La imagen ganadora, de Warren Richardson, está retocada en un blanco y negro vintage que recuerda al aspecto del viejo TRX400 de Kodak.
Sólo puede haber dos razones por las que la fotografía del niño Aylan Kurdi no ha sido premiada como foto del año en el World Press Photo. La primera: que la autora de la instantánea, la turca Nilüfer Demir, no la presentó al certamen, algo bastante extraño. La segunda: que el jurado se ha vuelto loco. Parecía claro que la foto del año sería sobre refugiados, pero muchos pensaban (pensábamos) que la merecía Demir y su niño muerto en la playa.
La imagen ganadora, del australiano Warren Richardson, está retocada en un blanco y negro vintage que recuerda al aspecto del viejo TRX400 de Kodak. Es una imagen con una composición incuestionable, que cuenta una historia, esa Europa blindada a la que intentan llegar los refugiados sirios, iraquíes o afganos a pesar de las concertinas. Está algo desenfocada, pero eso no la hace peor foto, más bien al contrario. Da sensación de movimiento, de urgencia. Sabemos que antes o después de tomar la imagen fue golpeado por la policía húngara y detenido. Otros grandes fotógrafos han cubierto la crisis de refugiados y han logrado imágenes poderosas. Sergei Ponomarev, Bulent Kilic, James Natchwey o Santi Palacios han pasado meses documentando este éxodo.
El problema es cuando comparamos la imagen triunfadora con la de Aylan. Hacía muchas décadas que una fotografía no causaba semejante impacto sobre la opinión pública. Hay que subir a la Champions del fotoperiodismo para poder emparejarla con la imagen de Nick Ut (la niña del napalm en Vietnam), la de Jeff Widener (El hombre del tanque, en Tiananmen) o la de Kevin Carter (niño y buitre en Sudán). Ninguna de ellas cambió la realidad significativamente, pero la mostró al mundo, que es la labor de cualquier fotoperiodista. Tampoco la instantánea de Nilüfer Demir ha evitado las muertes de niños refugiados en el paso del Egeo. Desde su publicación han muerto más de 350, o sea, una media de dos al día.
Además, ninguno de ellos tuvo que competir con el enorme 'ruido iconográfico' de las redes sociales, que hace que la mirada apenas se pose un segundo sobre una imagen para pasar rápido a la segunda. Hoy es igual de difícil que antes tomar una fotografía 'histórica', pero resulta casi imposible que se fije en la memoria colectiva y pase a la posteridad. Por eso la foto de Nilüfer Demir es doblemente meritoria.
La capacidad de remover conciencias es algo inherente al fotoperiodismo. La fotografía del año, a juicio del World Press Photo, resulta hermosa pero fría. La de Aylan dista mucho de ser perfecta. No hay retoque, pero tampoco es una imagen más de 'breaking news'. Cuando Reuters la envió a sus clientes al medio día del 2 de septiembre, causó ya una conmoción en las redacciones y un debate acalorado. ¿Había que publicarla? Por supuesto. Hay algo disfuncional en ella y eso la hace aterradora. Ves la orilla del mar, donde juegan los niños en la arena. Y en el centro de la imagen Aylan Kurdi, sirio y blanco como nosotros, vestido de primer mundo, como un muñeco varado. Y sabemos que no es un muñeco porque un policía se acerca a rescatar su cuerpo inerte. Tan sencilla y tan macabra. Es la foto del año, de la década y una de las grandes de la historia.