El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, el hombre que "traicionó" a su clase social, que firmó la paz con las FARC, ganador del Nobel de Paz y cuyos niveles de popularidad son bajísimos, dejará el gobierno el próximo 7 de agosto, tras ocho años en el poder.
El mandatario divide opiniones: entre quienes valoran haber logrado que el grupo guerrillero más violento del continente negociara su salida del conflicto armado interno, tras medio siglo de guerra; y aquellos que consideran que traicionó al país con la firma de la paz y de paso el "legado" de su antecesor, Alvaro Uribe.
No hay puntos medios con quien en dos días pasará a engrosar la lista de ex presidentes colombianos, con la promesa de que se retirará a los cuarteles del olvido, porque renuncia a la política. "Cuanto más miro hacia atrás más me reafirmo en la certeza de que haber abierto la puerta del diálogo con las FARC -que tuvo como resultado el fin del conflicto armado con esta guerrilla- fue la mejor decisión que tomé en estos ocho años", dijo esta semana Santos, en un acto público.
En efecto el mayor logro y a la vez la peor desgracia para este político de 66 años es haber sellado la pacificación con las FARC, un objetivo que persiguieron varios de sus antecesores, incluido Uribe, célebre por haber propinado los golpes militares más contundentes a los rebeldes, con Santos como su ministro de Defensa.
La paz dividió al país, lo hizo en las urnas durante el plebiscito en el que ganó el No y replanteó algunos temas de la negociación, y quedó evidente en las elecciones presidenciales pasadas en las que ganó el derechista Iván Duque, su sucesor, frente al izquierdista, Gustavo Petro. Afuera quedaron los partidos de centro.
Los círculos familiares, las redes de amigos o compañeros, cualquier espacio de relación entre los colombianos se vio salpicada por esa misma polarización. Fue justamente el presidente Uribe (2002-2010) uno de los factores de esa división con su oposición al borde de la rabia a través de sus redes sociales y con su partido político que criticaron sin piedad cada decisión del gobierno.
Santos se jugó su capital político por la paz, un hecho medido en cifras, pues pasó de tener niveles de aprobación al inicio de su gobierno cercanas al 80%, hasta caer al 14% en enero pasado, como lo reveló una firma encuestadora privada.
En oposición, Uribe mantuvo un porcentaje de popularidad del 72% en promedio durante sus ocho años de mandato, y aún hoy es considerado el político más popular del país, tanto que obtuvo un escaño en el Congreso con más de 800 mil votos. "Pude haber seguido la inercia de la guerra en la que ya había sido exitoso, como me lo sugirieron muchos; pero ni mi conciencia ni la historia me lo hubieran perdonado", admitió Santos recientemente.
Será justamente la historia la que le dé el sitio al mandatario impopular para sus compatriotas, pero un personaje respetable en el exterior, que deja el poder luego de ocho años. "No tengo ninguna duda que él va a tener un gran reconocimiento nacional e internacional, que será mucho más rápido. Ahora buena parte de los cuestionamientos están asociados a la polarización de la coyuntura política y al expresidente Uribe", dijo a ANSA, el académico local Alejo Vargas. "En un par de años todo esto habrá cambiado", agregó Vargas, director del Centro de Pensamiento y Seguimiento al Diálogo de Paz de la Universidad Nacional de Colombia.
Para el profesor de Historia de la Universidad del Rosario de Bogotá, Alvaro Pablo Ortiz, "el logro de la paz al presidente Santos no se lo puede arrebatar nadie". "Pero -añadió el historiador- fue un logro que implicó muchas concesiones, una generosidad casi desbordada, y si eso no se corrige sobre la marcha es posible que esa paz se puede volver la antesala para un conflicto hasta de más intensidad", dijo Ortiz a ANSA.
Ambos coincidieron en que será el tiempo el que le dé el sitio que se merece Santos, el presidente 59 de país, que este 7 de agosto se marcha dejando atrás un país en relativa paz.