La mayoría de las personas no son conscientes de que su vida y su felicidad, dependen, en gran media, de la capacidad que tengan para perdonarse, para quererse y para coger las riendas de su vida.
¿Por qué es tan importante aprender a perdonarnos?
El perdón a nosotros mismos nos proporcionará el equilibrio que tanto necesitamos, y el perdón a los demás nos liberará de la tensión y del desgaste que provoca el resentimiento.
Aprender a perdonarnos es aprender a vivir. La vida sin perdón es el fracaso del ser humano.
Perdonarnos nos hace más seguros. El fracaso llega cuando no somos capaces de perdonarnos por aquellas cosas que podríamos haber hecho mejor.
Si nos perdonarnos por las decisiones que tomamos en el pasado y dejamos de sentirnos culpables por las difíciles situaciones que vivimos en el presente, tendremos fuerzas para rectificar hoy lo que hicimos ayer. El pasado no lo podemos cambiar, pero el presente sí que depende de nuestra voluntad.
Asimismo, perdonarnos nos hace más humanos. Hoy, erróneamente, mucha gente piensa que solo triunfan los insensibles y los egoístas, y, por ello, han decidido anestesiar sus emociones.
Perdonarnos mejora nuestra autoestima. El perdón nos devuelve la paz y la tranquilidad. Debemos ser indulgentes con nuestros errores; especialmente, cuando no ha habido maldad ni egoísmo, cuando no hemos querido engañar ni abusar de nadie, cuando inmediatamente hemos reaccionado y hemos intentado reparar el daño causado.
¿Cuándo debemos perdonarnos?
Debemos perdonarnos cuando nos hemos equivocado porque somos humanos, cuando hemos cometido errores que nos habría gustado evitar, y cuando nos arrepentimos, sinceramente, por el dolor que hayamos podido causar.
Cuando tengamos dudas sobre si merecemos perdonarnos, la clave será cambiar el tiempo verbal. No se trata de juzgar lo que hicimos ayer, sino la actitud que tenemos hoy.
Perdonarnos "de verdad" implicará compromiso y necesidad de reparación, y nos ayudará el hecho de que intentemos subsanar, en la medida de lo posible, los daños que provocamos con nuestras acciones o nuestros errores.
¿Debemos perdonarnos siempre, o solo si nos perdonan los demás?
El perdón auténtico es interno, personal e intransferible. Si nos sentimos culpables de determinados hechos, por mucho que nos perdonen los demás, hasta que no nos perdonemos nosotros mismos su perdón no nos servirá.
Perdonarnos no significa que no asumamos nuestra responsabilidad; perdonarnos es un derecho que siempre nos podemos ganar: ¡De nosotros dependerá que lo consigamos!
¿Cuáles son los perdones más difíciles?
Sin duda, nos resulta mucho más difícil perdonarnos cuando hemos fallado a nuestros seres más queridos: padres, pareja, hijos...
También nos cuesta perdonarnos cuando nos sentimos inseguros y no hemos cubierto las expectativas de los demás, o cuando nos hemos dejado engañar y hemos perdido nuestra dignidad.
Las "buenas personas" tienden a juzgarse con excesivo rigor y les cuesta perdonarse a sí mismas por aquello por lo que no dudarían un segundo en perdonar a los demás.
¿Cómo perdonarnos en los momentos más vulnerables?
Algunas personas se sienten culpables por enfermar, y no poder atender como desearían a sus seres queridos.
Otro momento en que nos encontramos vulnerables es cuando sentimos que hemos fracasado y nos hemos defraudado a nosotros mismos.
Una persona segura es aquella que admite sus fallos, que intenta aprender de ellos y que no se considera fracasada por haberse equivocado.
También nos cuesta perdonarnos en situaciones de extrema presión,como la convivencia cuando ya no hay amor pero aún no se ha producido la separación. Cuando el amor ha terminado en un miembro de la pareja no podemos forzar unos sentimientos que ya no existen.
¿Qué es lo que los demás no nos perdonan?
Desde la psicología, sabemos que una de las emociones que más debilitan y que más daño pueden hacer es la envidia; la envidia es una reacción y una vivencia poco noble, pero desgraciadamente muy extendida, que genera una insatisfacción permanente en quien la siente, y que se halla en el origen de muchas conductas y actitudes ruines y deshonestas.
Las personas envidiosas no son felices, nunca estén satisfechas, y, a pesar de lo mucho que tengan, siempre anhelan lo que les falta, lo que no pueden comprar, lo que jamás serán capaces de sentir; pero no nos equivoquemos: son peligrosas; por eso conviene tenerlas lejos, no otorgarles ninguna confianza y mostrarnos indiferentes ante sus provocaciones y sus miserias.
Hay gente que no te perdona que triunfes, que tengas tu propia forma de ser, que defiendas un estilo diferente de trabajar, que no "transijas como los demás, y que no te comportes como un cordero dentro del rebaño.
Otra emoción muy complicada son los celos. Hay personas que no perdonan que otros disfruten y caigan bien.
¿Cuáles son las tres claves que nos ayudarán a encontrar la felicidad?
La primera es "perdonarnos el pasado". Muchos adultos viven aún condicionados por situaciones que experimentaron hace muchos años. En numerosos casos no son conscientes de ello, pero el origen de su debilidad puede remontarse a hechos lejanos en el tiempo, pero presentes en sus emociones.
Hoy nos cuesta mucho perdonarnos porque, en algún momento de nuestro desarrollo, no nos enseñaron que detrás de un error casi siempre hay una posibilidad de rectificación, que la equivocación puede ayudarnos a ver el aprendizaje que estaba oculto, y que es la confianza la que genera seguridad, mientras que el miedo nos arrastra a la debilidad y al fracaso.
La segunda clave es asumir nuestro presente. No sentirnos culpables por la conflictividad de las personas más cercanas, incluidos nuestros hijos.
Muchas personas se sienten responsables de lo que ocurre a su alrededor, y muchos padres sufren y se sienten muy culpables;culpables de lo que hacen sus hijos o de lo que omiten; culpables de la agresividad con que se comportan o de la falta de control que manifiestan; culpables cuando fracasan en los estudios o ante la carencia de esfuerzo y motivación que muestran.
Es posible que algunas personas piensen que los hijos son el fiel reflejo de sus padres, pero esta creencia, por muy extendida que esté,no es exacta, ni se corresponde siempre con la realidad.
Los padres influyen en sus hijos, pero no son enteramente responsables de cómo evolucionen.
Los chicos que están confundidos y presentan conductas de riesgo no necesitan padres culpables; lo que precisan son progenitores seguros, valientes, llenos de energía y de confianza, que les faciliten el análisis de sus equivocaciones y les ayuden a encontrar el equilibrio emocional que hace tiempo perdieron.
Y los padres que se sienten al límite y quieren ayudar a sus hijos, previamente, deberán perdonarse por todo aquello por lo que injustamente se sienten culpables.
La tercera clave es "ser nuestros mejores amigos, querernos bien y perdonarnos mejor". Recordemos que las únicas personas que estaremos siempre a nuestro lado -en el sentido literal de la palabra-, somos nosotros mismos. Por ello, resulta crucial que nos queramos bien.
Desde la psicología, sabemos que podemos aprender a querernos bien, y si lo hacemos, estaremos más cerca de alcanzar la felicidad que anhelamos.
La fórmula para ser nuestros mejores amigos es perdonarnos por nuestros fallos y querernos por nuestros esfuerzos.
(*) María Jesús Álava Reyes
es la autora de 'Las tres claves de la felicidad', editado por La Esfera de los Libros