Es el primer viaje de Francisco al extranjero. Después de 26 años, las Jornadas de la Juventud vuelven a América Latina, donde vive la mitad del total de 1.200 millones de católicos. Pidió reunirse con jóvenes argentinos.
Es una visita histórica: el primer Papa latinoamericano llega a su continente, más precisamente al país que más católicos tiene en el mundo, 123 millones. Y lo hace con dos objetivos: acercar a los fieles -en especial a los jóvenes- al mensaje de Dios y subrayar el aspecto social de la misión de la Iglesia.
Francisco presidirá las actividades ya tradicionales de todas las Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ) en esta XXVIIIª edición: la fiesta de recibimiento que le darán los jóvenes –en la playa de Copacabana-, la confesión de cinco jóvenes –uno por continente-, el almuerzo con algunos de ellos, el Vía Crucis –también en Copacabana-, la vigilia de oración y de adoración silenciosa y la gran misa final.
Pero el Papa ha sumado algunas actividades con las que pondrá su impronta personal a este megaevento: la visita al santuario de Aparecida, un encuentro con autoridades de la Celam (Conferencia Episcopal Latinoamericana), un encuentro con jóvenes detenidos, y la visita a una favela y a un hospital especializado en recuperación de adictos.
El Sumo Pontífice viaja acompañado por el cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado del Vaticano, el cardenal Marc Ouellet, prefecto de la Congregación para los Obispos y presidente de la Pontificia Comisión para América Latina y el cardenal Joao Braz de Aviz, prefecto de la Pontificia Congregación para los Institutos de Vida Consagrada.
En sus desplazamientos por Rio de Janeiro el Papa utilizará el mismo vehículo –un jeep descubierto- con el cual todos los miércoles atraviesa la plaza San Pedro saludando a los fieles. Para trayectos más largos utilizará un vehículo cubierto. El Papa se expondrá así a las efusiones y demostraciones de cariño de la multitud. También a eventuales gestos de hostilidad, aunque poco probables, considerando la alta simpatía que despierta su figura. Pero esta modalidad obligó a las autoridades brasileñas a desplegarun impresionante dispositivo de seguridad durante los siete días que durará la visita papal.
Conocedor de las debilidades y tentaciones humanas, el Papa pidió que ningún político lo acompañe en la visita a la favela Varguinha. Pero eso no significa que no les dedicará parte de su tiempo: será en el Teatro Municipal de la ciudad de Rio donde recibirá a dirigentes y empresarios. Por otra parte, el Papa seguramente aprovechará el día martes –sin actividades oficiales- para recibir a quien desee.
¿Será profeta en su tierra?
El destino de estas JMJ no lo eligió este Papa, sino su predecesor, Benedicto XVI. Eso, sumado a la elección, por primera vez en la historia, de un pontífice latinoamericano es indicio de la decisión de la Iglesia de apostar al que Juan Pablo II llamó el “continente de la esperanza”.
El desafío no es sencillo. Si bien Latinoamérica es mayoritariamente católica, la tendencia, en términos proporcionales, es declinante. Y justamente Brasil, la nación que alberga el mayor número de fieles de esta religión en el mundo -123 millones-, es ilustrativo. En 1970, los católicos representaban el 90% del total de brasileños. De acuerdo al censo de 2010, sólo el 65% de la población es católica. Y los evangélicos, que eran una ínfima minoría, ya constituyen el 22,2%, la quinta parte. Para medir su grado de influencia en la sociedad brasileña, basta recordar que Lula llegó a la presidencia en 2002 en buena parte gracias a su alianza con el pentecostalismo.
En las últimas décadas, tanto en Brasil como en otros países de la región, muchos católicos bautizados han abandonado la misa, atraídos por algún tipo de culto neoevangélico o neopentecostal -una sangría de fieles que también afecta a las iglesias protestantes tradicionales.
Hay que decir que el mensaje de este Papa, en la línea de San Francisco de Asís, está en las antípodas del llamado “evangelio de la prosperidad” de cierto pentecostalismo, es decir, la idea de que el éxito y la riqueza personales son signos de la gracia de Dios.
En esta histórica visita, el primer Papa latinoamericano enfrenta por lo tanto el desafío de ser profeta en su tierra, como lo fue Juan Pablo II en la Polonia todavía comunista cuando les dijo a sus compatriotas: “No tengáis miedo”.
El desafío de hoy es doble porque estos son tiempos de fuerte secularización que muestran un alejamiento cada vez mayor de los jóvenes de la Iglesia; éstos ya no parecen buscar en la fe las respuestas a sus dudas existenciales. Con frecuencia algunos de ellos se alejan incluso luego de haber cumplido el tradicional camino sacramental(bautismo, comunión y confirmación).
El Papa llega armado con su gran capacidad de comunicación y cercanía con la gente y precedido por la enorme simpatía que su mensaje renovador ha despertado hasta ahora.
Un sondeo realizado en Italia por el Instituto Toniolo, de la Universidad Católica del Sagrado Corazón, muestra que, en un contexto de gran desconfianza hacia las instituciones por parte de los jóvenes, más de un 70% de los entrevistados (de entre 18 a 29 años) considera que Francisco es una persona en la cual se puede confiar. “En un clima de generalizada desconfianza hacia todas las instituciones y la falta de figuras creíbles como referentes para los jóvenes, el papa Francisco parece haber abierto una brecha en el corazón de las nuevas generaciones”, dice el informe.
“Ustedes son la esperanza del Papa, la esperanza de la Iglesia”, les había dicho Juan Pablo II a los jóvenes argentinos, en Buenos aires, en las JMJ del año 1987.
Un cuarto de siglo más tarde, la Iglesia dirá nuevamente que los jóvenes son el futuro del mundo y que deben estar en el centro de todo proyecto de desarrollo. Este mensaje, en un continente en el cual, pese al crecimiento económico de la última década, todavía las nuevas generaciones pagan un alto precio en materia de pobreza, marginalidad y violencia social, no estará sólo destinado a la juventud sino que será también una interpelación a la dirigencia.