El interés por estudiar los asteroides sigue creciendo. Y no sólo para intentar evitar que una de estas rocas impacte contra la Tierra. Algunas empresas han puesto sus ojos en los minerales que los asteroides parecen contener en grandes cantidades. Materiales que comienzan a escasear en nuestro planeta y que son muy demandados para fabricar dispositivos electrónicos.
De momento, no existe la tecnología necesaria para hacer minería de asteroides y aprovechar los recursos de estas rocas, un objetivo tan ambicioso como complejo, como demuestra la puesta en marcha de la misión Osiris-Rex que la NASA tiene previsto lanzar esta noche.
Esta nave espacial robótica viajará a un asteroide llamado Bennu con la misión de recoger entre 60 gramos y dos kilos de polvo y rocas de su superficie, y traerlos a la Tierra en una cápsula que aterrizará con ayuda de un paracaídas.
Los científicos de la agencia de EEUU quieren analizar muestras de un asteroide para investigar la formación de los planetas e intentar esclarecer cómo empezó la vida en la Tierra: «Queremos caracterizarlo en profundidad porque Bennu es uno de los cuerpos más antiguos del Sistema Solar. Encierra sus secretos mas básicos, quizás las moléculas que dieron origen a la vida en la Tierra», explica desde Cabo Cañaveral Adriana Ocampo, jefa del programa New Frontiers (Nuevas Fronteras) de la NASA que, además de Osiris-Rex, comprende las misiones New Horizons aPlutón y Juno a Júpiter.
Su composición ha sido una de las principales razones por las cuales se ha elegido a Bennu como destino de Osiris-Rex. «Pertenece a la familia de los asteroides troyanos. Los llamamos de tipo B y son los más primitivos. Son condritas carbonáceas. Creemos que asteroides como Bennu bombardearon la Tierra cuando era muy joven, hace miles de millones de años, sembrando la estructura para que surgiera la vida», señala la científica española en conversación telefónica. Los asteroides primitivos no han cambiado sustancialmente desde que se formaronhace unos 4.500 millones de años por lo que esperan encontrar en él moléculas orgánicas como las que pudieron conducir al desarrollo de la vida en la Tierra cuando chocaron contra nuestro planeta. «Es la primera vez que se va a extraer una muestra de un asteroide tan antiguo», subraya Ocampo.
Será también la primera vez que los estadounidenses intentan recoger muestras de un asteroide pero, a nivel mundial y desde el punto de vista de ingeniería, no se trata de una misión pionera. Los japoneses ya han puesto en marcha dos misiones parecidas con relativo éxito. La primera sonda, denominada Hayabusa (halcón peregrino), fue lanzada en el año 2003 rumbo al asteroide 25143 Itokawa. Pese a la acumulación de problemas técnicos y contratiempos durante el vuelo y su estancia en el asteroide, que limitaron su estudio, la sonda recogió algunas muestras del suelo y las trajo a la Tierra en una cápsula. Aunque parte del material estaba contaminado, los científicos nipones aseguraron que contenía también material original del asteroide. Fue la primera vez que se obtuvieron muestras de una de estas rocas.
En estos momentos, la sonda Hayabusa 2 viaja hacia 162173 Ryugu (antes llamado 1999 JU3), que al igual que Itokawa pertenecen al grupo de asteroides llamados Apolo. Su llegada está prevista para 2018 y se espera que traiga las muestras en 2020.
Osiris-Rex está a punto de comenzar una odisea similar. La nave, que pesa 2.110 kilogramos, será lanzada desde Cabo Cañaveral (Florida) a bordo de un cohete Atlas V 411 a las 19.05 hora local (1.05 del viernes en España).
«Es un asteroide muy accesible porque cruza nuestro planeta cada seis años. Tiene una órbita circular muy parecida a la de la Tierra», señala la investigadora. «En septiembre de 2017 usaremos el impulso gravitacional de la Tierra para reorientar la trayectoria de la nave. Es una maniobra muy eficaz porque la mecánica celeste nos permite ahorrar combustible», relata.
Otra de las razones por las que se ha elegido este asteroide es su tamaño. «Mide 500 metros de diámetro, un tamaño muy bueno para que la sonda pueda acoplarse a él porque si fuera menor de 200 metros rotaría tan rápido que no podría mantenerse a la misma velocidad».
La llegada a Bennu está prevista para 2018. «En agosto de ese año la nave tendrá que insertarse en la órbita del asteroide para poder sobrevolarlo», añade. Pasará dos años examinando la roca con sus cinco instr
umentos para investigar sus características y elegir minuciosamente el lugar más interesante para tomar las muestras. «Nunca nadie ha ido allí, así que no tenemos un mapa ni sabemos cómo es», afirma.
Una vez haya seleccionado una zona propicia, recogerá con su brazo robótico muestras de su superficie y las enviará a la Tierra en una cápsula. «Tendrá cuatro intentos para recoger las muestras», detalla.
Si todo marcha según lo previsto, la cápsula llegará a la Tierra en septiembre de 2023 con lo que Dante Lauretta, investigador principal de la misión Osiris-Rex y científico de la Universidad de Arizona, describe como un «tesoro científico». Durante los dos años siguientes, las muestras serán analizadas en el laboratorio que la NASA tiene en Houston para analizar muestras extraterrestres.
RIESGO DE CHOQUE CONTRA LA TIERRA DENTRO DE 200 AÑOS
El asteroide Bennu fue descubierto en 1999 y desde entonces es uno de los más observados por las agencias que monitorizan estas rocas porque existe la posibilidad de que dentro de unos 200 años pueda impactar contra la Tierra: «Es un riesgo extremadamente bajo, pero existe», señala la científica planetaria de la NASA Adriana Ocampo. Por ello, además de investigar su composición para intentar entender cómo se formó la vida, el objetivo de la misión Osiris-Rex será conocer a fondo las características de esta roca de cara al desarrollo de futuras misiones capaces de desviar su trayectoria o la de cualquier otro asteroide potencialmente peligroso. «Nuestro sistema solar es muy dinámico y habrá que seguir observando su evolución en los próximos años», señala la investigadora. Si se determina que esta roca de 500 metros de diámetro supone un riesgo para la Tierra, añade,dispondremos de 200 años para modificar su trayectoria. Según Ocampo, «que nuestra especie pueda sobrevivir puede depender de la exploración espacial». Por ello, las agencias espaciales han desarrollado programas de vigilancia de estos objetos. La mayoría son inofensivos, como el fragmento de asteroide de entre siete y 16 metros que este miércoles impactó contra la Tierra: Al entrar por el polo sur, como habían previsto, no supuso ningún riesgo: «Si hubiera entrado por la zona del Ecuador podría haber dañado algún satélite de comunicaciones», señala la investigadora.
El Mundo