Los padres de Pampa se lanzaron a una aventura en el 2000 a bordo de un auto de 1928 para llegar a Alaska. La travesía se extendió por dos décadas y en el camino -en cuatro países distintos- nacieron sus hijos. El mayor viajó 16 años, hasta que decidió detenerse y probar una vida “tradicional”.
Es imposible que Pampa Zapp, de 17 años, pase desapercibido. No tiene que ver con su 1.80 metro de altura, ni su pequeño acento a la hora de hablar sino por su manera singular de relatar su increíble historia de vida. Todavía no alcanzó la mayoría de edad y ya pisó casi 90 países. De hecho nació en el camino de la aventura que comenzaron sus papás Herman y Candelaria en el 2000 a bordo de una reliquia: un automóvil Graham-Paige de 1928.
“Nací rodando”, dice sin vueltas desde Pilar, su primer hogar fijo, porque durante dieciséis años vivió girando en el auto clásico familiar, o saltando de casa en casa en cada destino. “No paré de viajar porque me cansé, lo hice porque quería experimentar la vida de la mayoría de los otros chicos. No quería perder la oportunidad de ir a la escuela, tener amigos y conocer lo que para otros es ‘normal’”.
Pero antes de lanzarse a la nueva vida Pampa quiso hacer el último gran viaje en familia : cruzar el Océano Atlántico hasta Sudamérica a bordo del “Avontuur”, un barco a vela de 98 años. “Cuando mi padre me contó la idea le dije: ‘Estás loco’. Finalmente lo hicimos, fueron los mejores veinte días, mirar y no tener horizonte. Cada experiencia es aprendizaje puro”.
A las pocas semanas -después de atracar en Buenos Aires-, llegó la hora de despedirse de la vida nómade en clan para dar comienzo a otra en solitario.
-¿Cómo fue el primer día de escuela?
-Muy bueno, tenía un poco de miedo por la parte académica, porque me eduqué de una manera distinta. Durante todo este tiempo mi mamá había sido la responsable de enseñarnos, estudiábamos en el auto para rendir las materias en el sistema educativo argentino a distancia. Después incorporábamos todo in situ: el desarrollo de la civilización en Egipto, astronomía mirando las estrellas en alta mar. También fui autodidacta.
-¿No les llamaba la atención que tenías 16 y nunca habías ido al colegio?
-Claro... me hacían muchas preguntas. Nunca me sentí diferente, al contrario. Me encontraron rápido un apodo: Indiana Jones. Al viajar tanto le das valor a las cosas que no tenés todos los días, o que no se pueden conseguir. También a adaptarte sin problemas, y eso lo puse en práctica en esta nueva vida. Soy igual a los demás, salvo que tengo miles de anécdotas.
-¿Qué descubriste de la vida tradicional?
-Mucho. Ya no me levanto con un paisaje nuevo todos los días. Ahora lo hago en la misma casa y cama. Imaginate que ahora uso un despertador, algo que jamás había hecho. Al principio lo detesté. Al quedarme quieto pude generar vínculos, con mi grupo de amigos generar una red de vínculos, me sacaron a bailar, a comer... ¡probé la famosa fugazzeta! Este año saqué el registro y ya manejo.
-Conociste los cinco continentes. ¿Por qué volver a la Argentina?
-Es el país de mis padres, acá también está parte de mi familia. Hace un tiempo ellos construyeron una casa en Pilar, ahí me instalé. La mitad de la semana vivo solo, la otra con mis tíos.
-¿Estás feliz con tu decisión?
-Muy. Solo extraño compartir 24 horas por 7 días con mis hermanos y padres.
Los Zapp son seis o “media docena” como les gusta que lo llamen. Pero en el 2000 apenas era Cande y Herman, ella secretaria y él electricista, con un sueño en común: conectar la Argentina con Alaska. Pero recién lo pudieron hacer luego de seis años de casados. Antes siempre ponían una excusa para postergar aquel deseo.
En enero del nuevo milenio salieron del Obelisco porteño arriba de la reliquia automovilística, que solo alcanza 50 kilómetros por hora y sin itinerario fijo. Lo que tenía que durar seis meses se extendió por más de dos décadas. Los Zapp, sin Pampa, siguen en ruta. En esos veinte años ya pisaron 116 países en los cinco continentes con una modalidad sencilla: viajan un día y paran otros cuatro.
Hasta ahora ya fueron hospedados por 2500 familias alrededor del mundo. Y para financiar la hazaña vendieron las obras que hacía Candelaria, y más tarde se mantuvieron con la venta del libro Atrapa tu Sueño, traducido a cinco idiomas.
En el medio nacieron sus cuatro hijos, algo que no tenían previsto. Primero Pampa (17) en Carolina del Norte, Estados Unidos; tres años más tarde Tehue (15) en Capilla del Señor, Buenos Aires; Paloma (12) en Toronto, Canadá y el pequeño Wallaby (10) en Sidney, Australia. “La conexión entre nosotros es muy singular, entre nosotros hablamos en inglés. Mis padres no solo tuvieron que aprender a cómo criar un hijo sino también a hacerlo estando de viaje”.
-¿Cuál es tu primera memoria?
-Mi recuerdo más lejano es cuando estuvimos en la Argentina descubriendo a los pingüinos en la Patagonia. Al poco tiempo nació mi hermano, de ahí siguieron lugares como China, Camboya, Tailandia, Nepal. En África estuvimos tres años y me encantó, todo es aventura.
-¿Cómo fue tu infancia?
-Dentro del auto, jugando con mis hermanos y también leyendo para estudiar. Mi mamá nos enseñaba, pero siempre fuimos bastante autodidactas. Llegar a cada nuevo destino era emocionante, porque descubríamos el inicio de otra historia siempre distinta, diversa y movida.
-¿Eras consciente del tipo de vida que llevabas?
-Para mí era lo normal recorrer lugares lindos y locos o tener a mano culturas distintas. Sabía que era afortunado. Cada tres años volvíamos por dos o tres meses a la Argentina, para tomar envión y salir a la ruta de nuevo.
-¿Tenés ganás de seguir viajando?
-Por ahora no. Me gustaría vivir algún día en Barcelona, es uno de mis lugares preferidos, algo similar me pasa con el continente africano. Lo que sí quiero es reencontrarnos. Los extraño.
-¿Qué soñás para tu futuro?
-Quiero dedicarme al cine, hacer algo espectacular. Hice algún contenido que publiqué en las redes sociales: PampaZapp.
-Cuando te preguntan de dónde sos, ¿qué respondés?
-Del mundo, aunque nací en Carolina del Norte.