Ilumina la oscuridad
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21/03/2018 08:30 hs

Guillermo Haro, el conquistador de estrellas en la constelación de Orión

Latinoamerica - 21/03/2018 08:30 hs
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El astrónomo mexicano, que también descubrió una supernova, más de 10 novas y un cometa que lleva su nombre, contribuyó a conocer la edad del Universo y cómo se formó.

Guillermo Haro decidió cumplir a rajatabla el sentido de la pregunta que en una ocasión le hizo a su madre y cuya respuesta llevó más lejos de lo que se ve a simple vista: “¿Dónde acaba el mundo?”. En otra ocasión, vaticinó su futuro al anunciarle a su progenitora que iba “a descubrir cómo nace una estrella”.

Así era el intrépido mexicano, siempre con la duda en la cabeza, no como signo de inseguridad, sino de sabiduría. Preguntaba todo como señal de inteligencia, retó a sus maestros y desafió a sus alumnos con el objetivo de no acomodarse y de aprender siempre. Se convirtió en un referente de la ciencia mexicana y mundial tanto por su perseverancia en la investigación como por la importancia de sus descubrimientos. Guillermo Haro situó a su país en la vanguardia científica con el apoyo a nuevas líneas de investigación pero también con el establecimiento de políticas científicas generales en el país y, por todo ello, es considerado el fundador de la astronomía moderna en México.

Su pasión por las estrellas lo llevó a contemplar el cielo cada noche y la recompensa que obtuvo por ello fue los numerosos hallazgos de estrellas fulgurantes, supernovas y hasta un cometa. Su trabajo continúa de actualidad porque sus descubrimientos ofrecen la posibilidad de conocer la edad del Universo y cómo llegó a formarse.

Guillermo Benito Haro Barraza nació en Ciudad de México el 21 de marzo de 1913. Creció durante la época de la Revolución mexicana y se graduó en Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) antes de interesarse por la astronomía, ya que siempre le preocupó la posición del hombre en el cosmos.

A partir de la Filosofía Haro mostró un gran interés por la epistemología, el estudio del conocimiento científico, aunque fue realmente la astronomía la que le robó el corazón. No en vano, su atracción por los estudios, su dedicación y su entusiasmo fueron méritos suficientes para que fuera contratado en 1941 como asistente del recién fundado Observatorio Astrofísico de Tonantzintla y, más tarde, por el Observatorio Astronómico de Tacubaya, instituciones que llegó a dirigir a lo largo de su carrera.

El ya considerado joven brillante investigador Guillermo Haro estuvo dos años en Estados Unidos completando su formación en Harvard y, cuando regreso a México en 1945, se reincorporó al Observatorio Astrofísico Nacional de Tonantzintla como responsable de la nueva cámara de Schmidt de 24-31 pulgadas. Fue en él donde comenzó su estudio sobre estrellas brillantes rojas y azules, y también la época en la que se convirtió en articulista de divulgación científica para el periódico Excélsior.

Su encuentro y relación a partir de ese momento con los grandes astrónomos de la época, como el estadounidense Harlow Shapley, el inglés Fred Hoyle, el hindú Subrahmanyan Chandrasekhar y, sobre todo, el ruso Viktor Ambartsumian le proporcionaron nuevas perspectivas de discusión y de planteamientos a su trabajo.

Empezó a destacar tan pronto en el mundo que ingresó en el Colegio Nacional en 1953 gracias a su sed de conocimiento, y fue uno de los miembros más jóvenes, cuando tenía 40 años, en recibir ese honor. En ese mismo año, clave en su carrera, también le concedieron la medalla de oro de la Sociedad Astronómica Mexicana y fue nombrado doctor honoris causa por Universidad de Cleveland.

“Servirse de la ciencia y de la técnica con un profundo espíritu humanista, conducirlas, encauzarlas hacia el bienestar y la paz, es la tarea fundamental de nuestra época”, fue una de las frases que destacó Haro en el discurso de ingreso en el Colegio Nacional y que convirtió en lema durante toda su vida.

Entre los descubrimientos más destacados se encuentran la detección de numerosas nebulosas planetarias en dirección al centro de la galaxia y el de condensaciones de nubes de alta densidad junto a regiones ricas en estrellas de reciente formación, bautizadas en su honor, y el de George Herbig como Objeto Herbig-Haro.

