En su juventud, Belgrano, aquel chico que lo tenía todo, fue idealista, desordenado, soñador. "Se apoderaron de mí las ideas de libertad e igualdad y sólo veía tiranos que impedían al hombre disfrutar de sus derechos”, llegó a escribir
El primer "Tano" de estas tierras fue Domenico Belgrano Peri (aquí lo castellanizaron Pérez) nacido en Oneglia, en el golfo de Génova, que perteneció en sus tiempos al reino de Cerdeña. Domenico emigró a los 19 años, hacia 1749, y se radicó en Cádiz, ciudad española muy vinculada a las Indias (es decir, América española) que tenía 50 mil habitantes a mediados del siglo XVIII. Abundaban entre ellos los comerciantes italianos y franceses. En los jardines gaditanos se veían árboles de América como el ombú, el jacarandá, el drago, el ficus.
El señor Belgrano Peri se embarcó en 1751, hacia Buenos Aires (a bordo del navío El Poloni) junto a su primo don Angelo Castelli para probar suerte aquí. Los dos tendrían hijos varones que pasarían a la historia como revolucionarios argentinos.
Belgrano salió de aquella Cádiz alegre y próspera, pero desembarcó en una Buenos Aires pobretona. La ciudad, la famosa ciudad-puerto de la historia… ¡no tenía puerto!. Los barcos anclaban en pleno Río de la Plata. De la nave se pasaba a unos botes de remo, y luego los pasajeros debían montar a caballo, para llegar hasta la orilla empapados, o amontonarse en unas carretas de ruedas altas. A veces, recorrían el tramo final arremangándose los pantalones y chapoteando en el agua barrosa, con los zapatos en la mano.
Doménico hizo aquí una gran carrera. Exportaba cueros, tejidos y lana, cerraba negocios con ciudades del Alto Perú, Chile, la propia Córdoba, Cádiz y puertos de Inglaterra y Brasil. Belgrano padre participó también del tráfico de esclavos africanos.
A los 35 años se casó con una distinguida niña santiagueña: María Josefa González y Casero, de sólo quince años. Era la edad casadera de las mujeres de aquel tiempo. Aquella muchachita tuvo quince hijos, de los cuales sobrevivieron doce. Uno fue Manuel Belgrano, que murió soltero, aunque dejó descendencia. Una hermana de Manuel, llamada María Josefa como su madre, se casó con el sevillano José María Calderón de la Barca, y tuvieron diez.
Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano nació el 3 de junio de 1770, mientras su padre proseguía próspera gestión, bajo la protección del Virrey Pedro de Cevallos.
Los ex alumnos solemos decir, para florearnos, que Belgrano fue al Nacional Buenos Aires pero no es cierto: cursó una especie de secundario en el Real Colegio de San Carlos (predecesor del CNBA) que era una institución fundada por el Virrey Vértiz en 1783, sobre la base del Colegio de San Ignacio, que habían conducido los jesuitas, hasta su expulsión en 1767. Se regía por los planes de estudios ya vigentes en el Colegio de Montserrat de Córdoba.
Requisitos para ser admitido en el San Carlos: "Ser de primera clase, hijo legítimo, saber leer y escribir. Los padres debían ser cristianos viejos, limpios de toda mancha de sangre de judíos, moros, indios o penitenciados por el Santo Oficio de la Inquisición". Reglamentos del mismo tipo imperaban en España para cursar estudios, civiles o militares. Belgrano entró a los 14 años, en 1784. Una especie de sotana.
También decimos que Belgrano se recibió de abogado en Salamanca, pero no es exacto. Viajó allá con su hermano Francisco José María, eso sí. Pero según Miguel Angel de Marco en su notable biografía "Belgrano. Artífice de la Nación- Soldado de la Libertad", Belgrano presentó ante la Universidad de Valladolid un papel fraguado, atestiguando (con fecha 21 de junio de 1788) que Manuel estaba matriculado desde 1782, habiendo cursado, en doble turno, dos años de Filosofía y cuatro de Instituciones Civiles en la Universidad de Oviedo. Según De Marco, la falsificación de estudios era cosa común. El papel no mencionaba ningún paso por Salamanca.
