Noche larga, la segunda del Festival de Folklore de Cosquín. Noche cuya extensión fue inversamente proporcional a los momentos rescatables que dejó. Entre más de 30 artistas programados y prácticamente 10 horas de espectáculo, hubo realmente pocos gestos artísticos que aportaron a una idea de "escenario mayor".

La actuación de Vitale-Baglietto, en la primera parte, fue lo mejor de la noche y produjo esas conjunciones tan necesarias para un contrato ecuo y honesto entre artista y público: mostró gran calidad y tuvo nutridos aplausos. Sobre canciones perdurables, el trabajo del dúo comienza en la imposibilidad de un original y celebra el arreglo como obra. En el ámbito de la canción popular, que es fundamentalmente el de la tradición oral, las canciones son de quien las canta y Vitale-Baglietto se apropian de ellas a fuerza de ir a su encuentro, atraparlas para llevarlas a un territorio propio, donde todo puede suceder.

Al frente de una banda con notables recursos tímbricos, Vitale realiza un gran despliegue instrumental. Por su parte, Baglietto es de esos cantores que hacen del encuentro entre música y palabra una celebración del afecto y la emoción. Que he sacado con quererte, de Violeta Parra; El surco, de Chabuca Granda, y Ala de colibrí, de Silvio Rodríguez, fueron algunos de los temas, adelanto de Postales del nuevo mundo, un nuevo disco del dúo; además tangos como Tarde, de José Canet, y Nostalgias, de Cobián y Cadícamo. El aplauso de la plaza de pie reclamaba más, pero la noche recién empezaba, la ristra era larga y había que ceder paso a los que venían.

Mientras a pocos metros, en la Peña el Sol del sur se podía escuchar a cantores como José Ceña, Marcelino Azaguatev Rubén Segovia y la anfitriona Paola Bernal, o en La Salamanca cantaba la sorprendente María Paula Godoy, bajo las luces del escenario que lleva el nombre de Atahualpa Yupanqui, poco pasaba.

Luciano Pereyra, que cantó precedido de Ángel Pereyra, su papá, dio el show que a juzgar por la manera en que lo recibieron, sus fans esperaban; antes de eso, el vigor de Orellana-Lucca, el estilo refinado de Mario Díaz, las lindas canciones de Laura Ros, y la calidad del Ballet Nacional, fueron otros rasgos salientes de una noche que recién minutos antes de las seis de la mañana tuvo su segundo gran momento, con la actuación de Peteco Carabajal.

Recibido a esa hora por miles y liderando una banda sólida, en la que entre otros brilla Jorge Cumbo, uno de los grandes músicos argentinos, Peteco Carabajal jugó otra vez con la lógica de los festivales: mientras el sereno humedecía la plaza y todavía el sol no alcanzaba a trepar el Pan de Azúcar, presentó temas inéditos. "Voy a aprovechar este tiempo que tenemos para compartir para mostrarles cosas nuevas", dijo el santiagueño, que había comenzado con Memorial de los patios, una chacarera en la que exalta la naturaleza y las estirpes de la música de su tierra y siguió por un largo rato mostrando su más reciente cosecha de canciones, que fueron escuchadas, bailadas y aplaudidas.

Cerca de las ocho de la mañana, el sol ya había llegado y Peteco se ponía a jugar con la lógica del espectáculo: había bajado del escenario para cantar entre la gente, ahora sí, esas canciones que son parte de su historia y de la de muchos que, como en un fogón, las cantaban con él. 
(Por Santiago Giordano para La Voz)