Guillermo Haro y sus compañeros de investigación descubrieron estrellas fulgurantes en la región de Orión, algo que continuó desarrollando durante toda su vida. Otro de sus proyectos de envergadura fue la realización de un listado de 8.746 estrellas azules, publicado conjuntamente con el doctor Luyten en 1961. Al menos 50 de estos objetos acabaron siendo considerados quásares después.

La lista de Haro de 44 galaxias azules, recopilada en 1956, también fue precursora de muchos trabajos posteriores en la búsqueda de ese tipo de galaxias, pero la capacidad insaciable por la investigación y el entendimiento del cosmos llevó a Guillermo a descubrir también varias estrellas T Tauri, 11 novas galácticas, una supernova extragaláctica y un cometa.

En colaboración con los profesores Luyten y Zwicky, Guillermo Haro organizó la Primera Conferencia sobre Estrellas Azules, celebrada en Estrasburgo en agosto de 1964, y junto con los doctores Samuel Ramos y Elí de Gortari fundó el Seminario de Problemas Científicos y Filosóficos, que promovió la edición de 27 libros y más de 80 artículos de divulgación, porque el científico mexicano no solo destacó por sus investigaciones, sino que también lo hizo por su divulgación académica con trabajos como ‘Cometa Haro-Chavira’ (1955), ‘Supernova en una galaxia espiral’ (1959), ‘Variables eruptivas en el halo galáctico’ (1961), ‘Flare stars’ (1968), ‘On the photoelectric photometry of some Orion flare stars’ (1969) y ‘New flare stars in the Pleiades’ (1970).

Los artículos sobre diferentes ramas de la astronomía abrieron nuevas áreas de investigación que continúan desarrollándose en todo el mundo y que tienen que ver con los Objetos Herbig-Haro, las estrellas ráfaga y estrellas T Tauri, las nebulosas planetarias, las estrellas azules en el halo de la galaxia, y las estrellas azules con nebulosas muy intensas.

En 1967 Haro propuso instalar un observatorio en la Sierra de San Pedro Mártir, en Baja California, y en 1970, otro en Cananea en el estado de Sonora. El astrónomo sabía que sus investigaciones no giraban solo en torno a la explicación sobre el origen sino que también tenían aplicaciones prácticas en óptica electrónica y en computación, y por eso fundó el Instituto Nacional de Astrofísica Óptica y Electrónica (INAOE), el Instituto de Astronomía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el Instituto Nacional de Ciencia y Tecnología e impulsó la editorial Siglo XXI.

Gracias a Guillermo Haro, la comunidad de astrónomos mexicanos pasó de cinco a más de 200 en la actualidad, sin contar los casi 250 doctores en Óptica graduados hasta la fecha en el INAOE que él fundó, y es que el científico siempre se preocupó de que los estudiantes formados en el extranjero regresaran a México y aportaran su conocimiento al desarrollo del país.

Guillermo Haro recibió el Premio Lomonósov, el equivalente al Nobel ruso, y logró que el observatorio astronómico San Pedro Mártir, iniciado por él y terminado por Arcadio Poveda, se convirtiera en uno de los cuatro mejores del mundo para que los jóvenes científicos desarrollaran su carrera en el país y no en el extranjero.

Su vida, sin embargo, acabó demasiado pronto, el 27 de abril de 1988, cuando tenía 75 años y aún numerosos proyectos por desarrollar, ya que siempre dedicó su vida a la ilustración de sus semejantes.

Pocos hombres han aportado tanto a la ciencia mexicana como Guillermo Haro. Fue, según las palabras de su esposa, la escritora Elena Poniatowska, “el más notable y visionario astrónomo que entregó su vida a esta disciplina y puso la ciencia de México al nivel de los países desarrollados haciendo investigación de vanguardia con los medios de un país del tercer mundo”. Ella fue quien contó su vida en el libro El universo o nada: biografía del estrellero Guillermo Haro, y lo definió como la persona que siempre puso en duda lo establecido, pero jamás olvidó leer el cielo nocturno.

El País

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