Lo que sí obtuvo Belgrano fue un certificado de bachiller en Leyes. Por aquel entonces, su padre Doménico había sido encarcelado, a causa de un negocio turbio en el Río de la Plata. Manuel, por su parte, solicitaba dispensa papal para leer libros prohibidos de la época: Malebranche, Adam Smith, Condillac.
Llegaron los años difíciles. Manuel vivía, con su hermano también estudiante, de a ratos en casa de su hermana y su cuñado Calderón de la Barca(no el famoso escritor español), en Madrid. En aquellos tiempos de soltería, Manuel contrajo la sífilis. Esta enfermedad lo condenaría a muerte antes de los 50 años.
El litigio de su padre absorbió las energías de Manuel. El expediente (explica a su madre en carta del 11 de agosto de 1790) "formaba un verdadero promontorio que iba y venía por las oficinas". Doña María Josefa González, a todo esto, se hacía cargo de sostener a la familia.
Belgrano confiesa: "Mi aplicación no la contraje tanto a la carrera que había ido a emprender, como al estudio de los idiomas vivos, de la economía política y el derecho público" (Autobiografía). Su madre quería verlo doctor en Leyes. Pero Manuel le respondió en una carta concluyente: "Renuncio a graduarme de doctor. Lo contemplo como una cosa inútil y un gasto superfluo. Además, para litigar, me basta el grado que tengo, y la práctica que llevo adquirida". En carta a su padre, afirma en diciembre de 1790 que lo de doctor es "una patarata". (¿Un mamarracho?)
Finalmente, la Real Cancillería de Valladolid lo habilitó como abogado. Volvió a Buenos Aires, donde se encontraría con su primo Juan José, hijo del pariente de su padre, Angelo Castelli. Hablaba perfectamente italiano.
Según ficha de la Universidad de Valladolid, en 1789, era un "natural de la ciudad de Buenos Aires, de 19 años de edad, poco más o menos pelo rojo y ojos castaños". Se distinguía por su porte extranjero, de maneras refinadas, que le permitían frecuentar los mejores salones.
Hijo de padres ricos, su juventud fue revoltosa y siguió las ideas de su generación. "Se apoderaron de mí las ideas de libertad, igualdad, seguridad, propiedad, y sólo veía tiranos que impedían al hombre disfrutar de sus derechos". Un liberal revolucionario.
En marzo de 1794, así lo describe Bartolomé Mitre: "Joven, rico y de buena presencia, todas las puertas se le abrían. El prestigio de un viaje al Viejo Mundo, su instrucción variada, sus conocimientos de música, su título de abogado, sus maneras afables y cultas, le dieron un lugar distinguido en la sociedad. Se relacionó con los jóvenes más inteligentes de la época. Especialmente con Castelli, con quien desarrolló estudios económicos".
En los años subsiguientes, Belgrano será funcionario de la Corona Española (en el Consulado, donde llegó a ser secretario) y llorará de impotencia al producirse las Invasión Inglesa de 1806. Sus quince años en el Consulado le permitieron trazar un perfil estadístico y económico del Virreinto. Improvisado como militar, mantuvo un diálogo sutil con el general San Martín, a quien Belgrano sugería suavemente que respetara las formas de la religión católica y las creencias del pueblo, muy especialmente la devoción por la Virgen.
