Una nueva sonrisa que se pierde y otros ojos que ya no se abrirán. Ahora llega el desfile de abogados, la investigación, las sospechas y con mucha suerte una condena que será poco o no será nada. El caso de Sheila Ayala (10) es otro más. Otro de tantos. Otro donde la Justicia no alcanza. Otro que lejos de demostrar con duras penas lo que pasa, le arranca a la sociedad las pocas esperanzas que le quedan de luchar.
Una nena de 10 años. Una nena que iba a la escuela primaria, que usaba guardapolvo y miraba los dibujos animados. Una niña que seguramente sentiría mariposas en el estómago al ver una hamaca y un tobogán. Esa vida se llevaron.
¿Qué esperar de un país así? ¿Cómo hacen esos padres para continuar? Porque nada les devolverá el amor de Sheila, la inocencia de su edad y la emoción de verla crecer.
Es siempre el mismo guion. Ya naturalizado y casi asumido por la mayoría. Las matan como si nada. Las matan como si el valor de una vida fuera una hoja que se lleva el viento.
Se hablará del efecto de las drogas y el alcohol en
los tíos asesinos, de si el homicidio está relacionado a la supuesta vinculación de la madre de la víctima con el narcomenudeo, de la victimización de los culpables que caen en acciones condenables porque la sociedad inclusiva los habría dejado de lado.
Y justificativos no faltarán. Si Sheila hubiera tenido algunos años más, en redes sociales se debatiría si estaba vestida de forma “provocativa”, si "era de esperar por los amigos que tenía” y si correspondía que “ande sola a determinada hora de la noche”. Se los buscó con
Candela Rodríguez (11), Ángeles Rawson (16), Micaela García (21), Anahi Benitez (16), Chiara Páez (14), Melina Romero (17), Camila Carletti (22) o Micaela Avila (4), entre tantas otras.
Marchas ya se hicieron muchas. Los casos están a la vista y el miedo crece cada día, porque no "aparecen muertas", las asesinan. ¿Cuántas más hacen falta?
Nicolás Grimalt (nicolasgrimalt@hotmail.com)