La Universidad es un período traumático para quienes tienen un nivel de autoexigencia muy alto; esto deriva en carreras que se alargan y casos de estrés extremo.
Son las cuatro de la tarde de un miércoles soleado y otoñal en La Plata. Entre los estudiantes de guardapolvo blanco que se pierden por aulas y pasillos, pasa inadvertido un joven treintañero vestido de ambo azul que, cabizbajo, desciende las escalinatas de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de La Plata.
Con desgano, se seca las lágrimas y se apresura en sujetar la pila de resúmenes que lleva bajo el brazo y se está por caer. Acaba de rendir un final y pasó con un ocho, pero la emoción que carga tras haber aprobado le recuerdan los largos días de sufrimiento que atravesó hasta llegar a ese momento tan temido. Y no se puede contener.
Esta escena, ahora lejana, fue una constante en la vida universitaria de Roberto Mac Donald que tardó 14 años en recibirse. Abanderado en el colegio e ilusionado con una prometedora carrera en medicina, la suma de autoexigencia y mucha presión paterna hicieron de su paso por la facultad un verdadero calvario difícil de relatar. "Son los mejores años, disfrutá", repiten algunos a quienes recién comienzan a estudiar o a quienes aún no se recibieron; una especie de creencia generalizada, aunque no absoluta, de que el paso de los jóvenes por la facultad puede acarrear preocupaciones y esfuerzos pero, sobre todo, disfrute, liviandad y despreocupación. La teoría se resquebraja con testimonios de estudiantes sumamente autoexigentes y obsesivos que, en vez de salir a bailar todas las noches o no estudiar y aprobar raspando, viven su carrera con angustia, nervios excesivos, ataques de pánico y depresión en pos de obtener excelentes resultados y recibirse cuanto antes. Lejos de disfrutar la facultad, la padecen.
María Adela Bertella, directora de la carrera de Psicología de la Universidad Austral, explica que estas situaciones pueden pensarse como atravesadas por varias variables. "Una de ellas es la personal, la otra es la expectativa del ambiente familiar y la tercera se vincula con el nivel académico. La variable personal del estudiante está vinculada con personalidades con una alta autoexigencia, miedo a fallar y, sobre todo, la búsqueda de un ideal de perfección exagerado -plantea Bertella-. "Según diversos estudios, el porcentaje de estudiantes afectados por estas situaciones ronda entre el 15% y el 25%, por lo cual no es un tema menor en la enseñanza universitaria y debe tenerse presente en la planificación de las tutorías para acompañar y orientar al estudiante", agrega.
"Me pongo muy nervioso para dar exámenes, tengo náuseas, vómitos. Una vez no fui a rendir por un ataque de pánico... Terminaba de dar un examen y me largaba a llorar por haber contenido tanta tensión. Me ha pasado de volver caminando de la facultad llorando, por la carga emocional. Es que sabés que tus viejos están pendientes de vos", cuenta Mac Donald. La presión que sentía por recibirse rápido y darles esa alegría a sus padres redoblaron la apuesta y la complicaron aún más. Cada examen comenzó a vivirlo como si fuera el fin del mundo y el miedo a fracasar creció.
"Por una situación familiar, toda la ansiedad, el miedo a fracasar, los nervios, la emoción y la satisfacción que sentía cuando aprobaba se terminaron potenciando", agrega Roberto. Según él, la medicina es una carrera donde tener problemas personales y, además trabajar, no está permitido. Quizá suene un tanto aventurado, pero según los testimonios tanto de estudiantes como de especialistas, una cuota de inconsciencia, de tirarse a la pileta, es buena a la hora de encarar las carreras universitarias. Algo que luego, en el ámbito laboral, es aún más notorio por la falta de tiempo y la necesidad de resoluciones cada vez más rápidas.
Muchos se preguntan cuánto más fácil hubiera sido transitar la facultad tomándose las cosas con más calma. Pero es que aunque algunos estudiantes gritan en silencio para poder acallar su mente y no obsesionarse más, no lo pueden controlar.
