En Perú, este pueblo amazónico lucha por recuperar la orquídea en peligro de extinción y resiste ante los monocultivos y las presiones por sus tierras
Moisés Asagkai se inclina con cuidado sobre las enredaderas de vainilla pompona que comienzan a florecer. A simple vista, parece un hombre awajún más, trabajando en el bosque, como tantos otros en el valle del Alto Mayo, en Perú. Pero lo que hace es, en realidad, imitar la tarea de una abeja, que antes polinizaba esta delicada orquídea.
Con un palillo de madera, Asagkai separa con precisión los pétalos amarillos de una flor de vainilla. Tiene pocas horas antes de que se cierren de nuevo. Toma el polen de la antera, la parte masculina de la flor, y lo coloca en el estigma, la parte femenina. Este proceso —que los awajún han aprendido para salvar una especie en peligro— será recompensado en siete meses cuando las vainas de vainilla se cosechen y se sequen hasta liberar su preciado aroma.
Sin embargo, lo que está en sus manos es más que la próxima cosecha de vainilla amazónica. En un paisaje cada vez más amenazado por la deforestación, se trata de restaurar el equilibrio de esta parte de la Amazonia, que una vez fue el hogar de los awajún, el segundo pueblo indígena más numeroso de Perú.
“Nunca fuimos agricultores”, dice Asagkai, de la comunidad Alto Mayo, situada en la zona de amortiguamiento del Bosque de Protección Alto Mayo, un área natural protegida de 182.000 hectáreas al norte de la región de San Martín. “Nuestra vida era la montaña, cazar y pescar. Pero tuvimos que alquilar nuestras tierras para pagar la educación y la salud. Perdimos hasta nuestros bosques primarios”.
Lo que alguna vez fue un corredor denso de bosques se ha convertido en un mosaico de monocultivos de arroz, piña y café. El alquiler de tierras ha sido tan grave que, entre 2001 y 2015, seis de las diez comunidades con mayor deforestación en Perú son de los alrededores del Bosque de Protección, según un informe del Instituto del Bien Común y Cooperación Alemana. Entre ellas, Alto Mayo, Shampuyacu, Shimpiyacu y Huascayacu han sido afectadas por la reciente ola de incendios forestales.
“A los que arrendaban las tierras no les interesaba la vainilla”, asegura Asagkai, mientras camina bajo la sombra de los árboles de tornillo (cedrelinga cateniformis) que protegen sus orquídeas. “La destruían sin más, casi la desaparecen”.
La vainilla pompona, subespecie grandiflora, es originaria de la Amazonia peruana y es menos conocida que la de Madagascar, que produce el 80% de la que se utiliza en el mundo. Su consumo en Perú es mínimo en comparación con las esencias sintéticas, más baratas y comunes en la mayoría de los hogares. En el país se han registrado apenas 17 especies de vainilla, principalmente en los bosques de Madre de Dios, Huánuco y San Martín, según un estudio de la Universidad Científica del Sur.
Tradicionalmente, los awajún no cultivaban vainilla, conocida en su lengua como sekut. Para este pueblo indígena, encontrarla en las montañas era cuestión de suerte. “Nuestros antepasados no sabían polinizarla, lo hacía algún insecto”, recuerda Sherline Achayap, artesana y productora en Shampuyacu. Al igual que otras mujeres de su comunidad, lleva tres años cultivando esta flor en una pequeña huerta en su casa. “Nuestras abuelas la usaban como perfume en collares”, añade.
Con el tiempo se descubrió el valor comercial de la vainilla pompona, lo que llevó a muchas personas a extraerla sin control. Esa presión, sumada a la deforestación, la puso en peligro de extinción, según la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). También está protegida por la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES), que regula su extracción para evitar la sobreexplotación.
Ahora, el pueblo awajún trabaja para rescatar esta vainilla amazónica con apoyo de Conservación Internacional. “Nuestro objetivo es contribuir a la protección de esta especie y, a través de ella, la recuperación de cobertura boscosa en áreas deforestadas”, detalla Edward Isla, coordinador de producción sostenible de esta organización. “Esta orquídea crece bajo la sombra del bosque, algo que imitamos con sistemas agroforestales, una estrategia clave de restauración del paisaje”.
