Increíble. Fantástico. Extraordinario. Alucinante. Impresionante. Sorprendente. Todas esas calificaciones y unas cuantas más suelen utilizarse para hablar de la simbiosis Federer-Tenis.
14 años después de ganar su primer título en el
All England, Roger Federer obtuvo su octavo Wimbledon sin ceder sets –convirtiéndose en el jugador más veterano en ganar el torneo en la era profesional– y su 19° Grand Slam. Una vigencia sin igual en el mundo del deporte. El tiempo, algo a lo que casi nadie escapa, parece no tener efecto en el suizo.
“Me acerco a la red, convencido de que he perdido contra el Everest de la siguiente generación. Me dan pena los jugadores que tengan que competir contra él. Casi todo el mundo tiene puntos débiles; Federer, no”, escribió Andre Agassi en su libro
Open: Memorias. Cualquiera coincidiría ante tal descripción, pero muchos dirán que fue algo cauteloso en su pronóstico. No sólo se sobrepuso a su camada de tenistas. Hoy, con casi 36 años, sigue dominando un deporte en donde sus colegas contemporáneos ya no existen para el mundo ATP.
Dado por ex jugador en más de una ocasión, el mejor tenista de la historia reinventó su juego para seguir cabalgando al máximo nivel. Este año ganó los dos Grand Slams que jugó y los dos torneos Masters 1000 en los que participó. Algo que ya había logrado en 2006, cuando Italia ganaba el Mundial de fútbol de Alemania y Dwyane Wade conquistaba su primer anillo NBA con Miami Heat.
Federer es poseedor de una extraña mutación genética. Alguien que quizá habría sido bailarín clásico de danza si no se hubiera cruzado con una raqueta en su niñez. Juega al tenis con una naturalidad asombrosa. Nada parece demandarle esfuerzo. Nada lo incomoda. No ves a un deportista, ves a un artista. Sus movimientos son una amalgama perfecta entre talento y precisión. Al verlo jugar, uno podría creer que su cuerpo, la raqueta y la pelota son lo mismo. Una misma fuerza que desafía las reglas de la gravedad y la geometría.
Quien haya creado el tenis, seguramente soñó que un día alguien lo jugase como lo juega este hombre. Si hay un fútbol que le gusta a la gente, existe un tenis que le gusta a la gente y ese es el que juega Roger Federer.
Mientras el universo descifra cómo detener el tiempo y retrasar su retirada, allí va él, con el trofeo de Wimbledon apretado contra su pecho, brazo derecho levantado y dedo índice señalando al cielo. Claro mensaje: “Soy el número uno”.
Nicolás Grimalt