Belgrano, un católico profundo, participó del movimiento de mayo y fue moderado, al principio partidario de la Infanta Carlota de Borbón. Uno de sus momentos más dramáticos se produce cuando llegan a Buenos Aires las noticias de una conspiración tramada en Córdoba por algunas personalidades de orientación monárquica. Las encabeza, nada menos, Santiago Liniers, el ex virrey, que se encontraba teóricamente retirado y atendiendo un campo de su propiedad, junto al gobernador Juan Gutiérrez de la Concha y el obispo Rodrigo Antonio de Orellana, más otros vecinos destacados. Se proponían resistir a la revolución, con ayuda de unos mil milicianos, a los que habían convocado junto a distintos jefes militares y políticos: el coronel Santiago Allende, el teniente de gobernador Victorino Rodríguez y el secretario Joaquín Moreno, entre otros.
Es que el "cabildazo" de Buenos Aires no gustaba en ciudades como Córdoba, Montevideo, Asunción del Paraguay… ¡Y ni hablar de la rica y monárquica Lima, la ciudad del oro, los marqueses y la Inquisición!
La Primera Junta, con la firma de todos sus miembros, excepto Alberti por su condición de sacerdote, resuelve que todos los contrarrevolucionarios sean "arcabuceados". Saavedra, como Belgrano y Castelli, había compartido con Liniers la Reconquista de Buenos Aires. Todos ellos le tenían gran aprecio.
La ejecución de Liniers y los suyos, para colmo, fue tortuosa. Al recibir la orden, el 10 de agosto, el coronel Antonio Ortiz de Ocampo se negó a cumplirla. Amagó enviar los prisioneros a Buenos Aires, para que Moreno se hiciera cargo. Este recibió la noticia y, furioso, repitió la orden de "arcabucearlos". El 26 de agosto, cuando asistían a la misa que celebraba Monseñor Orellana (otro conjurado) en la capilla de Cruz Alta, fueron prendidos y trasladados a Chañar de los Loros. Allí, el miembro de la Junta Juan José Castelli les leyó la sentencia.
Moreno había escrito a Castelli: "Espero que no incurrirá en la misma debilidad que nuestro general; si todavía no cumpliese la determinación, irá Larrea, y por último iré yo mismo si fuese necesario". Al parecer, hubo que convocar a desertores irlandeses, de los muchos que se habían alistado en 1806-1807, y que siendo gringos no trepidaban ante el prestigio de Liniers. Colofón: todos fusilados, salvo el obispo, quien fue remitido preso a Luján. Agregan los testigos que el tiro de gracia -triste privilegio- lo efectuó el coronel Domingo French.
Una linda estampa de Belgrano: "El general era de regular estatura, pelo rubio, cara y nariz fina, color muy blanco, algo rosado, sin barba. Tenía una fístula bajo un ojo, que no lo desfiguraba, pues era casi imperceptible. Su cara era más bien de alemán que de porteño. No se lo podía acompañar por la calle, porque su andar era casi corriendo. No dormía más que tres o cuatro horas. A medianoche montaba a caballo y salía de ronda, a observar su ejército, acompañado sólo de un ordenanza. Era tal la abnegación con que este hombre extraordinario se entregó a la libertad de su patria, que no tenía un momento de reposo. Nunca buscaba su comodidad; con el mismo placer se acostaba en el suelo o en una mullida cama". (José Celedonio Balbín, "Documentos del Archivo de Belgrano").
Evidentemente, el alma de Manuel había cambiado vertiginosamente. En su juventud, aquel chico que lo tenía todo fue idealista, desordenado, soñador. En la madurez, un fanático del orden y la seriedad.
Murió en el año del caos, el 20 de junio de 1820 y al entrar en agonía pagó sus honorarios al médico inglés Joseph Redhead, con un reloj de oro de su propiedad. Otro médico, también británico, el Dr. John Sullivan, ayudó a amortajar el cuerpo, que fue enterrado en el atrio de la Iglesia de Santo Domingo.
El creador de la bandera y miembro de la Primera Junta dejó dos hijos, siendo soltero: Mónica Belgrano y don Pedro Rosas y Belgrano, hijo adoptivo de Juan Manuel de Rosas, que lo anotó como propio. Tenía 50 años y era muy pobre.