Ya no se habla de días, ni de semanas, sino de meses para que el manto de agua que cubre extensas regiones de las provincias de Córdoba, Santa Fe y Santiago del Estero se convierta en un mal recuerdo.
Las grandes lluvias que cayeron del cielo, ha provocado pérdidas todavía no cuantificadas de cultivos, cierre de tambos, aislamiento de poblaciones por la destrucción de puentes, caminos rurales, rutas pavimentadas y lo más lamentable: pérdidas de vida en la que se cuentan trabajadores rurales.
Las estadísticas nunca podrán describir ni mínimamente el drama que se vive desde que en las últimas semanas de febrero comenzaron a desplomarse en pocas horas bombas de agua de más de cien milímetros. Inclementes, estas precipitaciones se fueron acumulando una tras otra casi sin interrupciones hasta llegar a registros que superaron los 500 milímetros en 10 días como ocurrió en buena parte de la cuenca lechera cordobesa- santafecina. Vale consignar que la abrupta baja registrada en la entrega de leche de la región no tiene precedente, se calcula que alcanza al 50% con gran cantidad de tambos que tuvieron que tirar la toalla y cerrar.
Así, estas lluvias torrenciales y frecuentes terminaron por generar una masa de agua que aún hoy exhibe un tamaño descomunal a lo largo de miles de hectáreas y se mantiene en un constante movimiento hacia los campos más bajos. Los productores afectados entonces no son sólo los que perdieron en la lotería de las tormentas recibiendo los excesos de lluvias sino también a los que les entra el agua de los campos vecinos.
La gran mayoría de los maíces, sojas y sorgos que se encuentran bajo el agua venían con un estado excepcional de desarrollo. Hasta febrero ,el régimen de lluvias funcionó a pedido de las necesidades de los cultivos. No podía ser mejor. Claro, hasta que para algunos se excedió. Esto explica que salvo los castigados por las inundaciones, el resto de los productores espere rindes excepcionales. La provincia de Córdoba, quizás la más damnificada, tendrá una cosecha récord de 30 millones de toneladas de granos.
Lamentablemente todas las inundaciones sufridas estos años tienen un común denominador: mientras se las padece generan la atención tanto de los productores como de las autoridades provinciales, pero rápidamente se diluye cuando las aguas bajan y los campos vuelven a la normalidad. Sólo por un tiempo son ventiladas una infinidad de iniciativas e inversiones hasta que vuelven a la cajonera. El gobierno cordobés afecta ahora un fondo extra de 50 millones de pesos para los Consorcios Camineros y crea un Fondo de Emergencias por inundaciones para reparar daños y reconstruir infraestructura. Pero el año pasado, la buena idea de organizar a los productores en consorcios canaleros para enfrentar el problema a nivel de las cuencas hídricas fue implementada con el freno de mano puesto y a cuentagotas. En las otras provincias afectadas ocurren amagues bastante parecidos.
Por su parte, las obras de infraestructura como nuevas alcantarillas, la limpieza de los canales existentes, el dragado de nuevos canales o el mantenimiento de los caminos rurales padecieron las restricciones presupuestarias que vienen discriminando al interior rural.
Sin embargo, esta inundación es distinta de las anteriores si se tiene en cuenta que deja muy expuestos los problemas generados por el mal manejo agronómico.
Antes que se desencadenaran las precipitaciones que taparon de agua a los campos se pudo apreciar un comportamiento anormal de los suelos y las napas freáticas. Bastaban precipitaciones promedio para observar que no sólo los bajos se llenaban de agua. La explicación que muchos encuentran es que los perjuicios de la actual política agropecuaria no terminan en la esfera de lo comercial o económico. El desincentivo a la ganadería, el trigo y el maíz generó otro tipo de problemas. Como que el monocultivo de soja con sus largos barbechos químicos, la ausencia de dobles cultivos en la rotación y la desaparición de las praderas provoca un sobrante de por lo menos 400 milímetros al año que ya no se consumen ni se transpiran. En una palabra: sobra agua. Y cualquier exceso de milimitraje, por pequeño que sea, genera una situación antes impensada. "Ya no es necesario que lluevan doscientos milímetros para inundarnos, con cien milímetros los potreros se llenan de agua", se quejaba un tambero de la zona de Alicia, Córdoba. Lo que antes significaba una bendición del cielo ahora representa un problema.
Por otra parte, también disminuyó ostensiblemente la capacidad de infiltración de los suelos. Esto se puede observar en los campos de la frontera agrícola que diez años atrás eran monte. Son suelos limosos con estructuras débiles susceptibles al encostramiento y a la compactación que dependen de la materia orgánica para tener un funcionamiento adecuado. La caída en los porcentajes de materia orgánica provoca también la pérdida de la porosidad y de su capacidad de infiltración. Según distintos estudios, un suelo de monte de Santiago del Estero que es capaz de infiltrar en una hora 150 milímetros de lluvia después de ser desmontado y con un manejo agrícola inadecuado apenas es capaz de infiltrar 20 milímetros en el mismo lapso. Si bien en el sureste santiagueño, con epicentro en la localidad de Bandera, llovieron desde noviembre 1200 milímetros las inundaciones que están sufriendo también se explican por la degradación de los suelos. "Treinta años atrás, el 80% de las 600.000 hectáreas con agricultura que tiene la región eran de monte", afirma el productor Roberto Fiore.
Parece que hay un sólo remedio al calentamiento global del planeta que genera eventos climáticos extremos de manera más frecuente: sólo se lo puede mitigar con obras de infraestructura y un manejo racional y sustentable del suelo.
CONSTRUIR UNA INFRAESTRUCTURA VERDE
Hay causas que se señalan como detonantes de las inundaciones. "Estamos padeciendo el desmonte y la destrucción del suelo. Necesitamos volver a tener cortinas forestales en los campos y recuperar la porosidad del suelo. Los legisladores deben tomar nota de estos temas", sostiene Jorge Cappato, director General de la Fundación Proteger (ONG ambientalista). Amplió señalando que "hoy se habla de la infraestructura verde. En 1884, Florentino Ameghino escribió sobre este tema. Al agua hay que retenerla en los suelos, no sacársela de encima. Hemos perdido el factor absorbente de la porosidad del suelo".