En tiempos de polarización política y “grieta” en Argentina, emerge la historia de una mujer que conservó la espiritualidad profunda de toda una sociedad e inspiró a políticos que forjaron el nacimiento del país.
Fue una verdadera “madre de la patria”. Aunque su historia aún permanece olvidada para las grandes mayorías, en una Argentina atravesada por la polarización política y la fragmentación social. Hace casi 300 años, María Antonia de Paz y Figueroa (1730-1799) ya se comportaba como una mujer determinada en un ambiente hostil. La “primera feminista” del país, podría decirse. Mama Antula, como la bautizaron los indígenas de su época, ya es beata y tiene buenas chances de convertirse en la primera santa argentina.
“El mensaje que puede dar a los argentinos y al mundo entero de hoy es la imperiosa necesidad de unión y no discriminación”, explicó al Vatican Insider, Ana María Cabrera, que dedicó su séptima novela a esta figura. “Mama Antula” tituló su libro, publicado por Editorial Sudamericana. De subtítulo eligió las sugestivas palabras: “La vida de la mujer que fundó la espiritualidad de Argentina”. Y no resulta una frase desproporcionada.
La Casa de Ejercicios Espirituales, que logró fundar en Buenos Aires en 1795, fue el punto más alto de una extenuante labor de esta mujer por la conservación de la espiritualidad ignaciana en el país, mientras la Compañía de Jesús permanecía proscrita en la región a causa de los muy conocidos problemas que debió afrontar en toda América. De ahí el especial aprecio del Papa Francisco por ella. “Esta mujer vale oro”, ha dicho, más de una vez, Jorge Mario Bergoglio.
Nacida en la norteña provincia de Santiago del Estero, en el entonces Virreinato del Río de la Plata, desde muy joven se caracterizó por su rebeldía y tenacidad. “Una extraordinaria mujer también fue casi desconocida”, precisó Cabrera. Todos la recuerdan porque caminaba descalza y se proponía metas casi imposibles. En su juventud conoció la espiritualidad de san Ignacio de Loyola y quedó prendada. Tras andar por el norte del país se dirigió a Córdoba, la provincia donde los jesuitas habían fundado una universidad que en su tiempo era comparada con la de Salamanca, por su gran prestigio intelectual.
“Fue allí donde una voz divina le indicó que en las grandes ciudades hacía falta ‘pasto espiritual’. Fue así que llegó a Buenos Aires para fundar la Casa de Ejercicios Espirituales en 1780. No fue fácil ya que en esos tiempos los jesuitas eran rechazados tanto por el poder político como el eclesiástico. Con serena perseverancia Mama Antula lo consiguió”, indicó la autora.
Agregó que el objetivo central en la acción de esta mujer fue predicar numerosas tandas de los ejercicios espirituales de San Ignacio a toda clase de personas: criollos, negros, blancos, señoras y esclavas. Todo el pueblo, sin distinción de raza o clase social. Incluso pasaron por aquella casa hombres de la política e intelectuales. Como Manuel Belgrano, Juan José Castelli, Manuel Alberti y Cornelio Saavedra, miembros de la Primera Junta de Gobierno, el antecedente para la independencia argentina. Belgrano estuvo ocho veces en los Ejercicios Espirituales.
“Allí, junto a Mama Antula, estos grandes hombres se empezaron a reunir para leer y discutir las proclamas de la Revolución Francesa de libertad, igualdad y fraternidad. Se hablaba del orden y de la ley dentro de la cual se puede vivir en libertad. La Casa de Ejercicios fue también un espacio para intercambiar ideas emancipadoras. Mama Antula hacía un persistente trabajo contra la esclavitud, la trata sexual y el trabajo abusivo”, recordó Ana María Cabrera.
Así, la Casa de Ejercicios fue un ámbito fundacional para el nacimiento del nuevo país. De ahí que la beata sea llamada “madre de la patria”. Aunque su imagen no aparezca entre los próceres nacionales, ni su historia haya sido incluida en los manuales de historia estudiados por los alumnos argentinos.
Como describió Cabrera: “Ella desafió los poderes de la época primero por ser mujer beata, no religiosa. Anduvo caminando para sembrar el pasto espiritual que tanto hacía falta por estas tierras. Con profunda fe con serena perseverancia consiguió que se aceptaran los ejercicios espirituales en una época en la cual no sólo habían sido expulsados los jesuitas sino que más tarde el Papa disolvió la congregación”.