La Presidenta y el Papa se mostraron distendidos; almorzaron juntos y mantuvieron un larga reunión a solas; ella le obsequió un termo de plástico, libros, fotos y un cuadro, y recibió un medallón y un texto papal
¡Mamma mia!" Angelo Scelzo, veterano funcionario de la Sala de Prensa de la Santa Sede, no ocultaba ayer su asombro a las cuatro de la tarde. Nunca se hubiera imaginado que duraría tres horas -de las cuales dos y media fueron a solas, sin testigos- la audiencia privada que Francisco le concedió a Cristina Kirchner. Algo sin precedente y fiel reflejo del amor que siente el Papa por su país, que ella representa, y por el pueblo argentino.
Desde el principio y hasta el final , la visita privada de la presidenta argentina -que en poco más de un año concluirá su mandato- tuvo como denominador común el respeto máximo. Y el tiempo que duró fue un mensaje claro. Acostumbrados al estilo informal que el ex arzobispo de Buenos Aires impuso en un Vaticano hasta hace un año encorsetado en un protocolo parecido al de una corte imperial, los guardias suizos de traje a rayas que custodian con alabardas la entrada de la residencia de Santa Marta no se inmutaron cuando el Papa salió a esperar a Cristina en la puerta. Ni tampoco cuando, tres horas más tarde, no sólo la acompañó hasta la puerta para despedirse, sino que se quedó allí, firme, hasta que el coche oficial de ella desapareció.
Antes del larguísimo almuerzo a solas -en el que seguramente hubo lugar para una conversación profunda, íntima, quizás hasta una confesión-, el Papa y la Presidenta tuvieron un momento público. "¿Cómo le va, Jorge?", dijo ella, al llegar. "Bien, bien", contestó él, que como siempre se tomó el tiempo para saludar uno por uno a todos los presentes, sonriente.
En otra señal del respeto máximo del Vaticano hacia la jefa del Estado del país del fin del mundo del que llegó el Pontífice -y más allá de viejas incomprensiones-, cuando ella llegó, esguinzada, a Santa Marta, también estaba allí, para saludarla, el número dos de Francisco, el secretario de Estado, Pietro Parolin. Todo un gesto.
Luego de detenerse a saludar a las "chicas" de la recepción de la domus -"¡son buenísimas!", le contó Francisco, muy natural- y enterarse de que una de ella es de Eritrea, en uno de los salones de la planta baja Cristina le presentó al Papa a su delegación, con la que hubo foto grupal. Luego de quedarse un momento sentados en dos sillones colocados debajo de un infaltable cuadro de la Virgen Desatanudos -de la que Bergoglio es devoto desde que la descubrió en Alemania, en 1986, y cuyo culto importó a la Argentina-, en un clima distendido, hubo intercambio de regalos.
Si hace un año había optado por un equipo para el mate, esta vez la Presidenta quiso regalarle un termo de plástico blanco con los colores patrios. Además, dos inmensos libros sobre el Bicentenario, uno sobre su difunto esposo, otro más sobre la Casa Rosada y un cuadro con una foto de un joven Bergoglio junto al padre Pepe Di Paola, emblema de los curas villeros, que le regaló el 5 de marzo pasado Lorenzo "Toto" de Vedia, también sacerdote villero, que celebró misa en la villa 21-24 de Barracas en ocasión del primer aniversario de la muerte de Hugo Chávez.
Aunque el regalo que más llamó la atención fue una pintura de Santa Rosa de Lima, patrona del departamento de Santa Rosa de la provincia de Mendoza, realizada con vino argentino Malbec, como le explicó con entusiasmo la Presidenta al Papa.
"¡Está muy lindo!", agradeció Francisco, de buen humor. El cuadro dio bastante que hablar, no tanto por lo del vino Malbec, sino por el increíble parecido de la Virgen con la Presidenta.
A su turno, Francisco le obsequió a Cristina un medallón de bronce de San Martín de Tours, patrono de Buenos Aires, junto a un ejemplar de la exhortación apostólica Evangelii Gaudium (La alegría del Evangelio), texto clave para entender su programa de pontificado reformista. Aunque pudieron verse más regalos: al margen de los tradicionales rosarios -que fueron repartidos sin reparo-, hubo miembros de la delegación de Cristina con más obsequios pontificios, entre ellos un tríptico enfundado en un elegante cofre de terciopelo rojo. Y pudo verse a ayudantes del Santo Padre subir hacia el segundo piso de la residencia -donde el Papa vive en la suite 201- con bolsas que dejaron entrever cajas de alfajores.
En otra señal de respeto máximo, por primera vez en la historia -como destacó monseñor Guillermo Karcher, ceremoniero pontificio argentino y uno de los brazos derechos de Francisco-, por expreso pedido del Papa, mientras tuvo lugar el larguísimo almuerzo a solas, también hubo comida y bebida para los miembros de la delegación oficial y de apoyo -de 45 personas- y para los contados periodistas que esperaron en un salón. "Fue ordenado por el Papa, que paga esto de su bolsillo", dijo Karcher, que subrayó así el trato preferencial de Francisco por la representante máxima de la Argentina, su país.