En su visita a Asís, peregrinó a los lugares simbólicos de la vida de San Francisco y advirtió contra una sociedad "salvaje que no da trabajo y que no ayuda"
Rezó ante la tumba de San Francisco , peregrinó a todos los lugares simbólicos de su vida, almorzó con un grupo de pobres y oró en silencio ante el crucifijo que hace 808 años le habló al poverello (pobrecito) y le dijo: "Ve y repara mi Iglesia".
En una histórica e intensa visita de 12 horas , el primer papa que se atreve a elegir el nombre de Francisco -el santo más popular del mundo, que renunció a su riqueza para estar con los pobres, con los leprosos, con los últimos-, volvió a afirmar las bases para la reforma de la Iglesia.
Acompañado por los ocho cardenales elegidos para integrar un consejo que lo ayude a gobernar en modo colegiado y a modernizar la curia, se convirtió en el primer papa que pisa la Sala de la Expoliación.
Allí, en 1206, el joven Francisco, hijo de un comerciante, se despojó simbólicamente de su ropa, rechazando su riqueza. Y Francisco, el papa del fin del mundo que quiere una Iglesia pobre para los pobres, la llamó a despojarse del espíritu mundano, su peor enemigo.
"La Iglesia debe despojarse de un peligro gravísimo, que amenaza a todos: el de la mundanidad, que nos lleva a la vanidad, la prepotencia, el orgullo, y esto es un ídolo", clamó Francisco, que prefirió dejar de lado el discurso que tenía preparado, evidentemente emocionado por estar en ese mismo lugar donde el poverello empezó su revolución.
Ese texto decía: "Si queremos salvarnos del naufragio, es necesario seguir la vía de la pobreza, que no es la miseria -que hay que combatirla-, pero es el saber compartir, ser más solidarios con los necesitados, confiar más en Dios y menos en nuestras fuerzas humanas".
"Todos estamos llamados a ser pobres y por eso debemos aprender a estar con los pobres, compartir, tocar la carne de Cristo. Un cristiano no es uno que se llena la boca con los pobres. ¡No! Es uno que los encuentra, que los mira en los ojos, que los toca", explicaba. "Estoy aquí no para «ser noticia», sino para indicar que ésta es la vía cristiana, la que recorrió San Francisco", agregaba.
"La Iglesia somos todos", destacó, y al improvisar, dijo una y otra vez que es necesario liberarse "del espíritu de mundanidad, que es la lepra, el cáncer de la sociedad".
"Es tan triste encontrarnos con un cristiano mundano, un cristiano de pastelería", agregó Francisco. Al hablar siempre en la Sala de la Expoliación ante un grupo de pobres, no dejó de condenar a "este mundo salvaje que no da trabajo y que no ayuda", en el que hay chicos que mueren de hambre y cientos de miles de refugiados. Recordó, entonces, a las víctimas de la tragedia frente a la isla de Lampedusa. "Hoy es un día de lágrimas", sentenció.