Ya con la cámara encendida, en medio de una de las tantas videoconferencias que la maestra de inglés propone, los alumnos de República Checa pidieron a sus pares si podían cantar el himno. Por un segundo todos se miraron, aunque no dudaron. Se pusieron de pie y comenzaron: "Oíd, mortales, el grito sagrado". Cuando terminaron la última estrofa, retribuyeron el pedido. Fueron los alumnos checos quienes cantaron su himno.
La profesora a cargo de la clase era Silvana Carnicero, hoy entre los 50 nominadas al
Global Teacher Prize, que reconocerá al "mejor maestro del mundo" en marzo del año que viene. Esa, la clase en videoconferencia con los alumnos checos, era tan solo una de las tantas que imparte en la Escuela Técnica Nº33 de Nueva Pompeya y en el colegio Madre de la Misericordia en Avellaneda.
Hace ya 18 años que implementa la metodología. Por entonces, a casi nadie se le cruzaba por la cabeza la inclusión de la tecnología en el aula. Todo comenzó en un curso que encontró en Internet. Le pedían un proyecto para publicar en una red telemática. Creó "Mi escuela, tu escuela" que conecta a instituciones de distintas partes del mundo para contar cómo viven su día a día. Cómo son sus uniformes, sus horarios, cuáles son sus celebraciones, cómo está compuesto el personal, qué deportes practican, qué idiomas se imparten.
"Es impresionante cómo los chicos toman conocimiento de otras problemáticas globales y empiezan a entender las propias", explicó. "Siempre me acuerdo que llegaba a las 7 y media de la mañana y me decían: 'Profe, ¿escuchó que hubo un terremoto en Mendoza?'. Antes no lo tenían presente, pero por haber hecho videoconferencias con Japón, donde los terremotos son más comunes, lo habían incorporado".
El Skype pasó a ser parte de su cotidianeidad. Los chicos de secundaria se conectan con alumnos de, por ejemplo, Rumania, Egipto, Pakistán. Mientras mayores sean las diferencias culturales, mejor. "Son culturas que no tienen nada que ver con nuestro país. Comparan similitudes y diferencias, y también dan a conocer su idiosincrasia, refuerzan su identidad", reconoció Carnicero.
La actividad, además, sirve para trabajar el inglés. No es la típica simulación de conversación de restaurante u hotel. Hablan con pares y, para comunicarse, no tienen otra alternativa que recurrir al idioma.
Aunque, según su mirada, la metodología ofrece otras dos ventajas puntuales: la motivación por el trabajo y el desarrollo de habilidades clave para el futuro como alfabetización digital, colaboración, estrategias de comunicación. "La clave es siempre poner los objetivos pedagógicos por sobre la tecnología porque si no, se convierte en una moda que termina pasando", puntualizó.
Una vez que se enciende la cámara, se presenta la misma la posibilidad que ante cualquier actividad grupal: que participen unos pocos, los más verborrágicos, y que una mayoría se resguarde en el silencio. "Para que participen todos, organizo grupos. Cada uno piensa preguntas para que no haya lagunas de silencio. Se trabaja en la previa para que cuando se prenda la cámara no se queden mudos", aclaró.
La discusión sobre el uso de los celulares en sus clases no tiene sentido. Cada chico trabaja con su teléfono. Mientras ellos publican, ella repasa sus producciones. Luego cada trabajo termina en un blog que los concentra. "Quiero que expresen ideas a través de narrativas digitales", remarcó.
Hace pocos días le informaron que estaba entre las 50 semifinalistas para el premio. Cuando se postuló, lo hizo con pocas esperanzas. La competencia era mucha, pensó. (Tenía razón: se postularon cerca de 40 mil docentes). Dio a conocer su carrera, su visión disruptiva de la educación, sus logros, sus virtudes y las pruebas correspondientes.
El reconocimiento le sirvió para mensurar la importancia de su trabajo. "Tengo mi forma de dar clases naturalizada. Uno tiene la idea de que otros docentes hacen todavía más cosas", dijo. Hoy está por terminar su maestría en tecnología educativa. La misma tecnología que la acompaña desde hace dieciocho años en el aula.
Maximiliano Fernandez / Infobae