Previo a una tormenta, usualmente en verano, decimos que “huele a lluvia”. Esa sensación compartida tiene, por supuesto, una explicación científica; aunque vale aclarar desde el comienzo que la lluvia no tiene olor. Ahora sí, se conoce como petricor a la combinación de compuestos químicos que se desprenden de plantas y del suelo al humedecerse el ambiente, previo a la lluvia, lo que genera esa fragancia característica.
En realidad, el “olor” a lluvia tiene como principal generador a las actinobacterias, un tipo de bacterias de gran importancia para la descomposición de materia orgánica -tales como la celulosa y quitina- que se convierten en nutrientes para las plantas. De ese proceso se desprende la geosmina, que en griego significa “aroma a tierra”.
En términos químicos, la geosmina es un tipo de alcohol, lo que hace que desprenda un fuerte aroma, a tal punto que, aunque haya muy pocas moléculas en el aire, somos capaces de detectarlo. Nuestro olfato es capaz de percibir muy pocas moléculas de geosmina por cada billón de moléculas que circulen en la atmósfera.
Pero ¿por qué es más común percibirlo en verano o en terrenos más secos? Es que, en períodos de sequía, la actividad de las actinobacterias se vuelve más lenta y se concentra. Por lo tanto, a la hora de humedecerse el terreno previo a una lluvia el aroma es más intenso.
Asimismo, si el suelo es de tierra, las primeras gotas extenderán esa sensación, ya que el agua esparcirá unas partículas denominadas aerosoles que transportarán la geosmina.
Esta explicación, desarrollada durante años en diferentes estudios, se suma al concepto de que el olfato es uno de los sentidos más complejos que tiene el ser humano, por la gran gama de aromas que podemos percibir.