de su documental sobre Rusia y de la publicidad que no volvería a hacer

Argentina - 06/08/2020 07:35 hs
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“Nasha Natasha”, que se estrena hoy en Netflix, muestra a la artista en las facetas menos conocidas. Y es la excusa perfecta para hablar de todo: del fanatismo de los rusos, de sus orígenes, su amor con Ricardo Mollo y la relación con su hijo Atahualpa.

“En Rusia, Argentina no es sinónimo ni de Perón, ni de Eva ni de Maradona, es sinónimo de Natalia Oreiro”. Eso afirma una periodista de Moscú sobre el fenómeno y el torbellino que genera esta uruguaya (argentina por adopción) en el país de los zares. Y es justamente la gira que realizó esta artista por Rusia en 2014, la base para comprender el furor que es Oreiro en ese país. El documental Nasha Natasha le acerca al espectador la vida de una mujer sencilla y trabajadora que logró meterse en los corazones de los habitantes de uno de los lugares más fríos del planeta.



Este vínculo comenzó a mediados de la década del 90, cuando las ficciones y telenovelas argentinas se vendían al exterior. “En Rusia se vio primero Ricos y famosos pero fue sin dudas Muñeca Brava que se vendió a 90 países la que me permitió saltar fronteras”, cuenta Oreiro a Teleshow días antes de que Netflix ponga en su lista este documental. Todos recordamos a su personaje de “La Cholito”, esa chica rebelde, contestataria, que jugaba al fútbol, de buen corazón que trabajaba como empleada doméstica en una mansión y se enamoraba del chico millonario interpretado por Facundo Arana. Fue ese rol que le abrió las puertas internacionalmente a Natalia y le permitió llegar a tierras lejanas.


Algunas de las cosas inéditas con las que nos topamos en este documental son los testimonios de sus padres desde Uruguay, que muy pocas veces dieron entrevistas. Ambos recuerdan la insistencia con la que la pequeña Natalia les pedía que la llevaran a castings.
—En un momento del documental tu mamá recuerda una anécdota en la que vos le decías “Un día yo voy a salir en los diarios” y ella se reía. Finalmente se cumplió...
—(Risas) Sí, así es. Yo en la escuela participaba de todos los actos escolares. Pero a los 12 años ví un aviso en el diario en el que pedían niños para trabajar en televisión. Entonces se lo llevé a mi mamá y me dijo: “¡Salí de acá!” y ahí fue que le dije “Yo un día voy a salir en los diarios” y me respondió: “Sí, claro vas a salir en los diarios”. El que sí me escuchó y me llevó fue mi papá. De hecho él fue quien me acompañaba a las clases de teatro. Él también fue el que convenció a mi mamá de dejarme ir a Buenos Aires a los 16 años, porque ella no quería saber nada…
El fenómeno Oreiro en Rusia es impresionante. La llegada a lugares alejados de Moscú en plena Siberia y el fanatismo con el que la reciben las adolescentes que muestran sus cortes de cabellos iguales a los de Natalia, nos muestran solo un poco del amor que genera esta uruguaya en tierras tan lejanas. El testimonio de una fanática que cuenta que sus clases de español le bajaban la calificación por tener acento argentino es apenas un reflejo más de esta adoración.

—¿A qué cosas le atribuís este amor que tiene Rusia con vos?
—Son esas cosas mágicas del universo en el que los planetas se alinearon. Yo puedo esbozar ciertas ideas del por qué: mucho tiene que ver con el momento del país (Rusia) cuando se emitieron esas novelas, y también con una decisión personal mía de expansión de mi trabajo y de querer redireccionar mi carrera hacia ese lado. Yo veía que venían cartas de República Checa, Hungría, Polonia, Turquía y particularmente en Rusia. Y así fui con un montón de Cd’s míos para promocionarlos y fue un furor. Y me encontré con gente muy similar a nosotros. La idea que se tiene de ellos es que son gente muy distantes por el clima y no es así. Hay algo de la calidez de ellos que, si conocen a la persona y establecen vínculo, son extremadamente abiertos y cariñosos y a mí eso me llamó mucho la atención. Me encontré con chicas de mi edad que me hablaban en español, que habían aprendido el idioma para comunicarse conmigo. El vínculo es más bien emocional y se forjó a lo largo de estos 20 años.
El documental recorre todos los años de carrera de Natalia Oreiro, su infancia en Montevideo, su fiesta de 15, hasta la celebración de su matrimonio con el músico Ricardo Mollo en un barco en Brasil y el tatuaje de sus anillos con el que sellaron esa alianza. Y por supuesto sus inicios antes de convertirse en una de las “paquitas” de la animadora brasileña Xuxa.


—Tu carrera comienza en Uruguay a tus 12 cuando hiciste aquella publicidad de tampones, ¿qué le dirías a esa nena ahora mirando para atrás?
—Le diría que no lo haga porque creo que hoy ese tipo de publicidad no colaboran con las mujeres. Yo tenía 12 años y estuve una semana sin ir al liceo porque, cuando yo hice la publicidad, no sabía que me estaban haciendo un primer plano de la cola. Yo no tengo ningún problema con mi cuerpo, lo he expuesto laboralmente. Soy realmente muy desprejuiciada. En ese momento se vio como algo simpático, a mí me abrió muchas puertas, de hecho llegué a la Argentina por esa publicidad. Fue mi primer trabajo profesional por el que me pagaron.

Y así, juntando ese dinero de las publicidades, logró llegar a Argentina. “Las vacaciones nuestras eran durante muchos años venir a Buenos Aires: Recuerdo el Obelisco, la calle Corrientes, Florida, esas pizzerías en las esquinas tan emblemáticas, se respiraba arte”, cuenta Natalia al recordar aquellos años de anonimato.



Sus días ahora los pasa en su casa con “Ata” (como le dice a su hijo) que toma cursos de origami a diario “Todo lo que es manual le encanta, incluso desarma guitarras con el papá”. Este año, Oreiro tuvo que frenar el proyecto de la película de Santa Evita que retomará las grabaciones recién en marzo de 2021.
Mientras tanto, estrena este documental que recorre su vida, la de una mujer que no olvida de dónde surgió y que se emociona cuando regresa a la casa de su abuela donde pasaba las tardes soñando con ser una estrella. Podríamos asegurar que esos juegos de infancia lograron hacerse realidad. Tarea cumplida.

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