Llegamos al Centro de Tratamiento del Ébola en la boscosa ciudad de Gueckedou, en el sureste de Guinea, y nos encontramos un panorama desolador.
Un pequeño bulto está enrollado en láminas de plástico blanco y hombres con cara de piedra cargan latas de desinfectante amarillo en una camioneta.
Nos invitan a presenciar la dramática tarea que están a punto de realizar.
Manejamos durante unos minutos hacia el interior del bosque. Cuando llegamos, un pequeño hoyo está preparado.
En él descansará la última víctima del ébola, una bebé de cuatro meses llamada Faya. La había contagiado su madre, fallecida semanas antes.
La suya es la vigésima tumba anónima cavada en este oscura y solitaria planicie.
"Estaba con ella justo antes de que muriera", comenta Adele Millimouno, enfermera originaria de un pueblo cercano que ahora trabaja para Médicos Sin Fronteras (MSF).
"Le estaba dando su leche cuando me aparte un segundo para tomar un respiro pero cuando regresé ya estaba muerta. Me quedé totalmente devastada".
Este es sólo un día más en el frente de la lucha contra el brote de ébola. Gueckedou fue donde el primer caso fue reportado el pasado mes de marzo.
Las ONG que trabajan en lo que ya es el peor brote de ébola de la historia dicen que esperan que la crisis continúe al menos hasta fin de año.
Hasta ahora, en la región occidental de África, han muerto al menos de 670 personas.
La semana pasada, Nigeria se convirtió en el cuarto país en confirmar una víctima del mortal virus.
Médicos Sin Fronteras y la Cruz Roja Internacional, que entre ambas tienen a 400 personas luchando contra el brote, consideran que la situación sigue fuera de control.
Un tratamiento en el centro instalado en Gueckedou, gestionado por MSF, hasta el 22 de julio había tratado a 152 pacientes de ébola, de los que habían muerto 111.
Son los supervivientes los que Adele dice que le dan fuerza para continuar con su desgarrador trabajo.
"Me armé de valor para venir a trabajar aquí y ayudar a salvar mi comunidad. Me siento muy orgullosa de nuestro trabajo. Hemos salvado unas 40 personas", dice.
A la mañana siguiente, nos sumamos a un convoy de trabajadores sanitarios que se trasladan 12 kilómetros hasta una aldea vecina llamada Kollobengou.
La última vez que los médicos intentaron llegar al lugar, fueron atacados y advertidos para que no volvieran.
Muchos en el lugar creen que los médicos son en realidad los que traen el virus a la comunidad y roban los órganos de los muertos.
Otros creen que el virus estaba presente antes, pero tienen demasiado miedo como para acudir a recibir ayuda.
Ahora, tras negociaciones con los líderes comunitarios, y otra muerte en el pueblo en la noche anterior, accedieron a permitir la llegada del personal sanitario.
Al llegar, el miedo es palpable. Los vecinos salen lentamente de sus chozas y se congregan en el centro del poblado.
El jefe local de los funcionarios del Ministerio de Salud, encargado de coordinar la lucha contra el virus, se levanta y pide a los vecinos que no tengan miedo y que permitan al personal médico hacerles preguntas y examinar a los que podrían estar enfermos.
También distribuyen jabón y cloro. El virus muere fácilmente si las personas mantienen un buen higiene personal.
Pero como un lugareño advirtió: "¿Cómo vamos estar limpios todo el tiempo si no tenemos agua con la que lavarnos?".
En un momento, dos familias traen dos de sus parientes gravemente enfermos. Son rápidamente llevados al centro de tratamiento.
Los trabajadores sanitarios ya estaban al tanto de cuatro muertes por ébola en el pueblo. Descubren que había tres más.
Al menos otras 48 personas han estado en contacto directo con víctimas del ébola. Ahora van a tener que ser observados cada día durante las próximas tres semanas, el periodo de incubación, para comprobar que no desarrollan la enfermedad.
Todavía quedan dos pueblos en Gueckedou que no permiten entrar a los trabajadores de salud. Lo que sigue siendo muy preocupante pero es una mejoría enorme respecto a uno par de meses atrás cuando eran 28 los que se resistían a recibir ayuda.
Tarik Jasarevic, de la Organización Mundial de la Salud, dice que los mensajes poco claros de los trabajadores de salud acerca del virus al inicio del brote es en parte culpable de que los pueblos les hayan cerrado las puertas.
"A la gente se le dijo que no había vacuna ni tratamiento para el ébola, así que muchos pensaron 'por qué voy a dejar que instalen un centro de tratamiento si no existe tal tratamiento'", explica Jasarevic.
"Después, algunos de quienes eventualmente acudieron murieron. Así que se creó la percepción de que si te llevaban era que ibas a morir".
"No hicimos suficiente énfasis en el hecho de que hay supervivientes y que cuanto antes vayas a ser tratado, más posibilidades tienes de sobrevivir. Y no arriesgas además la salud de tu familia, porque los que te cuidan son los más expuestos".
El doctor Abdurahman Batchili es el coordinador del Ministerio de Salud para tratar el brote de ébola en Gueckedou y en sus boscosos alrededores.
Batchili comentó que la situación ha mejorado con menos pacientes registrados cada día.
"La población comienza a ser consciente de los peligros del brote. Esperamos que con esta situación, en uno o dos meses, como máximo, terminemos con este brote", afirma.
"Sin embargo, con nuestras fronteras, hay una situación crítica en países como Sierra Leona, así que tenemos que estar muy vigilantes en nuestras fronteras"·
Cada semana miles de personas pasan los cientos de kilómetros de frontera que Guinea comparte con Sierra Leona y Liberia, pero hay sólo 13 puestos preparados para detectar casos de ébola.
Las ONG dicen que tener esperanza de que este brote se va a terminar pronto es poco realista.
Antoine Gauge, responsable de MSF en Guinea, dice: "Somos muy escépticos con que el brote vaya a estar superado antes de fin de año".
"El ébola no conoce de fronteras. La gente viaja y tienen familia en Sierra Leona y Libera. Seguro que en Guinea estamos a un nivel de respuesta bastante más avanzado, pero no podemos decir que no habrá más casos aquí pronto".
De vuelta al centro de tratamiento, es la hora de visita. Alfonz, de 13 años, es un superviviente del ébola que llega para visitar a su hermana pequeña, Marian.
La mira a través de un plástico anaranjado. No le permiten tocarla. En cambio, la sostiene un trabajador de la salud equipado con un traje antibiológico.
No obstante, reciben una buena noticia: las primeras pruebas de Marian dieron negativo.
Pero el ébola es un virus cruel e indiscriminado.
La madre de los hermanos también está enferma y podría no sobrevivir.
Y mientras la crisis sigue creciendo, seguirá habiendo muchas otras historias tan triste como la de ellos.
Por Tulip Mazumdar | BBC Mundo