Un marchante español afirma tener en Londres el misterioso cuadro al que se le perdió la pista en Polonia hace 65 años. Expertos y académicos ponen en duda la autenticidad de la obra
Hace casi siete décadas la pintura más grande que jamás pintó Frida Kahlo desapareció. La mesa herida (1940), de casi dos metros y medio de largo, fue vista por última vez en una exposición en Varsovia, en 1955. No dejó rastro en archivos ni en almacenes o aduanas. Ahora, un empresario mexicano afincado en Londres, y supuestamente heredero de una sobresaliente colección que ha ido desmigando crisis tras crisis, declara, a través de un marchante gallego, que tiene en su poder el cuadro más buscado de la pintora mexicana. “Está en venta por unos 42 millones de euros”, dice a este periódico Cristian López, un joven diseñador de productos mecánicos en Ferrolterra (según su perfil de LinkedIn) y recién llegado al sector del arte, que asegura haber negociado antes la transacción de algunas obras de la Casa Alba.
La pintura viajó de México al Reino Unido en diciembre de 2019 y allí se custodia en la bóveda acorazada de un banco, según el relato del marchante. Dice que su cliente —con empresas en el sector financiero e inmobiliario en México y Panamá— no quiere subastas. Prefiere cerrar el trato entre particulares, al margen de las cámaras, pero no cuenta con un certificado de autenticidad de la obra. A pesar de ello tiene una versión de los hechos sobre la desaparición de esta monumental pintura, en la que la figura capital es Ignacio Márquez Rodiles, representante del Frente Nacional de Artes Plásticas y comisario de la muestra en Polonia donde volvió a asomar el cuadro, después de que Kahlo lo donara a la Unión Soviética en 1947, y estos la mandaran a los almacenes. No era de su gusto.
Según el nuevo relato, Márquez Rodiles cumplió con uno de los últimos deseos de Diego Rivera. El pintor y marido de Kahlo, en diciembre de 1956, “triste tras la pérdida de Frida Kahlo [murió en julio de 1954] decidió recuperar toda su obra, con especial interés en esta gran pieza”. “Acordaron que Márquez iría a Moscú para devolver esta pieza a México, pidiendo solo a cambio los gastos del viaje de vuelta”, añade el escrito del empresario que vende esta pintura. En agosto de 1957 Márquez regresó con el cuadro a México, pero la salud de Rivera había empeorado tanto “que recibía a muy pocas personas”. “Márquez decidió mantener la pieza en secreto y a salvo hasta que Diego [Rivera] recuperara la salud y pudiera recibirla”, continúa.
Rivera murió en noviembre de 1957 y Márquez “guardó la obra y contrató una caja de seguridad en Banca Serfin, para salvarla” y estuvo con él durante más de 20 años, hasta finales de 1979. Es entonces cuando, “en una reunión de la logia masónica”, comenta a Julio César Millán Tamayo la existencia de la pintura a su cuidado. “Millán como coleccionista de arte mostró interés y le compró la obra, en completo secreto. Según el propietario actual “a la esposa de Tamayo nunca le gustó”, le parecía “grotesca e inaceptable”, y en 1983 se lo vendió a su padre, a cambio de una propiedad en Acapulco. “Mi padre”, finaliza el escrito facilitado por el marchante, “me dio la obra en vida como un regalo y legado, en 1991”. Cuenta que en ese momento su salud comenzó a empeorar y decidió entregar sus pertenencias en vida.
El marchante cuenta con algunos documentos que alega legítimos, como el contrato privado de compra del piso a cambio de unas tierras en Cancún, en 1938, y la cesión en herencia de la pintura al actual propietario, hijo del comprador. Varias fotos acompañan los papeles y sorprende comprobar que, si hasta el momento se ha descrito como un óleo sobre tabla, aquí aparece como lienzo. Sería el mismo soporte que utilizó la artista en Las dos Fridas, su primer gran formato, realizado unos meses antes, a finales de 1939, de La mesa herida, para la exposición internacional surrealista comisariada por André Breton, en la Galería de Arte Nacional, en México.