Ojo de cerradura
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15/01/2019 09:14 hs

“Cuando vio a Jayme Closs, supo que era la niña que se iba a llevar”

Internacionales - 15/01/2019 09:14 hs
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La querella relata en detalle la sangre fría con que Jake Thomas Patterson mató a los padres de la joven de Wisconsin y la mantuvo secuestrada durante 88 días.

La trágica suerte de los Closs quedó escrita la mañana de uno de los dos únicos días en que Jake Thomas Patterson trabajó en una fábrica de quesos de Wisconsin, al norte de Estados Unidos. En su camino al trabajo, Patterson detuvo su coche detrás de un autobús escolar y vio cómo la joven Jayme Closs, de 13 años, se subía. “El acusado asegura que no sabía quién era, ni sabía quiénes ni cuántas personas vivían en la casa”, de acuerdo con la querella presentada este lunes, “pero cuando vio a Jayme Closs, supo que esa era la niña que se iba a llevar”.

El detective Jeff Nelson, de la oficina del sheriff del condado de Barron (Wisconsin), asegura que el acusado, de 21 años, arrestado el pasado jueves poco después de que la joven lograra escapar de su cautiverio, confesó haber matado a James y Denise Closs y haber secuestrado a su hija Jayme. Este lunes se ha celebrado una vista preliminar del caso, en la que el juez ha establecido una fianza de cinco millones de dólares, como reclamaba la fiscalía, para asegurarse de que Patterson no salga de la cárcel hasta que empiece el juicio el próximo 6 de febrero a las once de la mañana.



Una vez localizada su víctima, según relata la querella, el acusado actuó con una sorprendente sangre fría. Antes del fatídico 15 de octubre, el acusado acudió dos veces al domicilio de los Closs, en la localidad de Barron, con la intención de secuestrar a Jayme. En la primera ocasión, apenas una semana antes de la definitiva, condujo hasta la casa pero vio muchos coches aparcados en la entrada y se marchó. Regresó uno o dos días después, según el testimonio del acusado recogido en la querella, pero de nuevo le disuadió el percatarse de que había más gente en la vivienda. Una de esas noches condujo unas pocas millas y robó unas matrículas para asegurarse de que, cuando entrara en acción, nadie pudiera localizarlo por el vehículo.

Su tercer viaje a la casa de los Closs fue el 15 de octubre. Estacionó su Ford Taurus en una carretera secundaria y le colocó las matrículas robadas. Realizó otras modificaciones en el vehículo: desconectó la luz de la cabina, para que nadie pudiera verlo cuando abriera la puerta, y quitó también la luz del maletero.

Antes de salir de casa, Patterson cogió la escopeta Mossberg calibre 12 de su padre. Asegura que eligió ese arma porque había investigado y sabía que era una de las escopetas más populares y que sería, por tanto, más difícil de rastrear. Cogió, de una caja de munición en su garaje, seis cartuchos slug, que utilizan una pieza única de metal en vez de perdigones, porque pensó que eran los más eficaces para matar.

Asegura que limpió cuidadosamente la escopeta y los cartuchos, y los manipuló solo usando guantes, para no dejar huellas o restos de ADN. Con el mismo fin, se afeitó la cara y la cabeza y se duchó antes de salir. Se puso unas botas de cuero con punta de acero, pantalones vaqueros, una chaqueta negra, y guantes y pasamontañas del mismo color.

Al aproximarse a la casa de los Closs apagó los faros del coche, lo estacionó junto a la entrada y abandonó el vehículo en silencio. Asegura Patterson que vio a un hombre, que resultó ser James Closs, el padre de Jayme, en una ventana a la izquierda de la entrada. Tenía una linterna con la que iluminaba el exterior. Patterson le gritó que se echara al suelo, pero James seguía apuntándole con la linterna.

Patterson se acercó a la entrada. Vio el rostro de James al otro lado del ventanuco de cristal de la puerta. Dice que este le pidió que le enseñara la placa, pensando que se trataría de un agente de policía. Patterson alzó su escopeta, apuntó a la cara de James y apretó el gatillo. El padre cayó fulminado.

El acusado, siempre según recoge la querella, cargó con el hombro contra la puerta sin lograr derribarla. Disparó a la cerradura y, entonces sí, logró tirarla abajo. Una vez dentro, pasó por encima del cadáver de James, encendió su linterna y comprobó que la puerta de enfrente de él estaba cerrada. Recorrió la casa para ver si había alguien más y, al constatar que no había nadie, volvió a la puerta cerrada. Trató de derribarla. La embistió con su hombro 10 o 15 veces hasta que logró echarla abajo.