El médico psiquiatra del programa de farmacología clínica del hospital de Clínicas, Francisco Appiani, explica que, el tipo de persona a la que le cuesta sobrellevar el estrés de la carrera puede ser del tipo ansioso con una tendencia a la hiperreacción del sistema nervioso autónomo. "Esta hiperactividad se manifiesta con sensaciones corporales desagradables durante momentos de estrés, como sensaciones de temor o terror, palpitaciones, malestar digestivo. Es muy frecuente que estas personas además tengan lo que se denomina ansiedad de rendimiento", dice el especialista, y añade: "Esta situación es penosa, ya que la persona generalmente puede estar bien preparada para un examen, pero el rendimiento desciende de manera significativa cuando son evaluados".
Mala combinación
"¿No podrás rendir alguna materia libre?", "¿Qué pasó que te sacaste un 7?", "El hijo de la vecina se recibió al día", estas son algunas de las frases que suelen repetir los padres habitualmente. Quizá no reparan en cómo esos mensajes quedan repiqueteando en la cabeza de sus hijos. En el mejor de los casos, y muchas veces el más sano, el receptor optará por dejar el mensaje de lado, en otros, la indirecta se transformará en una especie de mandamiento por seguir.
Según el médico psiquiatra Abel Fainstein, premiado con un diploma al mérito en psicoanálisis en el Konex 2016, un hijo viene a ocupar, un lugar asignado previamente. "Es la base de un proyecto ideal, manifestación consciente de deseos e identificaciones no necesariamente conscientes, que conforma un niño maravilloso en cada uno de nosotros que exige ser matado en la adolescencia", sostiene. A veces, la mirada crítica de los padres puede ser una reacción inconsciente, pero en otros casos la presión es directa. Dolores tiene 32 años y es abogada por la Universidad Austral. Durante su carrera, dice al diario La Nación, terminó sufriendo celiaquía por los nervios y su temor al fracaso. "En primer año, cuando estaba por rendir el final de Civil I llamé a mi papá para avisarle que no me iba a presentar porque no me sentía segura. Él me contestó: «Vos vas y rendís porque si no, te volvés a Córdoba»", recuerda Dolores, que además se reconoce como muy autoexigente. "Cuando preparaba finales me brotaba por el estrés y comenzaron a recetarme Valium, que luego yo sola decidí tomar a diario cada vez que estudiaba. Antes de rendir se me adormecía la nuca por la contractura. Durante las semanas en que estudiaba para dar examen me sentía sola y lloraba mucho", relata. El tiempo pasaba y sus nervios aumentaban cada vez que tenía que afrontar un final.
En la elección de su carrera, su padre tampoco se quedó afuera. "Yo quería estudiar Letras o Ciencias Políticas y mi papá me dijo: «No, vos estudia abogacía que te va a dar de comer y después hacé lo que quieras, pero traeme el título». En ese momento me pareció bien, pero quise estudiar en la Universidad de Córdoba y el comentario fue : «¿Querés ir a calentar el banquito? Andá... pero hay otras universidades que son las mejores del país y probablemente de latinoamérica»", recuerda Dolores. Aunque ganas de rebelarse no le faltaron, el mandato y la exigencia propia y ajena pudieron más.
En algunos casos la obsesión por la perfección puede venir acompañando a la persona como una sombra desde su infancia. Algo así le sucedía a Helena, de 24 años. Y en la facultad le fue imposible desprenderse de ese fantasma que la acompañaba desde la niñez. Más de una vez, según reconoce, pensó en situaciones límites como el único escape a su frustración.
Autoexigente, perfeccionista y con una percepción de sí misma que no coincide con la realidad, vivía cada examen como si fuera el último y se dejaba colapsar por la situación.
"Si bien en el colegio ya sufría los exámenes y la presión de mis padres, cuando empecé a estudiar Ciencias Políticas en la UBA el nivel de ansiedad fue creciendo. Medía mi capacidad intelectual por las notas que sacaba en parciales o finales y me deprimía mucho cuando no lograba un 10, incluso el 9 me molestaba. Siempre pienso que los demás son mejores que yo", dice.
Tener de padre a un ingeniero exitoso hizo que la vara para ella fuera muy alta. Además, su mamá también le exigía buenos resultados.
