Hemos pasado de tener más de un millón de paquidermos corriendo por los continentes asiático y africano a los 350.000 ejemplares hoy vivos. Al contrario que con los rinocerontes, otro animal altamente cotizado por sus apéndices, su repoblación está aún en pañales. Pero hoy es un día de buenas noticias.
Un tesoro en la basura: Samuel Wasser, biólogo y director del Centro de Biología de la Conservación de la Universidad de Washington, lleva desde hace más una década un equipo de trabajo que ayuda a las autoridades a mejorar en la lucha contra el tráfico de esta especie y de sus codiciados colmillos de marfil. En este tiempo ha recopilado datos del ADN de las heces de los elefantes en libertad y de las muestras biológicas de los colmillos confiscados durante todo este tiempo. Así es como ha ido descubriendo que los lotes de colmillos se suelen transportar separando el lado izquierdo del derecho.
Tirando del hilo genético: son tres cosas las que han descubierto con esta investigación. Primero han sido capaces de precisar en un perímetro de 300 kilómetros los orígenes geográficos de los elefantes cazados, es decir, las zonas de caza más frecuentadas por los cazadores. De ahí, y haciendo una estimación en base a la cantidad de parejas de colmillos reunificadas después de las confiscaciones, han averiguado el tamaño y las redes de circulación de cada cartel de contrabandistas. Después, sabiendo los flujos de circulación y cómo los lotes de distintos viajaban en los mismos contenedores, han comprobado que éstos contrabandistas cooperan esporádicamente entre sí para hacer sus envíos internacionales.
El oligopolio del oro blanco: así que, según el trabajo de Wasser y asociados, hemos descubierto que el comercio ilegal de marfil se reduce a tres mafias: los cárteles de Entebbe en Uganda, el de Mombasa en Kenia y el de Lomé en Togo. Ellos fueron responsables de la mayor parte del contrabando de marfil de África entre 2011 y 2014. Según los expertos, los cazadores sólo son peones en una red que necesita de fuerte inversión para funcionar: para disparar a un elefante hacen falta balas de 25 a 30 dólares, con lo que los contrabandistas ofrecen el instrumental y el coto de caza a los cazadores, sobornan a los agentes (y presumiblemente a los Gobiernos) y realizan los envíos. Si se consiguiese inhabilitar a estas tres mafias, teorizan, se podría acabar tanto con la caza como con la venta ilegal de una sola jugada.
Gobiernos ricos culpables: países europeos y Estados Unidos se muestran preocupadísimos por la situación del elefante desde que se le incluyera en el Apéndice II de la Convención de las Naciones Unidas sobre Comercio Internacional de Especies Amenazadas (CITES), pero no se prohibió su caza (Apéndice I), sino que se recomendó “controlarlo y limitar su comercio”. Así ocurre que la venta de marfil es legal en Europa “si el marfil es antiguo”, o que Estados Unidos prohibió su importación pero que ahora la Administración Trump lo ha aprobado bajo la fórmula de trofeos de caza siempre que el cazador pague una fianza de vuelta a su país, impuestos que hipotéticamente “podrían ayudarlos [a los elefantes] devolviendo ingresos muy necesarios para su conservación". La realidad es que se trata de una vía de lavado comercial de las piezas que, una vez legalizadas, se envían para su venta a los mercados asiáticos.
El grito biológico: como cuenta Wasser, una de las cosas que más le preocupa es que las muestras de colmillos que analiza se están haciendo progresivamente más pequeños. Los cazadores están atacando a las presas más jóvenes, lo que perjudica aún más a la repoblación de la especie. Los propios elefantes también luchan contra su aniquilación: un estudio difundido por The Times alertaba de que décadas de caza furtiva han alterado la genética de los elefantes africanos, y muchos están naciendo sin colmillos. Según los autores del estudio, en algunas zonas el 98% de las hembras no tienen colmillos, cuando en condiciones normales ese porcentaje era de apenas entre el 2% y el 6%.