Ojo de cerradura
Edición del 22 / 11 / 2024
                   
20/03/2019 07:59 hs

El milagro del barro

Río Cuarto - 20/03/2019 07:59 hs
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León Gieco visitó Achiras y Marcelo Arbillaga relató los momentos vividos en una prosa sensible que abraza.



Una humilde ensalada de tomate, lechuga y cebolla me separa del tipo que escribió “Solo le pido a Dios”. Un mantel de plástico, dos o tres corchos de un vino ignoto, algunos pedazos de pan mordidos sobre el mantel impreso con flores verdes, rojas y amarillas. Del otro lado de todo eso, un hombre siempre joven habla sobre Perón, Charly García, el Papa o el anónimo gaucho de boina tejida al crochet que nos acaba de preparar el asado.

Por momentos su mirada se pierde entre la sierra infinita que nos rodea, un arroyo, varios árboles tremendos, y los chistes inocentes de los que se acercan a empinar la bota de cuero al costado del chivo que a la cruz se asa en cámara lenta. Varias veces me visualizo pegando un salto felinezco, abrazándolo y besándolo. Pero no. Me reconozco consciente y maduro. Respiro y como un arqueólogo trato de registrar minuciosamente todo lo que pasa.

Cada arruga en el rostro del Puma Vázquez. Diez años preso en la época de sangre y plomo, junto con Hugo Soriani de PáginaI12. Se acaban de encontrar, por casualidad, después de 35 años, en un campo perdido de las sierras de Córdoba. Las lágrimas de ambos en el abrazo se parecen mucho a esos instantes del nacimiento o el cadalso. Viaja como un trueno poderoso la energía de ese abrazo de barro y fuego, barrotes y glorias pasadas. 

León engulle un pedazo de carne acompañado de un poco de ensalada que se sirvió directamente de la fuente. Todo lo que sucede parece haber sido escrito por García Márquez. Los gauchos que nos reciben al pie del asador bien podrían haber estado allí desde el mismísimo paso del general San Martín, en su marcha a crear el ejercicio libertador más imponente de América. Se me borran los límites entre la realidad y la fantasía. Tristán Bauer, alma mater del descomunal proyecto que fue Canal Encuentro, director de Iluminados por el fuego, y del descarnado y heroico film El camino de Santiago, se abraza bajo un árbol con Graciela, la hija de Doña Rita, dueña de casa. Una abuela de más de 80 años a la que nadie puede convencer de bajar de la sierra, donde estamos, para vivir en la ciudad. Cómo se convence a un ser bello y salvaje de que la miserable civilización de hoy es más digna de vivir que estas milenarias montañas. En invierno la temperatura baja a 15 grados bajo cero y nieva frecuentemente. Rita, aún así, se las arregla para preservar un jardín de bonitas plantas felices.

Sucede un hecho fundacional: León Gieco toma una guitarra y canta “Hombres de hierro”. De allí en más mis recuerdos son vagos y difusos, creo que García Márquez se abraza con la Negra Sosa detrás de mí. Decenas de detenidos desaparecidos caminan en fila hacia el bajo, encabezados por el “Puma” y el Hugo. Santiago tatúa a Tristán y le dibuja en su hombro ese rostro que todos reprodujimos miles de veces cuando aún creíamos que eran imposibles los desaparecidos en democracia. Todavía ni sueño que dentro de unas horas más estaré presentando a capela a León con su estatua y al pueblo de Achiras con una leyenda.

Jorge Otamendi, el intendente de Achiras, corre por la planicie enarbolando una enorme bandera argentina hasta posarse en la cima de un pico imponente que preside todo el valle. Llueve nuevamente y me digo que esto es un sueño. Es imposible que León Gieco, el mismo que cantó con Spinetta, Charly, Mercedes Sosa, Milton Nascimento, Víctor Heredia, Nito Mestre, esté a mi lado tomando un helado de “el Oso”, el que se fue a Caracas en bicicleta; frente al intendente que escaló varias veces el Aconcagua, y el director y guionista que demostró que la televisión puede ser una herramienta de cultura, y otro hacedor en Achiras, Andrés Piovanotto, y el secretario académico que pagó su carrera universitaria haciendo arbolitos de alambre, Enrique Bergamo, y el autor del mejor libro que se escribió sobre la pesadilla de Malvinas, Edgardo Esteban, y dos ex presos políticos que se encontraron 35 años después en una función de cine. Y dos o tres perros serranos, y los árboles y los chivos y dos vacas, y el viento y la piedra, y la vieja convicción que canta Silvio: sólo el amor convierte en milagro el barro.

Marcelo Arbillaga - Página12

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