"No soy Indiana Jones, él es mucho más guapo que yo", dice de sí mismo Leonid Vojmyakov, autor de uno de los descubrimientos del siglo en Rusia: los restos de Alexei Romanov, heredero natural al trono del Imperio Ruso, que fue asesinado junto a su padre, su madre y sus hermanas en Ekaterinburgo hace ahora un siglo. Los cuerpos de Alexei y su hermana María fueron ocultados en un punto distinto al del resto de la familia para que, si eran hallados, no se los pudiese relacionar entre sí y quedase sin resolver el regicidio. Vojmyakov halló a los dos -los últimos que quedaban- en 2007, disolviendo para siempre las teorías que contaban que alguno de los descendientes del zar había logrado escapar.
Los bolcheviques fusilaron a los siete Romanov y también a la criada, el mayordomo, el cocinero y el médico en la madrugada del 17 de julio de 1918 ante el temor de que el otro bando de la guerra civil, que acechaba a la ciudad, lograse rescatarlos. Los que no murieron de inmediato fueron rematados con bayonetas. La versión oficial que se comunicó decía que «el zar verdugo» había sido fusilado y su familia llevada a otro emplazamiento. Sobre esos huesos machacados a culatazos, quemados y rociados con ácido cayó un silencio que duró décadas.
Los primeros huesos de la familia real rusa fueron hallados en 1979 por unos buscadores aficionados, que por temor a las represalias del sistema soviético volvieron a ocultarlos. Callaron hasta 1991, cuando por fin los restos fueron sacados del pedregoso suelo del bosque de Koptyaki. Allí los abedules son tan altos que no importa tanto que en verano amanezca a las cuatro y media de la mañana. En ese lugar, durante aquel amanecer del 19 de julio de 1918, un grupo de chequistas y buscavidas, exhaustos tras probar a enterrar sus reyes en varios emplazamientos, picaron apenas 60 centímetros en el suelo para propiciar un enterramiento chapucero, disimulado después con traviesas de ferrocarril en la superficie. Esas tablas de madera quedaron incrustadas en el suelo tras hacer pasar un camión varias veces sobre ellas. Era día de mercado en Ekaterinburgo, así que los campesinos de Koptyaki pronto empezarían a bajar por el camino. Esto había empujado a Yakov Yurovski, jefe del escuadrón ejecutor, a la improvisación.
En el último momento sacó los cuerpos más pequeños, el zarevich y María, y los colocó a unos 15 metros. Los quemó, pero sólo parcialmente: fuera de un horno crematorio los huesos necesitan arder durante más de un día para ser reducidos a cenizas. Por si acaso, lo que quedaba de ello fue machacado y cortado en trozos para ser colocado en su pequeño enterramiento.Unos pocos fragmentos de Alexei y María fueron desperdigados por la zona por los hombres de Yurovski. Es una indicación de que tenían más interés en despistar a investigadores del bando enemigo (los blancos leales al zar) que a futuros investigadores como Leonid, que un siglo después cuenta a Crónica su historia mirando por el ventanal de una pizzería 24 horas del centro de Ekaterinburgo.
El Mundo