Saltó a la fama siendo muy pequeño. Protagonizó ficciones como Chiquititas, Verano del 98 y Rebelde Way. Lo proyectaban como un gran actor internacional, por simpatía, carisma y talento. Pero hace cuatro años Diego Mesaglio sufrió un accidente domestico que la cambio la vida para siempre. Y se desencadenó un calvario que le generó la pérdida de visión del ojo izquierdo.
Todo empezó un día normal cuando estaba en su casa. “Puse la botellita de alcohol mal ubicada en la repisa del baño y se patinó. Cuando se cayó para un lado, la agarré y salió el chorro que me entró justo en el ojo -detalló el actor-. Fue un accidente domestico lo que desencadenó todo esto. Porque no fue ese el problema. Voy a una clínica, me hacen los supuestos primeros auxilios pero no me lavan bien, casi ni me lavan y me dan anestesia para tomar cuando me duela. Hice lo que me dijo el médico. Pero entre el alcohol que quedó adentro y el exceso de anestesia hicieron que se queme la cornea, que se debilite todo el ojo. Ahí empezó todo, porque después se debilitó mucho el ojo y tuve una infección que es de las peores que puede tener el ser humano".
—¿Qué sentías?
—La anestesia te duerme el ojo, y al tener todo dormido no me estaba dando cuenta de que calmaba el dolor pero estaba empeorando todo lo demás. Así que después me entero que que se pone una gota cada doce horas, y yo me vacié un pomo en una noche. Esas son las cosas. Para ponerle un título, fue mala praxis.
—¿Qué sentimiento tenés con el médico que te atendió?
—Sentía ese odio. “Cuando lo cruce me desquito todo esto y de alguna forma lo descargo” (pensaba). Hasta el día que me lo crucé, yo estaba frenado en el auto y lo vi como a 30 metros que salía de la clínica. Y lo único que me pasó fue que me agarró una especie de impotencia total y me largué a llorar. No pude hacer más que eso. O sea, no me salió bajar del auto, no me salió gritarle algo; fue lo único que me salió. Entonces dije: “Yo no estoy preparado para desquitarme o hacer justicia por mano propia”.
—¿Cómo te cambio la vida?
—Me cambió en todo. En ese momento venía trabajando, estaba haciendo una serie que a su vez era para una película. Y también estaba ahí, más o menos cerrando la temporada de teatro en el verano, y de la noche a la mañana tuve que dejar de hacer todo, absolutamente todo, y pasé a ser dependiente de todo el mundo: de mi familia, de mi viejo que me lleve, que me traiga, no pude manejar durante un año y medio. Yo estaba en Lujan, y viajé todos los días al (Hospital de) Clínicas. Después de un año y medio me dijeron: “Bueno, venite pasado mañana”; y para mí, no venir un día después de un año y medio fueron vacaciones. Sentía un dolor continuo, todo un ardor y dolor en el ojo. Llegué a estar mucho tiempo sin dormir, días, por el dolor. Durante cuatro meses cada 15 minutos tenía que ponerme una gota, durante las 24 horas. O sea que lo máximo que podía dormir eran 14 minutos y medio ponele, al minuto 15 sonaba la alarma.
—¿Te pudiste aceptar frente al espejo?
—Y... cuesta. Yo puedo decir que superé el tema de los prejuicios hacia el otro no, porque yo era una persona que usaba lentes o estaba todo el día con gorra para que no se notara, y llegó un momento que dije: “Pará, no es mi culpa que al otro le dé impresión, le dé asco”.
—¿Sufriste bullying?
—Sí, me han dicho cada cosa... Como por ejemplo: “¿Che, no laburás más?”; “No”; “Y... sí, con el ojo así, ¿quién te va a querer en la tele?”. Pero bueno gracias a Dios esa etapa me agarró cuando eso ya lo tenía superado…
—Pero, ¿perdiste trabajos por esto?
—Yo no lo llamaría perder el trabajo porque el día que estaba sentado con una depresión tremenda, dije: “Tengo que trabajar”. Levanté el teléfono a Underground, y a la semana fui a hacer un casting, y quedé elegido para la primera temporada para Un gallo para Esculapio. Lo agradecí muchísimo porque en una época de depresión y frustración, me salvó. Me vieron con el ojo y me dijeron: “¿Te jode que usemos esto?”. “No, ya está todo hecho, listo”. Me pasaron para el elenco protagónico. Y como que de una u otra manera tuve la suerte, no te digo de sacarle provecho porque suena mal, pero dentro de todo lo malo, hay algo bueno.
—¿Cómo saliste adelante?
—Amigos. Y el factor principal: mi mamá, mi papá, mis dos hermanas y mi sobrina. Por una cosa o por otra nunca llegué a la ayuda profesional, pero sé que es necesaria…
—¿Qué aprendiste en este tiempo?
—A frenar un poco. Vivía a los gomazos, iba, venía, trabajaba, y de una forma obligatoria tuve que frenar. De golpe me levantaba a las 5 de la mañana y me ponía la pava y el mate en casa y no tenía nada que hacer, así durante un año y medio, donde me pasaban a buscar y me llevaban a la clínica. Volví a ser chico, sin hacer nada, y lo peor es que no es sin hacer nada, es sin poder hacer nada. Y por culpa de otros, porque yo a veces hablo y digo: “Bueno, si por ahí uno se dio un palo en el auto es culpa de uno”. Fue un accidente, pero acá no, acá yo no tuve nada que ver, hice todo lo que tenía que hacer: me pasó lo del ojo, fui a una clínica y tengo que bancarme todo esto, pero nada…
—¿Quién te dio el mejor consejo?
—Hay una frase que está totalmente trillada porque es de los Redondos: "El que abandona no tiene premio”. Pero a mí me la dijo un amigo en un día que estaba liquidado, y la tomé, me agarré mucho de esa frase. Yo soy una persona muchas veces extremista, donde es blanco o negro, y es: “Me quedo ciego y puede pasar lo peor, o le meto para adelante”. Y acá estoy, laburando, con emprendimientos, formando un futuro, viendo qué se puede hacer, qué no se puede hacer. Tratando de liberar, más allá de que a veces te agarre…
Fuente: Teleshow