El Cerro de los Siete Colores, las Salinas Grandes, el Hornocal y los sabores y artesanías de un pueblo de cuento.
Como muchas madres, los cerros abrazan a la pequeña Purmamarca. En la noche azul, por uno de los cerros asoma otra madre, de pura blancura, redonda como la carita de las kollas del lugar. Están juntas, así, Madre Tierra, Madre Luna.
El turismo es intenso, los lugares para comer son incontables y las hosterías, hoteles boutiques, cabañas y otros establecimientos ofrecen cerca de mil plazas.
Los turistas no desbordan el pueblo, sino que entran en la sintonía de su escala humana
Sin embargo, este caserío de la provincia de Jujuy ha sabido preservar su tamaño y su encanto. Los turistas no lo desmadran, sino que entran en la sintonía de su escala humana.
Cuando amanezca, se verán los cactus que miraban el pueblo desde las colinas y el sol parecerá salir casi exclusivamente para iluminar el espectáculo de belleza milagrosa del Cerro de los Siete Colores. La percepción quedará hipnotizada por los amarillos, marrones, rojos, naranjas, verdes, bordó y blancos. La montaña parece mostrar sus colores como lo hacen las aves: como si fueran plumas multicolor hechas de arcilla, arena, piedra caliza, plomo, calcio, hierro, cobre, azufre y manganeso.