Vyacheslav Korotki vive en la península de Barents, un lugar en donde la nieve, el frío y la inexistencia de humanos pautan el paisaje. El pueblo más cercano se encuentra a una hora de viaje en helicóptero, pero al hombre le apasiona estar en medio de la nada.
Vyacheslav Korotki hace más de treinta años decidió vivir arriba de los barcos en operaciones para medición de temperaturas. En su juventud fue un Polyarniki, una especie de exploradores de territorios desconocidos del Estado Soviético.
Desde que comenzó su carrera, fue un apasionado de los espacios abiertos y un entusiasta estudioso del Ártico. Hace algunos meses, el estado ruso lo envió al Ártico para completar trabajos de medición de temperatura y vientos.
No tiene hijos, pero tiene a su esposa que vive muy lejos del Polo Norte, en la pequeña ciudad de Arkhangelsk. Cuando Korotki visita a su amada, tiene problemas para soportar el ruido de la ciudad.
En su "búnquer", que data de 1933 y que está ubicado en medio de la nueve y de la nada, el meteorólogo mira noticias por TV, pero "no cree mucho".
Según la fotógrafa Evgenia Arbugaeva, que capturó imágenes del hombre para el diario The New Yorker, el "viejo lobo" no acepta el mundo de las ciudades y se siente "ajeno" al movimiento de las urbes.
"Fui con la idea de un ermitaño solitario que huyó del mundo por algún drama que vivió, pero no fue así. El hombre se pierde en la tundra, en las tormentas de nieve. Es como si él fuera el viento, o el propio tiempo", afirmó la fotógrafa al medio estadounidense.