Al otro lado había un cuarto de baño. La cortina de la bañera estaba corrida. La arrancó y encontró a Denise Closs abrazando con fuerza a su única hija, Jayme. Patterson sacó un rollo de cinta americana, se lo entregó a Denise y le dijo que tapara con ella la boca de su hija. Al mostrarse la madre incapaz de hacerlo, Patterson le arrebató la cinta, dejó la escopeta sobre el inodoro, y amordazó a la joven él mismo. Le ató también las muñecas y los tobillos y la sacó de la bañera.

Con la joven de pie a su lado, Patterson agarró la escopeta, apuntó a la cabeza de su madre y disparó. Arrastró a Jayme por la casa con un brazo, sujetando la escopeta en el otro. Estuvo a punto de resbalarse en un charco de sangre. La arrastró por el jardín delantero, la metió en el maletero de su coche y lo cerró con llave. Se sentó en el asiento del conductor, se quitó la máscara y se dio a la fuga. Apenas había circulado medio minuto cuando tuvo que detener su vehículo para ceder el paso a tres coches patrulla que acudían a toda prisa hacia la casa con las sirenas encendidas. El acusado aseguró, según la querella, que había ido decidido a matar a quienquiera que estuviera en la casa para no dejar testigos. Preguntado sobre qué habría hecho si la policía le hubiera parado al cruzarse con los coches patrulla, contestó que tenía la escopeta cargada en el asiento del copiloto.

Fue la madre quien llamó a la policía desde el baño, antes de que Patterson la obligara a colgar. Cuando llegó el intruso, Jayme estaba dormida en su habitación, según ella misma ha relatado. La despertaron los ladridos de su perra. Al ver que había un coche aparcado en la casa, despertó a sus padres. Se encerró con su madre en el baño, y el padre bajó a la puerta. Al escuchar el primer disparo, Jayme supo que su padre había muerto.

Patterson condujo casi dos horas y llevó a Jayme a una precaria cabaña, propiedad de su familia, cerca de Gordon, un pueblo de 636 habitantes rodeado de bosques. “El lugar de retiro de los Patterson”, ponía en una señal a la entrada de la cabaña. Metió a Jayme en el dormitorio y le ordenó que se quitara la ropa (se había orinado encima) y que se pusiera un pijama de su hermana. Metió la ropa de Jayme junto con sus guantes en una bolsa y la arrojó la chimenea.

Obligaba a la chica a meterse debajo de la cama cada vez que él se ausentaba, a veces durante horas, o recibía visitas. Ahí permanecía los sábados, cuando iba a ver a Patterson su padre. La cama estaba situada en una esquina de la habitación, y Patterson colocaba cajas pesadas y cubos con pesas en el lado que quedaba libre para que su víctima no pudiera escabullirse. Ponía la radio para que no se escuchara nada. Nadie podía saber que Jayme estaba allí, le advirtió, “o podrían pasar cosas malas”.

Patterson no tenía antecedentes penales en Wisconsin. La gente que lo conocía lo describe como un joven callado y buen estudiante. En el anuario de su último curso en la escuela secundaria escribió que quería ser un marine. Ingresó en el cuerpo, pero duró poco más de un mes antes de abandonar en octubre de 2015. Eso indica, según declaró una portavoz a Associated Press, que “el carácter de su servicio era incongruente con las expectativas y estándares del Cuerpo de Marines”.

Durante la breve vista celebrada este lunes, Patterson compareció por vídeo desde la cárcel del condado de Barron. Vestido con un mono naranja, se limitó a responder sí o no a preguntas rutinarias del juez. No mostró emoción alguna y en una ocasión bostezó.

El texto de la querella no describe en detalle cómo transcurrieron los casi tres meses en la cabaña. Sí relata Jayme cómo en alguna ocasión el acusado se enfadó, por un motivo que ella no recuerda, y la golpeó “muy fuerte” con el mango de un objeto. En la querella no se acusa a Patterson de ninguna forma de agresión sexual.

En Navidad, Patterson asegura que fue a visitar a un familiar y dejó a Jayme bajo la cama durante 12 horas, sin poder comer, beber o ir al cuarto de baño. El jueves pasado, Patterson la hizo meterse bajo la cama otra vez. Le dijo que estaría fuera cinco o seis horas. Cuando él se marchó, Jayme logró empujar las cajas y cubos que tapaban la cama. Se puso de pie, se calzó unos zapatos de su secuestrador y echó a correr.

Cuando Patterson regresó a la cabaña vio las huellas de Jayme y comprobó que no estaba bajo la cama. Se montó en el coche y salió a buscarla. Para entonces Jayme, acogida en casa de unos vecinos, ya había dado la descripción del vehículo a la policía. Un coche patrulla lo localizó y le obligó a detenerse en el arcén. Dos agentes salieron del coche, ordenaron al conductor que saliera con los brazos en alto y le preguntaron su nombre. Se identificó como Jake Patterson. Al salir del vehículo les dijo que sabía por qué le paraban. “Yo lo hice”, les confesó.

El País 

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