Bajo esa agitación de acero, madera y polvo, el ferrocarril de la India está lleno de historias. Fotos de Matthieu Paley
Bajo esa agitación de acero, madera y polvo, el ferrocarril de la India está lleno de historias. Durante más de un siglo ha presenciado la expresión infinita de la condición humana, soportado el peso incalculable de las separaciones y mecido suavemente hacia un sueño de olvido a todos aquellos cansados del mundo.
«Es nuevo y hermoso y repulsivo al mismo tiempo», afirma el fotógrafo de National Geographic Matthieu Paley, que pasó cinco días y cuatro noches a bordo del Vivek Express documentando esta historia sin fin. La ruta, que empieza en el punto más meridional de la India, se prolonga a lo largo de 4.300 kilómetros al norte desde Kanniyakumari a Dibrugarh bajo la intensa mirada del sol ecuatorial. Es el trayecto en tren más largo en el subcontinente indio.
«La gente quiere tiempo», afirma Paley. «Vivimos en un mundo que quiere comprimir el tiempo y acelerar las cosas cada vez más, y me encanta el tren porque es un entorno en el que tienes que enlentecerte».
El movimiento de «viajar lento» se remonta hasta la Revolución Industrial del siglo XIX, una época definida por una aceleración sin precedentes, la omnipresencia de la tecnología y la comodificación del tiempo. Los románticos advirtieron de esta fijación moderna de velocidad como una «jaula de hierro» fabricada por nosotros mismos que llevaría a la alienación, la pérdida de significado y la falta de disposición para la autorreflexión. El remedio que proponían era la desaceleración.
«Mi forma favorita de fotografía es la que hago cuando me desacelero, pero eso no es fácil hoy en día», afirma Paley. «En los trenes soy un rehén, estoy desconectado, suspendido en el tiempo. Me obliga a enlentecerme. Eso es lo que deseo: dame un viaje largo y lento y seré feliz».
Sin embargo, la experiencia del tiempo depende enteramente de nuestras percepciones de velocidad, que evolucionan constantemente. Aunque el viaje en ferrocarril es lento según los estándares contemporáneos, cuando el primer tren de la India atravesó los 34 kilómetros de Bombay a Thana en abril de 1853, supuso un logro de la ingeniería y fue criticado por las mismas razones enunciadas por los románticos.
Durante los próximos 150 años, el ferrocarril no solo ha cambiado drásticamente la cultura de la India, sino que también ha reestructurado el espacio y el tiempo.
El ferrocarril, considerado tanto una tecnología transformadora como un símbolo de la opresión imperial británica, eliminó las en su día enormes distancias, generó comercio e intercambio intelectual y abrió el acceso al viaje para las masas. Sin embargo, simultáneamente, favoreció entornos en los que se engendraron enfermedades infecciosas, creó condiciones laborales de explotación y alteró de forma irreversible el paisaje natural.
Para los colonos británicos, el tren era un heraldo del progreso, una herramienta para abolir el sistema de castas y forjar una sociedad capitalista. En su lugar, tomó la forma de un espacio invariablemente indio: un tándem de belleza y caos.
«El subcontinente indio puede ser un lugar perturbador», afirma Paley. «Existe una cierta levedad del ser, pero es difícil distinguirla en un primer momento, escondida entre todo el ruido y la colorida locura. Eso es lo que adoro de esta parte del mundo: puedes simplemente conectar con lo que te rodea sin sonar raro».
Este compromiso inquebrantable es fundamental para viajar lento, un movimiento que valora las interacciones de calidad con las culturas locales por encima de la adquisición rápida de sellos en el pasaporte. Este ideal se remonta a la creencia romántica de que la preocupación por el futuro corrompe el viaje en el presente.
Los científicos están de acuerdo en que las sociedades industrializadas experimentan una «hambruna temporal» paradójica —el sentimiento persistente de que tenemos mucho que hacer y no contamos con tiempo suficiente para lograrlo— y que esto interfiere en nuestra capacidad para disfrutar de las experiencias inmateriales. Lo hacemos todo más rápido, pero no sentimos que tengamos más tiempo libre.
A medida que la India se precipita ininterrumpidamente hacia el futuro, no queda claro cómo será la próxima generación de viajes en tren. Con el apoyo de un préstamo de 10.200 millones de euros de Japón, el gobierno está desarrollando actualmente un tren bala de alta velocidad que conectará las ciudades de Mumbai y Ahmedabad. «Esta iniciativa provocará una revolución en el ferrocarril de la India y acelerará el viaje del país hacia el futuro», según el primer ministro Narendra Modi. «Se convertirá en el motor de la transformación económica».
Esto quizá sea la dualidad de la modernización: tiene el potencial de mejorar drásticamente la vida al mismo tiempo que provoca una atrofia espiritual.
Henry David Thoreau prescribía «un tónico de lo salvaje» para huir del ritmo voraz de la urbanización. Sin embargo, en un país con 1.300 millones de habitantes, lo salvaje es estado mental, la disposición a confrontar la vida y todas sus complicadas iteraciones. Con más de 22 millones de pasajeros a diario, 1,3 millones de empleados y casi 66.000 kilómetros de vías, el ferrocarril de la India rebosa vida.
«Somos una masa colectiva moviéndonos al unísono con el ritmo, temblando, en evolución continua», afirma Paley. «Si prestas atención, puedes conectar con la alegría pura de viajar. Para mí, es la sensación de estar unido con todas nuestras diferencias».