Ante todo debo reconocer que estoy escribiendo estas líneas con muchísima tristeza. Argentina perdió su tercera final consecutiva (la segunda contra Chile) y sinceramente los hechos no parecen tener una explicación.

Se podrá criticar al árbitro que expulsó a Marcos Rojo por una patada que no pegó, probablemente se cuestionará a Gerardo Martino por poner de titular a Ángel Di María que no estaba en condiciones de jugar, o la impotencia llevará a recordar una y otra vez el inexplicable mano a mano que Gonzalo Higuaín desperdició en el primer tiempo. Pero quizás sea hora de admitir que nos hemos convertido en una Selección que se acostumbró a perder y no sabe jugar finales, sumado a que la suerte no estuvo de nuestro lado ni lo ha estado nunca desde hace más de veinte años.

Desde el título logrado en Ecuador allá por el lejano año 1993, el seleccionado mayor jugó las finales de las Copas Américas 2004, 2007, 2015 y 2016, la finales de la Copa Confederaciones 1995 (en aquel entonces Copa Rey Fahd) y 2005 y la final del Mundial 2014. Increíblemente (en más de una ocasión inmerecidamente), las perdió todas.

Algunas por penales, otras porque fuimos ampliamente superados, otras que aún siguen sin poder explicarse. En definitiva, la conclusión es que en las finales siempre falta algo. Es momento de dejar las excusas de lado y aceptar que esa insignificante idea de “somos los mejores” dejó de tener vigencia hace bastante tiempo.

Tampoco somos los peores. Argentina no estuvo en desventaja ni un solo minuto en las últimas dos Copas Américas. No, nunca fue perdiendo ni terminó derrotado en ningún partido. ¿En Brasil 2014? Sólo siete minutos abajo en el marcador en todo el Mundial. ¿Cuándo? Post gol de Mario Götze en la final, a los 123 minutos del tiempo suplementario. Sí, desoladora estadística si las hay.   

Cuando la situación parecía que no podía ser peor, apareció Lionel Messi a la salida del vestuario y sentenció: “Se terminó la Selección para mí”. El blanco favorito de las incoherentes criticas pegó un portazo que tal vez muchos temíamos. Y créanme que es entendible. El Diez se cansó de sobrellevar la presión de tener que darle algo a un país que nunca le dio nada y siempre le reclamó que sea alguien que no es: Diego Armando Maradona.

Messi es Messi. ¿Por qué tiene que ser Maradona? Me lo voy a preguntar siempre, pero son las equivocadas exigencias de un pueblo que camina como puede y busca un consuelo para sanar el vacío que le deja día tras día la vida. Es muy simple: Argentina no merece tener al mejor jugador del mundo.

Así fue como el exitismo ganó, la Selección se quedó sin Copa América y posiblemente se quede sin Messi. Fueron casi diez años desperdiciando al mejor y ahora si pretendemos ir al Mundial de Rusia deberemos rogarle para que finalmente no renuncie o rezarle plegarias a algún santo que haya prometido milagros antes de morir.

El panorama no puede ser más oscuro, pero habrá que esperar el transcurso de las horas. De todos modos ya son 23 años esperando, qué pueden hacer algunos más. Y como suele decir Don Marcelo Bielsa: “Acepten la injustica, que al final todo se equilibra”.
 

Nicolás Grimalt