Hasta aquí nada extraordinario. Sucede, sin embargo, que lo mismo le pasa a los farmacéuticos, los pobres héroes encargados de traducir la lengua ignota de los galenos a diario.
La mala letra de los médicos es legendaria, y sus visos mitológicos no han hecho sino crecer estos días gracias a la viralización del, posiblemente, mejor grupo de Facebook que se nos pueda ocurrir ahora mismo: "Trabajamos en farmacias españolas. Foto para añarnos entre nosotros". ¿El objetivo? Resolver dudas, compartir ofertas de trabajo, discutir estudios y, por supuesto, "transcribir" (literalmente) las recetas producidas por las prodigiosas muñecas de los galenos.
El asunto se convirtió en un pequeño hito en las redes sociales gracias a este tuit de @AlfonsoLomas en el que se adjuntaba la captura de una receta (incomprensible, por supuesto) y las respuestas confusas de los farmacéuticos: "Parece Bilina", "me sobran muchas letras", "eso pensaba pero con ellos nunca se sabe", "¿Azelastina?", "yo voto por colirio Bilina cada 12 horas", "Al final, gel simbrinza". Y así diariamente. No sólo en Facebook, sino en tu farmacia de guardia.
Realmente los farmacéuticos de España tienen un grupo en Facebook para ayudarse entre ellos a descifrar la letra de las recetas médicas y estoy llorando.
Tradicionalmente, el misterio se descifraba llamando al médico y cuestionando por el jeroglífico. Las redes sociales han hecho mucho más rápido el proceso, como explica aquí la administradora del grupo. Facebook sirve como mente colmena colaborativa para solucionar las horribles caligrafías del mundo médico y para agilizar el trámite de entrega de medicamentos a los pacientes. De ahí que esté cerrado y su acceso sólo orientado a farmacéuticos (pese a que se cuelan pacientes).
¿Pero por qué demonios sucede? La cuestión de la caligrafía médica lleva siendo motivo de modesto estudio durante décadas. Hay teorías de todos los colores: los médicos se suelen excusar recordando la ingente cantidad de apuntes que debían tomar en la carrera (en los tiempos contemporáneos debería ir a menos, en ese caso); otros apuntan hacia el propio proceso médico: todo tiene que quedar registrado, lo que provoca que los médicos tengan incentivos para escribir muy rápido y poder procesar a los pacientes de forma más ágil.
También hay ciertas razones históricas, como se apunta aquí. Tradicionalmente la medicina implicaba a pocos actores en la vida de un paciente, y el médico tenía pocos incentivos para compartir sus apuntes con nadie más. La situación cambió con la ciencia y la medicina moderna, lo que hizo de las apresuradas notas de los galenos un problema estructural en los sistemas de salud. Para el año 2002 se calculaba que el 15% de las notas eran incomprensibles.
Directamente indescifrables.
Otros estudios elevaban la cifra al 24% y al 37%, en función de dónde colocáramos el baremo de legibilidad. En todos los casos, se sabe que esto es un problema estructural de los sistemas de salud contemporáneos. Sólo en Reino Unido se calcula que alrededor de 30.000 muertes anuales son atribuibles a errores médicos: ¿cuántas de ellas están relacionadas con medicamentos erróneamente entregados por recetas que son imposibles de interpretar?
En 2007, el National Academies of Science's Institute of Medicine intentó responderse a la misma pregunta. Su resultado: alrededor de 7.000 muertes anuales en Estados Unidos pueden ser explicadas por la espantosa caligrafía de los médicos. Al mismo tiempo, contabilizaba más de millones y medio de pacientes mal tratados por culpa de las espantosas recetas, un porcentaje considerable (pero no especificado) en los 3.000 millones de recetas prescritas al año.
¿La solución a tan acuciante cuestión? Tecnología. Recetas electrónicas ya existentes en numerosos países del mundo que permitan a los farmacéuticos ahorrarse labores detectivescas y arqueológicas. Y también, claro, grupos colaborativos como el de Facebook.