"Un día no paraba de vomitar y los médicos no sabían qué me pasaba. Estuve tres días internada, pero cuando enfrenté a mi papá y le dije que quería cambiarme de carrera fue automático, dejé de vomitar", confiesa. Ahí se anotó en Comunicación Social en la Universidad Austral; aunque la carrera le gustaba, la exigencia académica y la propia la seguían asfixiando en sus largas sesiones de estudio. Incluso llegó a sufrir un ataque de pánico. "Lloraba, me angustiaba y encima tenía un novio que me decía que no servía para nada", agrega.
"Este tipo de personas muy autoexigentes provienen de estructuras familiares rígidas donde el fracaso o la derrota son inaceptables. El estrés que padecen, por lo general, tiene su pico máximo cuando se enfrentan a etapas de exámenes", explica Appiani.
El freno a tanta autoexigencia llegó luego de aquella derivación a un psiquiatra. Y aunque el camino no fue llano, Helena obtuvo la medalla de oro al mejor promedio de su camada. Hoy, asume con sinceridad que su experiencia personal no fue la mejor. Y se esfuerza todo los días por salir victoriosa de esa lucha interna entre la perfección y la imperfección.
"Mi filosofía era entrega o muerte", dice Pilar, de 22 años, que recuerda su paso por Arquitectura en la UBA con imágenes de llanto descontrolado en eternas noches sin dormir, mientras trabajaba en sus maquetas. A su alrededor, nadie más que su abuela, que vivía en otra casa, notaban su desesperación. Su ambición por "brillar" en la carrera, la falta de apoyo de su madre y un padrastro frío y exigente hicieron que el objetivo por ser arquitecta se vuelva un tormento. "No dormir y el ritmo de la carrera en sí implican un nivel de estrés y depresión muy alto", comenta. Después de un tiempo, además de mudarse a lo de su abuela, decidió cambiarse a la Licenciatura en Artes Visuales del Instituto Universitario Nacional de Arte (IUNA), piensa que esa profesión es realmente lo de ella, pero no le tiembla el pulso al confirmar que mantiene un promedio actual de 9,80.
María Cristina Lamas, directora de la carrera de Psicología de la Universidad Católica Argentina, explica que cuando un estudiante con un nivel de exigencia excesivo reacciona desmesuradamente ante una frustración en un examen, o en otras situaciones académicas, ello se debe a las características de su personalidad, y tiñen toda la vida del joven, incluidos sus estudios universitarios. "Muchos ponen altas expectativas de éxito académico y no pueden regular la frustración o los estados de insatisfacción", argumenta.
"El objetivo terapéutico es que el paciente pueda salir de esa cognición limitante que es que no existe peor situación que la derrota o el fracaso", añade al respecto Appiani.
"Si el joven tiene una personalidad obsesiva y una gran autoexigencia, es probable que se angustie ante toda evaluación, y cada situación de examen pasa a ser algo así como un combate de vida o muerte, con la consiguiente angustia. El exceso de exigencia, lejos de ser un estímulo paraliza a la persona y esteriliza su esfuerzo", explica el psicoanalista y Miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina, Juan Eduardo Tesone.
A los estudiantes que sufren de trastornos obsesivos les resulta difícil escuchar la clase, seguir instrucciones, o centrarse en las tareas con una mente que está ya llena de pensamientos obsesivos intrusivos.
Además muchas veces sufren de aislamiento social. Los rituales compulsivos hacen que los comportamientos se vean extraños, y los compañeros no siempre son amables o comprensivos. Además, algunos se alejan de los demás estudiantes para no pasar vergüenza o evitar el riesgo de que los rechacen.
En definitiva una elevada autoexigencia deriva en una baja autoestima. Muchos sienten vergüenza, culpa o angustia por sus síntomas. Y su falta de autoconfianza socava lo bien que podría irles académicamente.
Al final del día, muchos estudiantes sienten que no rindieron lo suficiente. Que las notas que obtuvieron no alcanzan; que no están a la altura de lo que los demás esperan de ellos (sus padres) y que la carrera es mucho más difícil de llevar de lo que creían. Sin embargo, tomarse las cosas con más calma y más livianas, es, al parecer, una de las claves para que la facultad no sea una pesadilla por los próximos años.