El primer ministro canadiense permanecerá en el poder, aunque pierde el voto popular. Tendrá que buscar apoyos puntuales en los partidos de la oposición.
Llegó al poder hace cuatro años prometiendo una nueva forma de hacer política. Y ahora quiere mantenerse en el poder recurriendo al argumento más clásico de la política: el voto útil. La trayectoria de Justin Trudeau como jefe del Gobierno de Canadáno sería la historia de un declive si no hubiera sido por las expectativas que él mismo creó.
El recuento electoral permite al primer ministro canadiense permanecer en el poder, aunque no revalida la mayoría absoluta y pierde el voto popular. Según los resultados provisionales, el Partido Liberal de Trudeau obtendrá 156 de los 338 diputados de la Cámara Baja del Parlamento, 14 menos de los necesarios para gobernar sin el apoyo de otros grupos. En la cita electoral de 2015, los liberales obtuvieron 184 escaños. El Partido Conservador logró 122 diputados y el gran vencedor de la noche fue el Bloque Quebequés, que ha pasado de 10 a 32 diputados.
Trudeau, hijo de primer ministro, nacido y criado en el seno de una familia en la que la palabra "disfuncional" es un eufemismo, alto, guapo, fino y listo, ha acabado viéndose atrapado en los problemas habituales de un jefe del Gobierno más: un escándalo de corrupción para proteger a una empresa importante (SNC-Lavalin) para sus votantes y generosa con su partido; la decepción de sus votantes de izquierda cuando éstos se dieron cuenta de que gobernar es el arte de lo posible, no de la retórica; otro de estilo, con su decisión de castigar a los miembros de su gabinete que no estaban dispuestos a tolerar su injerencia en la Justicia para proteger a esa empresa y tapar la controversia; y, finalmente, otro de índole internacional, como es el nacionalismo comercial de Donald Trump, presidente de Estados Unidos, el único país que tiene frontera con Canadá.
Paradójicamente, la controversia que podría haber dañado más la imagen del primer ministro apenas ha tenido impacto. Las fotos de Trudeau disfrazado y con la cara pintada de negro, en lo que podría haber sido interpretado como una burla racista, no han tenido consecuencias, pese a que aparecieron justo en plena precampaña electoral. El votante, también en Canadá, es un animal de costumbres imprevisibles.
En realidad, la imagen inmaculada de Trudeau resistió relativamente bien hasta este año, gracias en buena medida a su habilidad para hacer que la atención de la opinión pública se centrara en cuestiones de importancia inexistente -por ejemplo, el color de sus calcetines, que se convirtió en un tema permanente de conversación- y no en lo que hacía o dejaba de hacer el Gobierno, como crear un impuesto a las emisiones de gases que provocan el calentamiento de la Tierra y, al mismo tiempo, usar dinero del Estado para construir un oleoducto que permitirá exportar a Asia petróleo en cuya extracción se emiten cantidades ingentes de CO2.
Ese 'mix' de centrismo militante, a medio camino entre Tony Blair y Emmanuel Macron, y con retórica de Barack Obama elevada a la enésima potencia, no ha servido a Trudeau en los últimos meses. Su doble política en materia petrolera -impuestos a emisiones y oleoductos- resume precisamente su problema en estos comicios. Los conservadores siguen abjurando de él, y la izquierda le ha abandonado, pese al innegable éxito de la política económica del primer ministro, que ha garantizado que Canadá siga creciendo e incluso se haya convertido en una alternativa a Silicon Valley para las empresas tecnológicas de EE.UU.
Así es como el primer ministro ha perdido votos respecto al Partido Conservador, liderado por Andrew Scheer, un político que es lo contrario de Trudeau: previsible y a la antigua usanza. De hecho, una de las pocas cosas en las que se parece Scheer a Trudeau es que él también lleva toda la vida en la 'cosa pública', a pesar de estar tratando de presentarse como un hombre sin pasado político, y en que también tiene su buena dosis de escándalos, que van desde el hecho de haber ocultado su nacionalidad estadounidense hasta las acusaciones de haber participado en un posible fraude electoral en las elecciones de 2015, cuando una serie de llamadas telefónicas realizadas por un ordenador redirigieron a los votantes de una circunscripción hacia los colegios electorales equivocado.
Scheer promete, en la tradición de su formación, un programa relativamente similar al del Partido Republicano de EE.UU, sobre todo en lo que se refiere a bajar los impuestos (y eliminar el de las emisiones) y recortar el gasto social. Claro que el jefe del Gobierno ha limitado sus propuestas a algo parecido: menos presión fiscal, más inversión en salud y ayudas a la compra de la primera vivienda y a las parejas con hijos. Ése no es, desde luego, el programa de un líder transformacional.