Que no le alcanzaba la plata, que el médico no la dejaba viajar, que tenía mucho trabajo. Fueron 15 años en los que Carola Sixto terminó creyéndose sus propias excusas para no subir a un avión. Hasta que, en 2008, su esposo consiguió sacar un pasaje a Nueva York con los puntos de la tarjeta de crédito. “O hacés algo para animarte a volar o viajo solo”, le dijo. No tuvo más remedio que enfrentar los fantasmas: buscó información y cursos, se contactó con especialistas (en su caso, fue clave ir a "Alas y raíces") y, después de varias sesiones –incluyendo un simulador de vuelo-, pudo hacer el viaje.
Al comprobar que no estaba sola con este problema (aerofobia se llama), la periodista y escritora Carola Sixto decidió llevar adelante un blog para contar la experiencia y ayudar a otras personas mediante entrevistas a pilotos, estadísticas y consejos, además de la información recogida en distintas clases y una revisión de estudios científicos sobre el tema.
En septiembre del año pasado quedó formalmente creada la comunidad “Miedo a los aviones”, con un equipo de comunicadores que son amantes de los viajes pero sufren en carne propia -o tienen familiares que sufren- el miedo a volar.
“Hasta ahora, los sitios y fanpages relacionados con el miedo a volar eran específicamente para promocionar cursos propios. ‘Miedo a los aviones’ (
www.miedoalosaviones.com), en cambio, se propone reunir toda la información que pueda proporcionar alivio a quienes tienen aerofobia, difundir cursos o herramientas, datos estadísticos, tips de expertos, entrevistas a pilotos y testimonios. Y también, relatar mis experiencias a través del blog y en las redes sociales”, explica Sixto a
Clarín.
Sólo en Facebook la comunidad ya suma 5.300 aerofóbicos, que les hacen consultas y se dan ánimo entre ellos porque se van dando cuenta de que no están solos. Muchos hacen catarsis en el aeropuerto de Ezeiza -la ansiedad va creciendo- o formulan preguntas técnicas cuando se acerca el momento de abordar.
“No lo logré, no pude subir al avión”, le escribió un pasajero hace poco a Carola y dice que le partió el alma. “En cambio, se me pone la piel de gallina cuando alguien enfrenta sus temores y sube al avión. Es muy emocionante cuando te agradecen los consejos y te mandan una foto desde Londres, por ejemplo”. Por eso, hay un álbum de fotos en las redes que se llama “Amigos voladores”, donde pueden mandar sus imágenes los que se animaron.
¿Qué es la aerofobia?
Una de cada tres personas siente algún tipo de ansiedad al viajar en avión, según un estudio publicado por la Biblioteca Nacional de Medicina de los EE.UU. y realizado por Müller-Orstein y Baumeister, especialistas en Psiquiatría y Psicoterapia de Munich.
A los aerofóbicos las estadísticas (sí, las que afirman que el avión es el medio de transporte más seguro) no los convencen, llegando a tener síntomas como taquicardia, dolor de cabeza sudor en las manos o náuseas.
“Yo tengo miedo a volar, especialmente en los despegues. Escucho el avión carreteando y, a medida que va tomando altura, siento pánico”. El testimonio corresponde a la científica Eugenia Cheng, que sufre de aerofobia y publicó un artículo en
The Wall Street Journal analizando su miedo “desde un punto de vista lógico”.
Las estadísticas La profesora en Matemáticas subraya que en 2016 murieron 271 personas como consecuencia de accidentes aéreos contra 1.300 mil de fallecidos en accidentes automovilísticos en el mundo (por supuesto, tiene en cuenta que viaja más gente en auto que en avión, pero los números siguen estando a favor de volar). Pero dice: “El riesgo de que yo muera en un accidente aéreo es bastante pequeño, pero la posibilidad de que muera debido a un accidente aéreo es grande”. Es decir, en un accidente fatal de auto hay muchas chances de escapar y en avión no.
“El despegue –agrega- es un período muy corto en el que la probabilidad condicional de morir rápidamente aumenta de 0 a 1. Este cambio dramático me pone muy ansiosa. Lo mismo el aterrizaje, que es peligroso. Pero estadísticamente el riesgo está disminuyendo de 1 a 0, por lo que podría calmarme”.
¿Cómo fue superando Cheng su aerofobia? En primer lugar, con una explicación racional: “La probabilidad absoluta de que muera en un accidente aéreo es más baja que el riesgo de morir mientras transcurre mi vida con los pies en la tierra”. Porque la probabilidad de morir en un accidente aéreo es de 1 en 14 millones.
Y luego, enfrentó el miedo del despegue sentándose en el sillón de su casa y escuchando varias veces una grabación de un jumbo tomando carrera para levantar vuelo, hasta que llegó a asociar ese sonido más con su sofá que con los aviones.
¿A qué le teme la mayoría?
Los aerofóbicos se pueden dividir en dos grandes grupos. Por un lado, los que temen que suceda un accidente, una falla técnica, una turbulencia o algún otro factor que afecte al avión. Y por otra parte, se encuentran los pasajeros que sufren de sólo pensar que puedan llegar a sufrir un miedo incontrolable, por ejemplo, que les agarre un ataque de pánico estando arriba en pleno vuelo.
Lo cierto es que cada persona siente un miedo diferente a la hora de tomar un vuelo. Hay pasajeros que suben tranquilos al avión pero sienten pánico cuando se producen turbulencias, otros no pueden pasar ni cerca del aeropuerto, y muchos viajan pero reconocen que no les gusta para nada.
De acuerdo a la última encuesta que realizó “Miedo a los aviones” entre sus 5.300 seguidores, el 39% afirmó que sueña con un vuelo sin turbulencias. ¿Cuál sería el vuelo ideal? Ante la pregunta, al 17% le gustaría poder dormir todo el viaje; el 13% querría poder viajar con asistencia, por si le agarra un ataque de pánico; y el 12% sueña con no darse cuenta del despegue ni del aterrizaje.
"El vuelo se me hace eterno"
Muy pendiente del clima en los días previos al vuelo, Carola Sixto figura entre los aerofóbicos que no soportan las turbulencias. “He llegado a llorar cuando el avión se mueve mucho y me agarro fuerte de los apoyabrazos. Subo última para estar menos tiempo en el avión (cuando me acomodo en el asiento, ya despega enseguida) y les aviso a las azafatas que soy aerofóbica, así me van acompañando y preguntando cómo me siento durante el vuelo”, cuenta.
Sobre el despegue y el aterrizaje, dice que no les tiene miedo: “Hago una cuenta regresiva de 40 a 0 y ya estoy arriba y, al bajar, no me molesta. Lo que más quiero es llegar. A mí se me hace eterno el vuelo. Como no puedo dormir, estoy escuchando todos los ruidos del avión y observando el movimiento de las azafatas, tres minutos me parecen media hora. Aparte, no me concentro en una película. A lo sumo, veo una sitcom de media hora, repaso mentalmente una playlist de canciones que me distraen o llevo algo de stand up en la tableta porque la risa baja la ansiedad".
Para ella, un gran momento es cuando sirven la comida porque le empieza a prestar atención a la toallita húmeda de las manos, al queso untable... y se le pasan los minutos más rápido. Hasta el momento, el vuelo más largo que hizo fue de unas 10 horas a Estados Unidos (vivió como una pesadilla los tres aviones desde Buenos Aires hasta San Francisco) y todavía no conoce Europa.
Clarín / Diana Pazos