Este esfuerzo es parte de la iniciativa Tajimat Pujut —buen vivir— que lidera la Federación Regional Indígena Awajún del Alto Mayo, en alianza con la Asociación Vainilla Perú (AVAIPE) y la Asociación Ecosistemas Andinos (ECOAN). Su propósito es restaurar y conservar los bosques awajún mediante actividades productivas sostenibles, como la vainilla, el cacao, entre otros.
“A diferencia de los monocultivos, la vainilla puede crecer asociada a otros árboles y no requiere grandes extensiones de tierra”, explica Arturo Rivas, presidente de la Asociación Vainilla Perú, que ofrece apoyo técnico a más de 500 productores awajún del valle. “Una familia puede empezar con 200 plantas en solo 500 metros cuadrados, sin necesitar contratar ayuda externa”.
En la comunidad de Huascayacu, Eslí Nuñez Tsajuput ha transformado 15 metros cuadrados, donde antes cultivaba café y plátano, en un refugio de vainilla rodeado de árboles nativos, como el aguaje (Mauritia flexuosa), moena (Aiouea montana), entre otros. Su parcela es una isla en medio de un paisaje arrasado. “Antes arrendamos nuestros bosques, y eso nos traía problemas, incluso invasiones”, dice el productor que, desde hace un año, es promotor de vainilla en su comunidad. Monitorea las parcelas de 150 productores awajún y actúa como enlace en su lengua indígena con los especialistas técnicos de la iniciativa.
“Mi corazón está con la vainilla”, añade. “Puede ser nuestro sustento sin necesidad de alquilar ni derribar hectáreas de bosque y, como promotor, quiero que toda la comunidad tenga ese mismo corazón por esta flor”.
Las vainas de la vainilla amazónica son más gruesas y largas que las de otras variedades y pueden alcanzar hasta los 30 centímetros de longitud, por lo que a menudo contienen más caviar, las semillas aromáticas en su interior. Esta temporada, Nuñez ha polinizado unas 700 orquídeas, de las cuales espera cosechar hasta 40 kilos de vainas verdes y frescas. Una vez curadas —fermentadas— adquieren su aroma característico y se venden a un precio más alto.
La vainilla de la parcela modelo de Nuñez proviene del Centro de Propagación Awajún, el primero de su tipo en comunidades indígenas en América Latina. Con capacidad de producir 70.000 plantones al año, este espacio de 5.000 metros cuadrados ha convertido al pueblo awajún en el principal productor autorizado de vainilla en Perú, sostiene el experto Arturo Rivas.
Este potencial ha llevado a la región de San Martín a ser la primera del país con una Mesa Técnica de la Vainilla, liderada por la Autoridad Regional Ambiental. “La vainilla puede convertirse en un medio de vida alternativo para las familias awajún”, afirma Edward Isla, de Conservación Internacional. De hecho, es la segunda especie más costosa del mundo, solo superada por el azafrán. “Aunque apenas el 20% de la producción mundial es orgánica, todavía existe un mercado del 80% que queda por conquistar”. El especialista agrega que “la mesa técnica ha establecido un marco normativo que formaliza la producción y comercialización de esta especie protegida bajo criterios de sostenibilidad”.
Sin embargo, la crisis climática también es un desafío para esta orquídea. “Los tiempos de floración se han alterado”, comenta Sherry Jiukam, productora y promotora de vainilla en la comunidad de Huascayacu. “A estas alturas ya deberíamos haber terminado la polinización, pero los botones florales apenas están empezando a salir”.
Esas alteraciones han puesto a la vainilla, cada vez más, al acecho de plagas y hongos. Para combatirlos, el laboratorio del Centro de Propagación desarrolla controladores orgánicos como las Trichodermas, que además nutren la planta. También biofertilizantes. “Queremos replicar lo que hace el bosque”, explica Henry Vera, encargado del laboratorio, que ha tomado estos hongos nativos del suelo y las raíces de las montañas del Alto Mayo.
Desde hace unos meses, Sherry Jiukam lo asiste. Es una de las pocas personas de su comunidad que quiere especializarse en esta biotecnología. “Nunca imaginé que estaría aquí, propagando microorganismos para curar nuestras plantas. Pero esto no es solo por la vainilla, es por nuestra comunidad, para que reconozcan lo que valemos y tenemos en nuestros bosques”.